Democracia envenenada. Bernhard Mohr
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Sin saberlo de antemano, Yuri había hecho un cambio de carrera coincidiendo con el mayor crecimiento económico de la historia rusa. Probó diferentes trabajos pequeños antes de poner sus ojos en un anuncio del Moj rajon en el que estaban buscando distribuidores. Pasaron un par de meses antes de que la directiva entendiera que su disciplina militar, sus conocimientos geográficos detallados y una gran fuerza de negociación eran una combinación ganadora. Le dieron la responsabilidad de toda la división de distribución.
Cuando el periódico fue lanzado en Moscú, Yuri era el único de los directores de división en San Petersburgo que quería «conquistar un nuevo territorio». Arrendó un pequeño apartamento en la capital y empezó a viajar semanalmente. Yuri y yo nos convertimos en una especie de soldados hermanos, ya que el pequeño periódico experimentó conflictos con las autoridades locales, precisamente por la distribución. Antes de que Moj rajon llegara a la calle, las administraciones locales de Moscú —hay más de cien de ellas—, tenían el monopolio de las noticias en los barrios. Un par de veces repartían un folleto de cuatro a ocho páginas en los buzones de las casas, donde se explicaba todo el trabajo provechoso que hacían por los habitantes. No a todos los burócratas les pareció tan fácil aceptar que de repente apareciera una fuente de información alternativa, una que no solo estaba escrita, fotografiada y editada por profesionales e impresa a cuatro colores, sino que también hacía preguntas críticas acerca de promesas electorales sin cumplir y retrasos en el mantenimiento de las instituciones educativas del barrio. En algunos sitios los burócratas se veían tan provocados que obligaban a los centros comerciales y a las cafeterías del sector a retirar nuestro periódico de exhibición. Nosotros respondíamos con una visita. Mientras que yo —el representante de los dueños extranjeros— llegaba para dar una apariencia de solidez y estatus, Yuri trataba de hablar con los burócratas para que razonaran. Con la ayuda de su lenguaje creativo y popular, y un estilo un poco autoritario, generalmente lograba que estuvieran de acuerdo con que recibir información de más de una fuente, en realidad representaba un enriquecimiento para los moscovitas.
Diez años más tarde, son nuevamente «los burócratas sinvergüenzas que no son capaces de hacer un trabajo decente» sobre los cuales Yuri quiere hablar. Él se sentó luego de saludarme cordialmente, tirar al lado su maleta negra y traer del mostrador un capuchino con bastante azúcar. A pesar de que ha engordado un poco, sigue vistiéndose impecable y se muestra tenso en la expresión, muy bien afeitado, con un corte de cabello corto y con unas gafas de sol negras que le quedan bien. Como de costumbre, logró dejar su automóvil al lado, a pesar de que la vía y el andén están repletos de autos. Hace algunos años Yuri inició su propia compañía de distribución, que también produce diversas publicaciones. Los clientes son empresas privadas, autoridades locales y, en ocasiones, partidos políticos. El clima de negocios no se ha sido tan fácil en el tercer periodo presidencial de Putin, me cuenta Yuri. Durante el último año se ha inscrito en licitaciones públicas que no han sido reales, porque los burócratas han decidido de antemano a quién darle el contrato. Se ha vuelto común usar «espantapájaros» —condiciones que son imposibles de llenar en los contratos, para espantar a actores independientes que de otra forma hubieran podido participar —. No hace mucho tiempo, Yuri recibió una adjudicación que consistió en producir y distribuir folletos durante las elecciones para un político local conocido, algo que abiertamente no les gustó a todos. De repente, quienes le dieron el contrato empezaron a insistir en que el «espantapájaros» debía cumplirse, lo que implicaba hacer unas impresiones de prueba de gran tiraje. Como no tenía los medios económicos para hacerlo, Yuri tuvo que romper el contrato.
«Desafortunadamente, la política y la burocracia están llenas de monstruos así, que piensan solamente en sí mismos y en lo suyo. A ellos les importa una mierda y ven a la gente solo como una fuente de ingresos y nada más que eso. El político que publicitó el trabajo se ve a sí mismo como un pequeño zar local. Él tiene tanto poder que sabe que no van a haber consecuencias si rompe un acuerdo. Entendimos que él iba a envenenar todo nuestro negocio si le hacíamos resistencia», dice Yuri mientras se toma un buen sorbo de café.
Él subraya que todavía existen «burócratas completamente normales y políticos con los que es posible hacer acuerdos». Pero tiene la sensación de que los órganos de control y de seguridad de las autoridades han empezado a hacer seguimiento sobre qué es lo que sucede en el mundo empresarial. Por ende, los burócratas están ahora más pendientes de quienes sirven a las autoridades como proveedores. También, otros empresarios que él conoce, se quejan sobre las relaciones tan estrechas que existen entre los servidores públicos y la economía privada, y de que aquellos que son más hábiles para usar los sobornos con los burócratas, son también quienes se quedan con la mayoría de contratos.
Yuri considera que la corrupción tan extensa tiene que ver con la mentalidad soviética que todavía caracteriza a su generación, en el sentido de que tratan bien «a todos los que están dentro», pero se preocupan muy poco por quienes están por fuera.
«Cada cual cuida su propio apartamento y su propia dacha10, y simplemente le echa la basura al vecino. Lo que está por fuera de la cerca es tratado como una mierda. Así era en la Unión Soviética y así sigue siendo todavía. Pero, afortunadamente, nos encontramos en una época en que la forma de pensar está cambiando». Él destaca a una de sus jóvenes empleadas, quien después de haber ahorrado dinero durante dos o tres años, empacó la mochila y se mudó al Sudeste Asiático. Allá parece que se siente bien y que se va a quedar, pero todavía sigue aceptando trabajos de escritura y redacción para Yuri. Algo así era inimaginable para los de su generación. Los que crecieron en la Unión Soviética han tomado el mundo fuera de ella con pasos precavidos a través de viajes de verano a Europa Occidental y Europa del Sur. Yuri y su esposa han estado en Finlandia, Italia, España y muchas veces en Alemania. A finales de la época del Moj rajon, vino de visita un fin de semana a Oslo. Recuerdo bien cómo abrió los ojos cuando vio la mayonesa y el caviar en tubos. En la Unión Soviética todo el metal se guardaba para la industria del armamento, y era impensable que algo así se usara para productos de consumo.
Sin darnos cuenta, llegamos de nuevo a donde nos encontrábamos hace diez años: hablando de las diferencias y similitudes entre Rusia y Europa. Yuri conoce mejor Alemania debido al tiempo que pasó allí como militar y gracias al amigo al que suele visitar una vez al año. Él considera que los alemanes respetuosos de la ley («que siempre compran una licencia para pescar a pesar de que se encuentren a muchas millas de distancia de la próxima estación de policía o guardabosques») y que en general son más educados que los rusos. De todas formas, es a Occidente al que se le debe achacar la culpa por el aumento de tensión entre Rusia, por un lado, y la Unión Europea y la otan por el otro. Ucrania y Crimea son solamente una cortina de humo, considera Yuri. La Unión Europea en realidad ha impuesto sanciones contra Rusia más que todo para enfrentar sus propios problemas económicos. La gran política después de 1991 en realidad solo trata sobre el capitalismo. Esto también se aplica en Rusia. Cuando Putin envía sus aviones caza a Siria lo hace principalmente para promover su propia industria de armas. Todo el sector público ruso está sin duda impregnado de «trucos aprendidos de Occidente». El Primer Canal «muestra pura mierda», pero según la perspectiva de Yuri, solo es una reacción natural ante el hecho de que los políticos y los periodistas rusos de los últimos veinticinco años se han contagiado de los métodos capitalistas de Occidente.
«En la vieja Europa casi todo está repartido, hay poco crecimiento y la industria tiene problemas.