Nueva pangea. Jesús M. Cervera
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—Puede que me hayáis ganado esta batalla, pero habéis perdido la guerra, pues nunca sabrás cómo sacar ese veneno del cuerpo de tu amiga jajaja.
Frank estaba contento de pensar que había acabado con la compañera de Alexander, pero en ese instante la cólera invadió de nuevo el cuerpo de Alexander y sus ojos se llenaron de blanco al tiempo que una lágrima de sangre salía de su lagrimal. Levantó la pierna derecha y golpeó la cabeza de Frank que cayó en el acto.
Después de calmarse, Alexander se acercó a Marian la cogió en brazos y se dispuso a llevarla a un médico y, aunque su primer pensamiento era volver a Breinosh, enseguida pensó que estaban bastante lejos de casa y que posiblemente sería mejor llegar al siguiente centro médico, así que corrió con Marian en brazos sin detenerse. Le extrañó que no se cansaba, esto le ánimo y aceleró más aún para llegar antes a su destino.
No muy lejos de allí, Frank Golegas se empieza a despertar, muy magullado, con la cara ya totalmente vendada. Gira despacio la cabeza y descubre junto a él a Ruminanto Rezep, también con varias heridas por el cuerpo.
—¿Has visto ya cómo pelean esos dos críos, cabeza de flecha? Ya te lo advertí que no les ganarías, así como así, parecen dos jóvenes normales y corrientes, incluso algo tontos o lentos, pero todo es un puto espejismo pues cuando su poder se activa, se vuelven auténticas bestias salvajes. Sabemos de sobra por qué el alado es así de fuerte, pero aún desconocemos qué oculta esa joven que va con él; de todas formas, el jefe Vroken nos ha mandado llamar ahora mismo, así que lo mejor será que volvamos. Nos aguarda un largo viaje por delante.
Alexander llegó con Marian en brazos ante un gran cartel con fondo blanco y letras rojo intenso: «CARPENTARIA, la gran ciudad del oficio y ocio». Firmaba parte de la región de Paratetis, pegada a Euramerica, pero muy distinta a la vez. Era increíblemente moderna con todo tipo de lujos, vicios y privilegios. La gente de esta ciudad la llamaba Las Vegas 2.0. Los edificios disponían de potentes aires acondicionados y de doble pared para evitar el calor y el bochorno, pero a pesar de tanto calor jamás se producía efecto invernadero en esta región, muy posiblemente debido a la increíble tecnología de los Dhaibukys. Mirara donde mirara, todo estaba hecho para atraer la atención y motivar el consumismo compulsivo, sobre todo para una persona que había vivido toda su vida en una calmada montaña. Poco a poco, Alexander empezó a perder la noción del tiempo debido a todos los estímulos externos que estaba viviendo en ese momento, a tal punto llegó a sobre estimularse que casi olvida que su buena amiga Marian estaba enferma, pero volvió en sí y preguntó a una persona por el hospital más próximo. Hacia allí corrió, y una vez llegó, los enfermeros salieron a la puerta de urgencias con una silla de ruedas y se llevaron a Marian hacía el interior, mientras pedían a Alexander que aguardara en la sala de espera.
Mientras tanto, en el punto más alejado de la ciudad, un extraño hombre va andando con paso tranquilo, mirada perdida, sin llegar a pestañear, realmente es un tipo extraño, muy delgado, el pelo negro y corto, patillas largas, nariz puntiaguda y, lo más importante: lengua estrecha, más estrecha de lo normal. A un agente de policía que se encuentra de servicio, le parece sospechoso, le pregunta y como no contesta, cuando se dispone a arrestarlo, se da cuenta de que no puede, le duele el pecho, está sangrando y unos segundos después se desploma. El hombre pasa por encima de su cadáver.
Para entonces ya habían asignado una habitación a Marian, que yacía en la cama, con varios goteros puestos.
El doctor César Robinson estaba hablando con Alexander.
—No se preocupe —le decía—, gracias a los avances médicos de hoy en día, un envenenamiento no es un problema para preocuparse. Por suerte y con la medicina actual que nos ha proporcionado La cúpula, tu amiga solo necesitaría descansar un par de días, unos cuantos goteros y pronto estaría bien otra vez.
Esta noticia relajó mucho a Alexander, pero pasadas unas dos horas, volvió el doctor a la habitación de Marian con la cara descompuesta y le comentó que necesitaba hablar con él, así que le acompañó fuera de la habitación, al pasillo del hospital.
—No entendemos lo que pasa, no conocemos este tipo de veneno que corre por la sangre de Marian, así que, sintiéndolo de todo el corazón, no podemos hacer nada por su amiga de momento. Esperar solo eso. Y como mucho puedo dejarla sedada para evitarle el dolor con un gotero para alimentarla.
Alexander agachó la cabeza y se quedó callado Entró en la habitación de Marian, se sentó al lado de la cama, agarró la mano de su amiga y se quedó al lado de ella hasta que se quedó dormido. Pasado un buen rato la puerta se abrió muy despacio y un hombre grandísimo y corpulento con barba entró y se acercó hasta la cama de Marian sin hacer el menor ruido. Introdujo un líquido blanco en el gotero de Marian y se fue como había entrado. A la mañana siguiente, Marian se despertó y se sentía en perfecto estado, se vistió y, con calma, se acercó a Alexander para despertarlo. Este, al abrir los ojos no pudo articular palabra por la sorpresa y cuando unos minutos después entró el doctor, también se quedó sin palabras, lo único que se le ocurrió decir fue:
—Por favor, señorita, no se ponga en pie, su estado de salud muy débil.
—Doctor, me encuentro perfectamente, así que deme el alta. Tenemos bastante prisa.
—No puedo darle el alta, así como así, aún tengo que realizarle algunas pruebas. Ayer estaba a punto de morir y hoy me dice que está genial. Como comprenderá, eso no es normal así que si no se vuelve a tumbar tendré que llamar a las enfermeras para que la seden.
Y el doctor cumplió su amenaza pues salió al pasillo y pidió ayuda a varias enfermeras para sedar a Marian, pero Marian cogió su mochila, le lanzó a Alexander la suya, se acercó y abrió la ventana de la habitación de par en par.
—¡Saltemos!
—Marian, estamos a cuatro pisos de altura.
—Vamos, Alexander, ¿cuántas cosas increíbles hemos visto en estos días? Pongámonos a prueba una vez más. —Puso el pie en el alfeizar y estiró su mano derecha en la dirección que estaba Alexander—. ¿Confiaras en mí?
Alexander la miró a los ojos y notó una descomunal confianza. Ambos saltaron sin miedo ni dudas por la ventana hasta el patio interior del hospital, aunque cuán grande fue su sorpresa cuando al levantarse del suelo, el doctor César ya estaba allí abajo esperándolos.
—Te saludo, alado, me llamo César Robinson Niju del unicornio y he venido por orden expresa a matarte, aunque primero intenté matar a tu amiguita, no sé cómo se ha salvado. De todas maneras, ahora moriréis los dos.
A pesar de haber sido amenazados, los dos amigos estaban bastante tranquilos. El doctor no impresionaba demasiado. Un hombre flaco y pequeño. Pero se lanzó sobre ellos y dio un puñetazo tan rápido que Alexander salió despedido golpeándose contra una de las paredes del hospital mientras, al mismo tiempo, daba una patada en el estómago a Marian, que salía despedida golpeándose con un banco de madera. Los dos amigos se levantaron rápidos y sus miradas se cruzaron un solo segundo, en ese miraba estaba escrita la palabra «aprender». No volverían a subestimar a nadie y menos por su físico, así que ambos se pusieron en guardia para frenar los ataques de un doctor demente, que, sin mediar palabra volvió a arremeter contra Alexander golpeándolo duramente en el pecho, confiando en que lo estamparía e nuevo contra la pared; pero, para sorpresa del doctor Alexander, soportó el golpe y lo sujetó por su bata mientras Marian aparecía por detrás y abrazaba con fuerza al doctor por