La vagina mecánica de Dios. Daniel Polunin

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La vagina mecánica de Dios - Daniel Polunin

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a uno por la cinta transportadora: ancas de rana, alas rebozá de vencejo, sebo de alce, saltamontes fritos, menudillos de pato crudo, tartar de gusanos de seda, tiras de culebra, sesos de cerdo, lenguas de flamenco, nuggets de cucarachas, termitas al vapor, brochetas de cebra, abscesos de conejo, fritanga de murciélagos, lampreas a la marinera… Ciempiés humano.

      Compramos cuatro cartones de vino blanco Don Simón y nos fuimos de nuevo al parque. Al cruzar la calle vimos cómo un crío le pisaba la cabeza a una paloma blanca que se tambaleaba después de haber sido atropellada por un coche. «Sucias ratas voladoras», le oí decir mientras se iba alejando con su álbum de fútbol bajo el brazo. «¡Papá, una menos!», gritaba hasta perderse entre árboles mellados y lavado excretorio. ¿Cuándo te has olvidado de ser feliz? Belcebú hacía tronar la caracola de tres cuernos. Me acerqué, la paloma aún respiraba, cada vez más rápido, agonizando, con el cerebro medio desparramado y despojado de grasa. Le retorcí el pescuezo para acallar el sufrimiento y le puse un clínex mentolado para taparla. En menos de una hora se convertiría en un rico estofado para las moscas señoriales y sus larvas primogénitas. ¿Cómo se tratan los casos como éstos? ¿Cuál es nuestra condición humana? Los cadáveres se amontonan. ¿Para esto hemos sido arrojados? ¿Para esto hemos sido moldeados? ¿Cuál es la estirpe que desciende de mi sangre verde? Los becerros se divierten con la mantequilla animal untada en sus propias creencias. Es curioso cómo uno de los soldados de Pilato, levantando la mirada y fijándola en Jesús, le atravesó el costado con la punta de su lanza y al instante salió sangre y agua, dos veces crucificado, ofreciendo la muerte; al igual que una madre cuando está a punto de dar a luz a su hijo: sangre y agua, dos veces madre, ofreciendo la vida. El temor y la quietud obliga la necesidad de contemplar. Utopía. Utopía. Utopía. Utopía. Cirugía estética. Cirugía estética. Cirugía estética. Cirugía estética. Vasectomía. Vasectomía. Vasectomía. Vasectomía. Amnesia. Amnesia. Amnesia. Amnesia.

      ¿Quién necesita razones pudiendo recoger el relámpago?

      Adiós, gran masturbador.

      III

      Eran las 7:30 de la mañana cuando me despertó un hacinamiento de silbidos procedente de la calle. Perplejo y aturdido me puse en pie, miré por la ventana y contemplé, vehemente, pero con cierto asombro, cómo tres gaviotas se aniquilaban unas a otras por un trozo de sardina. «Las gaviotas tienen hambre». Cerré la ventana y bajé las persianas, di vueltas en la cama sin poder concentrarme, la imagen de las gaviotas sacándose mutuamente las tripas por un trozo de pescado resultaba ser una estampa familiar, una estampa a la que todos hemos contribuido de una manera u otra por un puñado de judías de cobre y níquel en conserva. La visión humanitaria de la clase alta manifiesta con elegantes disfraces el antropocentrismo tal cual vivimos. Decidí levantarme y preparar una taza de té. Me lie dos cigarrillos Horizon antes de entrar a la ducha. El impulso imaginativo me obligó a masturbarme. Pornografía milf. Me enjaboné detenidamente y me senté en el plato de ducha, desconcertado, a esperar que el agua arrugara mis dedos como a un viejo enfermo de alzhéimer. ¿Qué clase de hijo abandona a sus padres a morir sin recuerdos? El destino insondable no podrá salvarte. Estás condenado a rodar la piedra de lo absurdo hasta la cima de la montaña, cayendo esta por su propio peso y volviendo a la tarea inútil y sin esperanza todos los días. El papel que interpretas es fácil: tú serás el sucesor de Sísifo. Crearás tu propio mito bailando sobre la barra de los bares, esnifando diazepam o inhalando acetona para uñas, cual niño con síndrome de Down, burlando a la divina muerte con risas pragmáticas y movimientos indefinidos e introspectivos.

      He sido un delincuente con un toque de suerte.

      Hoy brindaré con brandy de Jerez y apostaré a las peleas de gallos.

      Adiós, gran masturbador.

      IV

      Viernes. 4:06. Insomnio. H. Upmann. Lincoln Continental SS-100-X. Es la cuarta vez que me levanto. No dejo de dar vueltas y vueltas en la cama. Me pongo nervioso cuando no puedo dormir. Así que he ido a la habitación de Emilio y he rebuscado con la ayuda de la linterna del móvil por los cajones de su escritorio hasta dar con la tableta de Trankimazín. Salgo de puntillas haciendo el mínimo ruido posible hasta la sala de estar y una vez allí presiono la hoja fina de aluminio donde están metidas las pastillas. Me como un par entero. Mientras hacen efecto, voy a la cocina de gas y me preparo en un bol de cristal cereales Kellogg’s con dos cucharadas de Cola Cao. Vuelvo a la sala de estar silbando para dentro con el cuenco debajo del brazo. Me siento en la moqueta. Me quito el pantalón del pijama. Me miro las líneas de las manos. Tengo yeso. Canturreo la versión del himno nacional de Marta Sánchez. Compito con Carl Lewis en los 100 metros lisos. Le arrebato el título mundial de pesos pesados a Muhammad Ali. Imito a Calígula montado a caballo por lesbianas.

      Soy un cadete espacial. Soy una cabina de teléfono. Soy un feriante. Soy un tiovivo. Soy el Sargento Pimienta. Soy un zeppelin. Soy un prisma. Soy una banda en el backstage. Soy un garaje. Soy un clipper. Soy un quiste en tu sobaquera. Soy la bayeta del fregadero. Soy el arenero del gato. Soy polvo perfecto. Soy ensalada cheddar y un vaso de Codorníu. Soy un quiché de espinacas. Soy Camarón de la Isla. Soy una tetera. Soy un trapo en disolvente. Soy Teresa de Calcuta. Soy un rímel de pestañas. Soy un orzuelo. Soy un pino plantado. Soy un equipo de fútbol. Soy una bombona de butano. Soy un chop suey. Soy un puercoespín. Soy una almorrana. Soy un espía. Soy un autoestopista. Soy una bañera de París. Soy un hotel de Baltimore. Soy el rollo de la Bastilla. Soy exhibicionismo público. Soy un circo ambulante. Soy parafílico. Soy un fonógrafo. Soy un gorrilla. Soy introspectivo. Soy Chapman. Soy un taco de billar. Soy trazas de maquillaje. Soy las agujas del reloj. Soy un provocador. Soy un póker de ases. Soy un instituto público. Soy una lata de Coca-Cola. Soy un mosquetón. Soy ropa interior sin combinar. Soy un puntapié en tus bolas. Soy una gastroscopia en ayunas. Soy un edema pulmonar. Soy Bunhill Fields. Soy un poeta de los bajos fondos. Soy la Venus de las pieles. Yo soy el poema. Yo soy el poema que se atreve. Yo soy el poema que se atreve a ir. Yo soy el poema que se atreve a ir más allá.

      Pongo La 2. Están echando una película sobre la enteogénica flagelación y la ansiolítica crucifixión de Barrabás a través de la córnea izquierda de Nicodemo y la mano derecha de José de Arimatea. Me viene a la cabeza los programas mediáticos en los que intentan arreglar los problemas sentimentales, no sin antes insultarse. Los sentidos se embotan y me nublan la mente. La melancolía fustiga mis manos sucias llevadas al verso. Es la anaconda quien regurgita el ciervo que engulle. Aquí es donde el filósofo persigue unos fantasmas que no puedo proteger. Aquí es donde el escritor celebra la desmembrada orgía báquica. Formo parte de tu proceso. La sigilosa máscara de mi refugio. La paradoja de cualquier actor es representar el doble papel.

      La muerte fue oficialmente anunciada a la hora de la merienda.

      Adiós, gran masturbador.

      V

      Also Sprach Zarathustra, Op. 30

      La primera escena representa la muerte de la Virgen María, interpretada por una prostituta, yace en un lecho provisional vestida de cinabrio con la cabeza ladeada, el pelo enmarañado, los pies hinchados, la mano izquierda posada sobre el vientre abultado y el brazo izquierdo caído inerte.

      Alrededor de la figura central se disponen los Apóstoles y María Magdalena. Los discípulos de Cristo, encarnados por mendigos y jornaleros, vestidos con pesados mantos rodean el velatorio con distintas actitudes. A un lado, sentada sobre un taburete, María Magdalena, interpretada por la hija de un omerciante, llora desconsolada hundiendo el rostro sobre sus rodillas. El cortinaje rojo, suspendido en la parte superior, cae sobre la obra deliberadamente. El desarrollo transcurre en penumbra. La tristeza está contenida.

      La segunda escena representa a San Jerónimo escribiendo. Jerónimo de Estridón aparece sentado bajo la figura de un anciano

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