La vagina mecánica de Dios. Daniel Polunin

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La vagina mecánica de Dios - Daniel Polunin

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un hueso para mi perro? ¿Y una chuleta? «¡Muu!», muge la vaca; «¡Bee!», bala la oveja; «¡Quiquiriquí!», cacarea el gallo.

      Escupió al suelo y se fue a paso lento por donde había venido, como una película descargada en TS-Screener.

      Adiós, gran masturbador.

      ELVIRA

      I

      Alzaos, mi señora,

      pues la aurora postrimera ha salido,

      anegando con luz gitana las calles,

      fría, sola, caminando con la muerte.

      Todos cerraron los luceros de Elvira,

      todos derramaron el calinoso hipocrás a sus pies.

      Cantan las frentes pardas por el limonero:

      «Fue una tragedia, una «abracadabrantesca» tragedia,

      los últimos sonetos de Elvira en la morisqueta noche:

      maldita en la piedra burda que golpeaban

      con ortigas de galena sus entrañas de esclavina.

      No llores, mi Elvira, en la fuente de tus latidos

      y camina, fría y sola, por los últimos versos de la muerte».

      II

      Marchan los zorzales de torre en torre,

      picotean los labriegos y se abrigan en las barbas;

      reman los grillos por la ribera del río,

      ensalzan la vanidad y celebran la biznaga.

      III

      Otorga el derecho a tu hijo de convertirse

      en lo que necesita para ir en busca de sus propios deseos.

      Cualquier ser inverso a la existencia o a la creación

      es abolida por nuestra tapiada sociedad.

      IV

      Oigo por las rodillas

      y me apareo con las hojas,

      mis alas son flores recién cortadas

      y a mi alrededor lucen dos guirnaldas.

      No soy un animal

      ni tampoco soy una mariposa,

      mi cárcel es de cristal

      y mi espejo una rosa.

      SANCTA SANCTORUM

      ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!

      Ahora la bestia de los miserables nos amamanta con sus miles de ubres cortadas, chupadas, retorcidas y enjugadas.

      ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!

      Hice un pacto con la prostitución a la hora de comer. ¡Apetito! ¡Apetito!

      ¡Vicio! ¡Vicio! ¡Pecado! ¡Pecado!

      ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!

      La cabalgata de los catecúmenos. La procesión del Ku Klux Klan. La llegada de los masónicos. ¡Autoritarismo! ¡Autoritarismo! ¡Iluminaciones! ¡Iluminaciones!

      ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!

      Salieron a la calle con el rostro escondido, volvieron comulgados con la polla crucificada. Concibieron la deshumanización de la conciencia absurda y el flujo menstrual.

      ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!

      —Hijo, ¿has estado con él?

      —Sí, madre, vi a Cristo bajar desnudo de su madero.

      —¿Te dijo a dónde iba?

      —A empeñar sus clavos.

      —¡Espanto! ¡Espanto ¡Espanto!

      —¡Oh, madre! También vi a la santa y virgen María vestida de mantilla negra y ¡danzaba sin cabeza a los pies de la cruz!

      —¡Ave María! ¡Ave María! ¡Ave María!

      —Sepultando la corona de espinas en su vientre.

      —El círculo se rompe.

      —Cristo de atropina, ruega por nosotros.

      ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!

      Violencia. Apostasía. Matricidio. Leche. Cocaína. Pimientos rojos. Pornografía infantil.

      ¡Hosanna! ¡Hosanna! ¡Hosanna!

      ¡Tengo las pupilas irritadas! He cometido adulterio de corazón. ¡Magnífica simetría! No hay mejor comienzo que tener un final. ¡Jean Nicolas! ¡Corbière! ¡Mallarmé! ¡Auguste Villiers! ¡Marceline! ¡Verlaine!

      ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!

      Memento mori.

      Jóvenes santos nacidos para sufrir, manchados con el pellejo del vino y las venas del león, cegados por una luz encalada procedente de los hostales mugrientos del desastre, donde las chicas de la mamada eyaculan por la vagina finos bisturíes de metal hirviente y los chicos autómatas buscan una vena-músculo-piel hinchada y «violable» para viajar.

      Enséñame las muñecas. Todos los estigmas. ¡Kali! ¡Kali! ¡Kali! Tengo el alma atormentada. ¡Ugolino! ¡Ugolino! ¡Ugolino! El aire grita mi debilidad. ¡Lucifer! ¡Lucifer! ¡Lucifer!

      ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!

      Supplicem exaudi.

      El santo hermano consumiendo el amanecer de los ídolos morfinómanos, saltando en el tálamo de los corderos decapitados, creyendo ser Macbeth o Ricardo iii; la ventana abierta un sábado y el pavimento salpicado de vida, de zinc rojo caliente.

      ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!

      Desgarren lo viejo y construyan lo nuevo ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! Creados para anunciar el crimen. El nuevo frenillo prepucial. ¡Veo! ¡Veo! ¡Veo! Lo enviaste conmigo. ¡Miedo! ¡Miedo! ¡Miedo!

      ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!

      Santos Becerros invisibles y dorados y vidriosos y peludos y artificiales y transmutados y venerados y reverenciados por el pueblo y para el pueblo elegido de Dios y del Hombre.

      ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!

      Santos «cosmovisionarios» que se alzaron espectrales por la carretera durante años y que volvieron a casa con sus

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