Democracia envenenada. Bernhard Mohr
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Cuando apagué la grabadora del celular, regresamos al laberinto de corredores y escaleras. Como debe ser para una compañía con doscientos cincuenta empleados, la división de mercadeo de Lenstroytrest también distribuye contenido en internet. Acepté presentarme en una video-entrevista sobre el mercado noruego de finca raíz. La entrevistadora, quien está al final de sus veinte años, me dice que en verano toma su automóvil, se va al norte de Noruega y vacaciona allí, hasta donde le alcanza el dinero. Ella presentó tantos datos sobre la región de Lofoten, Vesterålen y el resto de esa parte del país que me quedé mudo. Sus preguntas sobre el desarrollo urbano y la política de vivienda en Noruega eran tan perspicaces que fue difícil responder. Ella ha viajado por mi país con la mente abierta y un deseo sincero de estudiar lo mejor posible la naturaleza, el temperamento y la cultura noruegos. Con los ojos brillantes me contó sobre reuniones con la gente local y con otros turistas bajo la luz del sol del atardecer y las inolvidables noches que pasó bajo el cielo abierto.
Realmente, ¿cuán hábiles somos para entender a Rusia siguiendo las premisas rusas? Citando a Larisa, ¿no es tal vez parte del problema que no logremos tener «una serie de actitudes, una forma definida de interpretar al mundo»? El Gobierno noruego fue bastante efusivo a la hora de firmar las sanciones y prohibiciones dictadas en Washington y Bruselas. Pero en el norte de Noruega, donde el contacto con Rusia es mucho más estrecho, principalmente por el comercio entre Kirkenes y Múrmansk, varias comunidades han criticado al gobierno por seguir la política de los Estados Unidos y la Unión Europea sobre Rusia, sin evaluar qué es lo mejor para Noruega. El periódico Nordlys ha propuesto en su editorial que Noruega debería salirse un poco de la política de las sanciones, mientras que el alcalde de Sør-Varanger, Rune Rafaelsen, tomó la palabra para decir que la cooperación noruego-rusa debía intensificarse «como una forma de combatir la creciente tensión entre las grandes potencias». En una encuesta realizada por el diario Klassekampen13 en diciembre de 2016, tres de cada cuatro habitantes del norte de Noruega respondieron que consideraban que las autoridades deberían trabajar más para tener una mejor relación con Rusia. En comparación, el 45% del total de la población noruega opina que Rusia y Vladimir Putin son una verdadera amenaza de seguridad para Noruega.
El que haya un ambiente amigable hacia Rusia, si así se le puede llamar, tiene un anclaje regional en Noruega. El debate en el ámbito nacional se da en Alemania. En la patria de Angela Merkel, varios periodistas y académicos destacados consideran que es nuestra falta de capacidad para entender la perspectiva rusa a la que se debe culpar por el alto nivel de conflicto entre Occidente y Rusia. Una de ellas es la profesora de periodismo Gabriele Krone-Schmalz, que en los años ochenta y noventa era la corresponsal en Moscú para RDA. A ella le han otorgado tanto la Cruz Federal al Mérito en Alemania (Bundesverdienstkreuz) como la Medalla Pushkin en Rusia. En el libro Russland verstehen (Entender a Rusia) ella describe cómo Occidente —a finales de los años ochenta y en los años noventa—, desperdició la oportunidad de construir vínculos duraderos con Moscú. En lugar de tratar a Rusia como un socio, los líderes de aquellos tiempos trataron al país como una propiedad en quiebra. En una Europa geopolítica cambiada radicalmente, la otan empezó a moverse hacia el Oriente sin escuchar la opinión de Rusia. Y en medio de la alegría de ver que «el Imperio del mal», citando las palabras de Ronald Reagan, se estaba disolviendo y que pequeñas poblaciones oprimidas por Moscú se convertían en estados propios, nos olvidamos de pensar que veinticinco millones de rusos, de repente, se encontraban fuera de los límites de su propio país.
Evaluaciones erróneas similares se replicaron también en el campo económico-político. La terapia de choque que fue prescrita por los expertos occidentales tenía las condiciones para funcionar en países que tenían un ritmo de economía de mercado, como por ejemplo Polonia, donde la agricultura nunca había sido colectivizada y el derecho de la propiedad privada había sido aplicado a través de los años del dominio comunista. Pero si uno hubiera sabido más sobre la forma como estaba organizada la comunidad soviética, habría entendido por qué son tan álgidos los roces políticos. Krone-Schmalz no es la única que levanta el brazo para plantear esta crítica. En un artículo de Dagens Næringsliv14 de abril de 2017, el ganador del Premio Nobel de Economía, Joseph E. Stiglitz, discute sobre «por qué las cosas salieron tan mal en Rusia». Aquí, él concluye que «el consenso de Washington», la mezcla de liberalismo de mercado y el involucramiento limitado del Estado fueron una medicina equivocada. «La democratización de Rusia debió haberse hecho con medidas que aseguraran el bienestar, no con políticas que llevaran al crecimiento de una oligarquía», escribe Stiglitz. Precisamente al igual que Yuri, Krone-Schmalz opina que Occidente tenía grandes ventajas de que un nuevo mercado se abriera, pero al mismo tiempo tenía poca voluntad de brindar algo a cambio. ¿No fue ingenuo por parte de los líderes occidentales esperar que los rusos aceptaran perder todo lo que poseían sin que quisieran abrir una vía para políticos populistas y revanchistas?
Tal y como lo dijo Larisa, hoy en día Rusia se encuentra en una fase de reconstrucción en la que Occidente tiene que mostrar paciencia; esto mismo cree Krone-Schmalz. El país ha experimentado durante los últimos veinticinco años tres revoluciones paralelas cuyas repercusiones persisten. Una fue económica, donde la economía planificada fue remplazada por la economía de mercado; la otra fue política, donde la dictadura comunista fue reemplazada por la democracia; la tercera tuvo que ver con un aspecto espiritual, el de la identidad, donde el Imperio soviético fue reemplazado por el Estado nacional ruso. Estos procesos en sí son tan profundamente conmovedores que va a tomar más de veinticinco años llevarlos a cabo. Cuando criticamos a Rusia por la ley sobre la propaganda homosexual, por ejemplo, no debemos olvidar que la homosexualidad estaba prohibida por ley en varios países occidentales de Europa hasta los años setenta. Entre 1950 y 1994 se dieron 50.000 condenas por homosexualismo en Alemania Occidental. La razón de las actuales leyes de liberación e igualdad de oportunidades en Occidente fue empujada por la revolución sexual de los años sesenta y setenta, una revolución que tocó a la Unión Soviética de una manera muy limitada. Krone-Schmalz considera que nuestra imagen negativa de Rusia se debe también a una prensa occidental que no tiene la capacidad de mantener una perspectiva lo suficientemente amplia ante lo que está pasando. ¿Por qué escuchamos tanto sobre los cientos que fueron asesinados durante el Euromaidán, y tan poco sobre los cuarenta y dos manifestantes prorrusos que fallecieron cuando la Casa de los Sindicatos de Odessa se quemó? Aquello que no encuadra bien en la serie de argumentos occidentales se pasa por alto y se calla. Krone-Schmalz no niega que las noticias oficiales de Moscú están caracterizadas por la propaganda, pero considera que los periodistas occidentales no llevan a cabo su función social cuando no investigan el grado de veracidad de las noticias. «Tan pronto como pasa algo en Rusia que “nosotros” en Occidente no entendemos inmediatamente, porque no conocemos los contextos y los antecedentes, entonces aparece nuevamente la imagen del enemigo», escribe ella.
Krone-Schmalz ha sido criticada por cometer el mismo error: pasar por alto sucesos que no encuadran en su narrativa, como las evidentes violaciones de los derechos humanos en Rusia. Existen también periodistas y escritores en el campo más crítico del Kremlin que consideran que Occidente tiene parte de la culpa por la mala relación existente. La redacción del canal de televisión Dozjd (Tv Rain), desde su establecimiento en 2010, ha sido conocida por las críticas incontrolables hacia Vladimir Putin y su partido Rusia Unida. El jefe de varios años de redacción del canal, Mikhail Zygar, publicó en 2015 Vsja kremljovskaja rat. Kratkaja istorija sovremennoj Rossii (Todo el ejército del Kremlin. Una historia corta sobre la Rusia moderna). Allí describe el tiempo del mandato de Putin como una especie de viaje desde Occidente a Oriente. Al comienzo de su primer periodo presidencial, Putin