Nueva pangea. Jesús M. Cervera
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—Ve con cuidado, Marian, a partir de ahora golpeara con más fuerza.
Y así fue, una vez transformado, el doctor corrió a gran velocidad delante de Marian y le clavó su recién adquirido cuerno en el hombro, y la empujó con las dos manos a la vez, para hacerla volar hasta una ventana del segundo piso del hospital. Acto seguido, se giró en busca de Alexander al cual también empujó, arrinconándolo contra la esquina y una vez allí comenzó a darle una serie de puñetazos, pero algo estaba pasando en contra de la voluntad del doctor, pues cuanto más golpeaba a Alexander, más duro se ponía el cuerpo de este y esa leve aura dorada volvía a brillar cada vez más de su cuerpo, hasta que Alexander lo agarró de la muñeca derecha con tanta fuerza que le partió la muñeca. No terminó ahí, mientras el doctor se quejaba, Alexander le propinó un tremendo puñetazo y le partió el esternón. Lo hizo volar hasta el centro del patio y antes de que se levantará, apareció Marian que cayó sobre él y le partió la rodilla derecha. Entre gritos de dolor, el doctor sacó su móvil y le dio a rellanada, Marian lo vio y de un pisotón le destrozó el teléfono. Las ventanas estaban llenas de personas mirando y grabando con el móvil, así que decidieron salir rápidamente y corrieron por calles desconocidas. Se perdieron enseguida y acabaron en un callejón en el que aguardaban cinco tipos con malas pintas. Todos con gafas de sol, vaqueros negros, botas de punta de acero, chalecos negros y pañuelos negros en la cabeza. Estaba claro que la cosa no se iba a poner bien.
—Somos los skull die y vosotros, pringaos, es mejor que nos deis todo lo que lleváis encima de valor y no os haremos daño.
Dicho esto, Alexander y Marian se miraron a los ojos nuevamente pues los dos sabían que con sus nuevas descubiertas habilidades podían destrozar a esos cinco pardillos en segundos, así que fue pensado y hecho. Alexander se lanzó sobre el que acababa de hablar que parecía el líder, pero este replicó con un puñetazo que impactó de lleno en el rostro de Alexander mientras otros dos se abalanzaban contra Marian y la sujetaban. El resto se acercaron a Alexander y le robaron el poco dinero que tenía. Lo golpearon, y acto seguido tiraron a Marian encima de él. Se fueron los cinco corriendo a través de las calles. Marian ayudó a Alexander a incorporarse y ambos se sentaron apoyados sobre la pared.
—¿Por qué…? ¿Por qué no nos ha pasado como las otras veces?
—Creo que aún no comprendemos bien lo que nos pasa.
Se quedaron en silencio un buen rato. Pasado un tiempo, Alexander se puso en pie de golpe y tendió la mano a Marian para que ayudarla a levantarse.
—Por mucho que pensemos, ahora mismo no resolveremos nada, lo mejor será buscar algún sitio para refugiarse de la noche.
Poco tiempo después, encontraron una casa albergue que acogía gratis a gente de cualquier tipo y, sin mediar pregunta alguna, entraron. Una señora mayor gordita con el pelo recogido, un vestido rosa de flores les ofreció una habitación gratis así que pasaron allí la noche a las mil maravillas y gracias a la gran amistad y respeto entre ambos pudieron dormir en la misma cama sin miedos ni prejuicios.
Bastante lejos de ellos de allí, en una mansión situada en otra ciudad, un hombre de aspecto imponente espera sentado en su trono de huesos y hormigón a que Ruminanto y Frank le reporten la gran noticia de que han matado a Alexander Evans, obviamente estos se ven obligados a contarle la verdad, aunque se nota en sus cuerpos que mientras cuentan lo sucedido están muertos de miedo, lo cual no hace sino encolerizar al misterioso sujeto. Sus ojos cambian a un color rojo fuego y el cielo cercano se nubla, mientras a lo lejos se oyen con fuerza los gritos de dolor y las súplicas de Ruminanto Rezep y de Frank Golegas.
Amaneció. Los dos amigos habían recibido un generoso desayuno en el albergue. Dieron varias veces las gracias a la dueña del albergue que decidió regalar a cada uno de ellos una bolsa con comida y agua para el viaje pues se había dado cuenta de que no llevaban pertenencias y le habían inspirado compasión.
—¿Podría decirnos qué dirección tomar para ir a la ciudad de Cervera?
—Claro, jovencita, lo mejor es salir de la ciudad y coger el camino del bosque hacia el norte durante varios días de viaje, pero os aviso que estáis muy lejos, tal vez sería mejor ir en avión o en autobús.
Como estaban sin blanca, se pusieron a andar por las calles de la ciudad preguntando a la gente hasta que consiguieron salir de la ciudad y anduvieron en la dirección que les había explicado la señora del albergue.
Conforme salían de la ciudad, de nuevo el misterioso hombre del día anterior de mirada perdida y lengua estrecha entraba en el albergue donde habían dormido los dos amigos.
—Disculpe, amable señora, ¿han dormido aquí un joven de cabello castaño acompañado de una jovencita rubia muy guapa?
—No, la verdad que aquí no he visto a jóvenes como los que usted describe, caballero —mintió porque el hombre no le inspiraba confianza.
—Gracias, señora —dijo antes de acribillarla.
Lejos de allí y pasadas unas horas, Marian y Alexander llegaban a una estación de servicio eléctrico. Los coches flotaban sobre un asfalto de caucho, fabricado con los antiguos neumáticos de los coches de gasolina, y muchos imanes de antiguos aparatos electrónicos reciclados. Los vehículos se recargaban en menos de media hora y otros directamente se cargaban con placas solares unidas a su propio techo o en las llantas del neumático. Descansaron un rato en un banco y tomaron algo de la comida que les quedaba de la bolsa del albergue. Una vez se hubieron alimentado y descansado Alexander le comentó a Marian que necesitaba ir al aseo que había en la estación de servicio antes de continuar el viaje. Marian asintió con una sonrisa pues le hizo gracia que Alexander le diera tal información en vez de ir directamente. Y mientras Alexander caminaba en dirección hacia el aseo, Marian decidió acostarse sobre el banco para que le diera un poco el sol y ya de paso relajarse un poco, pero en ese momento escuchó una voz.
—No deberíais de ir por ahí tan relajados.
Marian se incorporó rápidamente. Vio a un hombre musculoso con gafas oscuras.
—No temas, no vengo a haceros daño, pero llevo un tiempo observándoos y veo que no comprendéis vuestro poder y mucho menos lo domináis, pronto tendréis problemas serios, si no espabiláis.
El tipo señaló hacia los aseos a los que había ido Alexander y cuando Marian se giró a mirar hacia donde señalaba vio que Alexander aún no salía, así que decidió decirle dos cosas bien claras a el tipo de las gafas, pero al girarse otra vez, ya no estaba allí. Alexander salió del aseo y de lejos vio la cara de su amiga, blanca y descompuesta. Aceleró el paso y al acercarse a Marian, ella se puso en pie, pero el tipo de las gafas saltó desde el techo de la estación de servicio y lo lanzó al asfalto. Marian corrió para ayudar a su amigo. El tipo la agarró del brazo derecho lanzándola con fuerza y estampándola contra uno de los vehículos aparcados. El cuerpo de Alexander brilló con esa aura dorada fomentado por la ira, el hombre de gafas puso su mano izquierda en la nuca de Alexander y lo volvió a estampar contra el suelo. El aura dorada desapareció de golpe. Marian saltó sobre él, pero el tipo de las gafas la había visto llegar y la agarró del cuello. No era un tipo normal y corriente.
—No vengo a mataros, pero solo sois dos