Taller de redacción de artículos para estudiantes universitarios. Nelson Andrés Molina Roa

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Taller de redacción de artículos para estudiantes universitarios - Nelson Andrés Molina Roa

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con el ámbito del conocimiento y su contexto social. Típicamente, este informe se presenta a modo de artículo, capítulo de libro o libro.

      Fuente: elaborado a partir de Mendizábal (2006) y Vasilachis (2013).

      Acorde con los tres paradigmas, los diseños de investigación pueden ser estructurados (lineales e inmodificables), combinados (el orden de algunos elementos puede ser alterado) o flexibles (Mendizábal, 2006); siendo el último el más coherente con la investigación cualitativa. Como se ha mencionado anteriormente, la importancia que se da en la investigación cualitativa a los participantes, los procesos, las estructuras, los significados y la perspectiva del indi­viduo —sumadas a la naturaleza flexible y emergente de los datos que surgen del análisis naturalista de las palabras y del comportamiento de los entrevistados— obliga al diseño investigativo a ser igualmente flexible y aludir a la estructura subyacente de los elementos que gobiernan el funcionamiento de la in­vestigación. Dicha estructura anticipa, para una mejor comprensión del fenómeno social a investigar, la organización del informe de resultados a partir del orden intrínseco que tienen los elementos en el contexto real. Dentro del proceso investigativo podrían presentarse situaciones nuevas y cambios en las preguntas de investigación, los objetivos o la metodología; aunque se debe conservar una idea o lógica de totalidad integradora que comunique entre sí los conceptos y los datos, los primeros pueden ser superados o modificados a medida que la etapa de exploración y la naturaleza de los datos lo requieran. En este orden de ideas, el diseño conjuga coherentemente justificación, propósitos, teoría, preguntas de investigación, método y criterios de verificación de la calidad.

      La investigación, en sentido estricto, surgió con los eruditos humanistas del Renacimiento, quienes, por regla general, dentro de los colegios de nobles y las universidades medievales se encargaron de formular, cuestionar y sistematizar experiencias acerca de la enseñanza desde una perspectiva pedagógica de carácter filosófico. Ocupados de problemas específicos de la enseñanza de las altas ciencias, recogidas en la recién fundada didáctica, los renacentistas se preguntaban acerca de la naturaleza del conocimiento y la mejor manera para comunicarlo; del mejor método para la enseñanza según las diversas ciencias, edades y condiciones; y acerca de si es posible fundar un método general que permita enseñar todo a todos, pregunta mayor de la didáctica magna formulada por J. Amos Comenio (Comenio, 1922; Saldarriaga, 2006; Schara, 2006). Del mismo modo que lo hacen diversas agrupaciones sociales, la comunidad científica fue creando un lenguaje y unas reglas propias, explícitas e implícitas, cuya particularidad está dada por los temas que la ciencia aborda, los mensajes que quiere transmitir y los géneros trabajados (libro y artículo como principales medios de expresión). Cualquier persona que emprendiera una investigación con fines prácticos o teóricos debería conocer este lenguaje y estas reglas para ser aceptada por la comunidad y alcanzar en ella un estatus (Bonilla, Hurtado y Jaramillo, 2009, p. 89). Por supuesto, en la medida en que fueron complejizándose las temáticas tratadas y el lenguaje se fue especializando, el artículo fue afianzándose como género de élite, propio de investigadores en propiedad, que veían —y ven— con malos ojos los escritos académicos no positivistas o no provenientes de las élites intelectuales. Dicha situación ha venido cambiando, entre otras razones, gracias a la aparición de paradigmas diferentes al positivista, de las tecnologías masivas de la comunicación y de la investigación formativa, que ofrece a estudiantes e investigadores en formación la posibilidad de llevar a cabo procesos investigativos y escribir artículos.

      En la investigación formativa,

      aunque sigue las mismas pautas metodológicas y se orienta por los mis­mos valores académicos de la investigación en sentido estricto, no existe un reconocimiento por parte de la comunidad académica de la novedad de los conocimientos producidos y admite niveles diferentes de exigencia. (Cerda, 2007, p. 63)

      A pesar de esto, en La investigación como base de la enseñanza (1985), Stenhouse no concibe la labor docente sin la investigación formativa como base de las prácticas de aprendizaje, pues una y otras están ligadas inevitablemente. Desarrollar procesos investigativos y presentarlos, entre otras posibilidades escriturales, en un artículo, permite al estudiante el abordaje autónomo del conocimiento y aleja la relación docentes-estudiantes de la mera transmisión del conocimiento.

      En ese sentido, Cerda (pp. 65-67) reconoce tres etapas de la investigación formativa: investigación exploratoria, formación para la investigación, e investigación que transforma la acción. La primera “indaga y explora necesidades, problemas, hipótesis y poblaciones”, es una etapa de búsqueda de información; la segunda se propone “formar teóricamente, metodológica y técnicamente al investigador científico”, y la tercera es la que consigue que la investigación sea un ente transformador de la sociedad.

      Actores determinantes de la revolución escritural fueron los académicos —sabios, escribanos, exégetas, filósofos, cabalistas, maestros y científicos—, que desde los albores mismos de la escritura se organizaron alrededor de la pro­ducción, divulgación, análisis, reflexión y crítica de los textos desde diversas perspectivas, filosofías e intencionalidades. Sus trabajos adquirieron con el tiempo características suficientes para ser considerados por la tradición como un género independiente: los textos académicos, cuyas raíces se podrían rastrear en los primeros tratados mesopotámicos, semitas, egipcios y chinos propios de la escritura temprana, la Antigüedad clásica y la temprana Edad Media (Rincón, 1992; Sallaverría, 2003). A mediados del siglo XV, la imprenta, inventada para Europa por el alemán Johannes Gutenberg (Senner, 1989; Calvet, 2001), consolidó al libro, el periódico y la revista en papel como los medios oficiales de divulgación del conocimiento y contribuyó a que la comunidad científica, para el caso específico de los textos académicos, regulara —explicita e implícitamente— y es­tandarizara la forma de presentación de los contenidos, el método con el que estos deberían abordarse, e incluso, qué contenidos podrían tratarse y quienes, cuándo y cómo podrían hacerlo.

      Dichos protocolos de elaboración y presentación de los textos académicos no presentaron mayores modificaciones durante siglos, hasta la aparición en las postrimerías del siglo XX de las tecnologías de la comunicación y la información (TIC) y del hipertexto (entendido como una forma de enlazar, en las redes, el texto con otros textos, lugares o códigos) que ocasionaron, además de la paulatina migración al soporte digital, nuevos procesos y conceptos sobre la lectoescritura que aún están por determinarse (American Library Association, ALA, 1989; Sallaverría, 2003). Ahora mismo, durante las primeras décadas del siglo XXI, se usan alternativamente textos impresos y textos digitales sin sentar diferencias claras entre unos y otros, tal y como lo evidencian las siguientes definiciones del término texto:

      •“Todo lo que se dice en el cuerpo de la obra manuscrita o impresa, a diferencia de lo que en ella va por separado; como las portadas, las notas, los índices, etc.” (Real Academia Española, 2016, núm. 4).

      •Un discurso con significado en un contexto social concreto, que nos lleve a formar interlocutores de los textos que

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