Nueva pangea. Jesús M. Cervera

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Nueva pangea - Jesús M. Cervera

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abuela seriamente, aunque recuerda que ella no está del todo bien, no todo el mundo se puede curar a tu velocidad; por cierto, está ingresada en el hospital de Breinosh, piso 7, habitación 713.

      Alexander asintió con la cabeza, muchas dudas y preguntas le rondaban y el hecho de que un tío raro y gigante que podía cambiar de forma viniera a matarle sin más, solo hizo que su curiosidad aumentara, así que dio las gracias de corazón a doña Juana y a Marian por todos los cuidados y las molestias y se puso en marcha hacia el hospital.

      El hospital de Breinosh estaba casi en la entrada de la ciudad. Para facilitar su acceso, Alexander entró por recepción y buscó la habitación donde estaba su abuela, pero al entrar le impresiono mucho la escena que se encontró. Su abuela, que estaba siendo asistida por máquinas para ayudarla a respirar, aún tenía las marcas de los dedos de Ruminanto en el cuello, la cara demacrada. Era una mujer muy fuerte, criada en el campo y Alexander pensó que sobreviviría.

      —Abuelita, estoy aquí contigo.

      Ella abrió despacio los ojos y movió la mano con dificultad para coger la de su nieto con las pocas fuerzas de las que disponía.

      —Cariño, busca a tu mamá en Cervera.

      —Para mí tú siempre has sido como mi madre, abuelita.

      —Lo se cariño, pero yo solo soy tu abuela, has de encontrar a tu madre.

      —¿Por qué debería buscarla ahora abuela?

      —Solo ella puede ayudarte a entender el misterio que te rodea o seguirán apareciendo tipos feos y malos como el del otro día.

      —Pero entonces, ¿mi madre me abandonó?

      —No, por Dios, no digas eso cariño, ella te ama con locura, al igual que yo. No imaginas lo duro que fue para tu mama entregarte a tu abuelo para que te trajera aquí, pero tuvo que hacerlo para protegerte de todo. Pero ahora que ya te han encontrado, debes moverte y buscarla, tu mamá se llama Claire Evans, encuéntrala cariño. Yo siempre estaré aquí para ti mi vida, ahora ve sin dudar, yo estaré bien. Mientras reconstruyen la casa viviré con nuestra vecina, la señora Juana.

      —Iré, pero te juro que volveré pronto…, te quiero.

      —Y yo, tesoro mío, y yo.

      Y después de esta interesante y reveladora conversación, Megan volvió a cerrar los ojos lentamente para dormirse otra vez mientras soltaba la mano de su nieto. Alexander metió el brazo de su abuelita en la cama debajo de la sabana, la arropó y le dio un beso en la frente. Si quería saber lo que estaba pasando, tendría que salir del pueblo y empezar una aventura que ni él sabía a dónde acabaría. Así que volvió a su casa, que había quedado bastante destrozada después de la intensa pelea, y entre los enseres desordenados buscó su mochila favorita y metió lo necesario para el viaje. Se sentía muy extraño. No le hacía ninguna gracia dejar sola a su abuela en el hospital, pero algo dentro de él le decía que debía partir, así que salió de la casa y comenzó a andar. Le sorprendió gratamente que casi todos sus vecinos habían salido a despedirlo, aunque no sabía cómo se habían enterado de que se marchaba, le dio la impresión de que todo el mundo sabía su verdadera historia. Antes de partir escuchó una voz…

      —Espera, Alex, yo iré contigo. Dijo Marian.

      La verdad es que no le extrañaba nada la decisión de su buena amiga, pues algo dentro de él le decía que su amiga se uniría a su aventura tarde o temprano, a fin de cuentas, era su mejor amiga y nunca le había dejado solo ante nada. Alexander buscó a la madre de Marian entre el gentío y, mirándola a los ojos, creyó descubrir que estaba de acuerdo en que su unigénita le acompañara.

      Se marcharon tras despedirse. Frente a ellos se abría el horizonte, desconocido y peligroso. Con paso firme comenzaron una aventura que cambiaría sus vidas, la de sus conocidos y la historia del mundo entero para siempre. Al principio estuvieron caminando los cada uno en sus propios pensamientos. Hasta que Alexander se paró en seco, miró a los ojos de Marian para decirle:

      —Dime algo, Marian, ¿por qué has decidido acompañarme? ¿Acaso te lo pidió mi abuela o tal vez tu madre?

      —Nadie me ha pedido nada de nada, ni me han obligado, ni nada parecido Alexander… Tú eres mi mejor amigo y si tienes un problema, yo tengo un problema.

      —Gracias, Marian.

      Alexander se quedó mirando a Marian y le regaló una sonrisa. Acto seguido ambos continuaron caminando, y puede que fuese solo una pregunta lo que Alexander le preguntó, pero ese sencillo acto relajó mucho el ambiente entre los dos amigos, era como si Alexander estuviese mucho más cómodo al lado de Marian al saber que había sido ella misma la que había decidido por su propia voluntad acompañarlo en aquel complicado y largo viaje. Así que los dos amigos estuvieron varios días andando y durmiendo por la montaña y el bosque, y todo apuntaba a que iba a ser un viaje muy tranquilo, pero justo cuando más cómodos y tranquilos estaban, una veloz flecha negra surgió entre medio de los árboles del bosque a una gran velocidad, pasando tan cerca del brazo derecho de Marian que llegó a hacerle un corte, aunque algo superficial. Los dos amigos dejaron caer rápidamente sus mochilas y se pusieron en guardia mientras buscaban alrededor al misterioso atacante. No lo podían localizar. Los árboles eran grandes, frondosos y con mucha maleza y justo en ese momento, apareció una segunda flecha, pero esta vez del lado contrario, directa a la espalda de Alexander. Marian le empujó y, como consecuencia, la flecha le rozó la pierna izquierda, y ella trastabilló hasta el suelo. Alexander se acercó para cubrirla. Una aguda y perversa risa nació de los árboles. De allí surgió un tipo flaco, de piel oscura, como pintada, con el cabello largo y negro, también vestido de negro con botas con oscuras de hebillas doradas y un arco alrededor del cuerpo, un carcaj negro a la espalda.

      —Te saludo, alado, me llamo Frank Golegas, soy el Niju del elfo oscuro y he venido por orden expresa a matarte. —Dos veces en una semana, dos tipos super distintos y con la misma frase. No podía ser una simple coincidencia—. Por cierto, debo felicitar a tu damita, no solo vio mis flechas, sino que además fue capaz de esquivarlas dos veces, bueno… casi esquivarlas.

      Mientras Frank hablaba, Alexander notaba que esa extraña sensación de hace días volvía a brotar dentro de él, como si el ansia de luchar o el amor por la guerra despertaran con los problemas. Aunque lo único claro, era que cuando esa sensación lo envolvía se sentía de maravilla

      Con un ágil movimiento, Frank consiguió situarse encima de Marian, la agarró del cuello con la mano derecha mientras que con la izquierda sacó otra flecha envenenada de su carcaj y amenazó con clavársela a Marian en la cara.

      —Ahora observaré gustoso la cara de desesperación de tu amiguito al ver lo cerca que estás de tu muerte.

      Aunque justamente al girarse para buscar a Alexander, fue grande su sorpresa al ver que su rival ya no estaba allí, y en ese preciso momento notó cómo una patada impactaba de lleno en su cara haciendo que se estampara de espaldas contra uno de los árboles para que, acto seguido, Alexander repitiera el mismo golpe que le había dado a Ruminanto en el pecho para mandar a Frank lejos con un par de costillas fisuradas. Frank no podía creer lo que acaba de pasar, en tan solo dos segundos había recibido la paliza de su vida por parte de un muchacho, así que decidió pasar a la acción con su arma favorita, el arco. Cogió una flecha negra de su carcaj y apuntó justo al corazón de Alexander, pero al apuntar miró de reojo hacia la izquierda y se percató que esta vez era Marian la que no estaba en el suelo y, por inercia, pensó que seguro que vendría por abajo. Escuchó un grito que llegaba desde el cielo y al levantar la cabeza, el pie de Marian chocó brutalmente contra su cara para,

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