El jardín de la codicia. José Manuel Aspas
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—Yo, señor fiscal, hace años que deje de creer. Esperaremos los resultados de los análisis pertinentes, pero mi primera impresión es que sí podría ser. Por otra parte, el teléfono encontrado, y que repito, trató de ocultar, confirma una relación continua entre Mónica Ortega y Alberto Poncel.
—Eso está claro —dictaminó el capitán—. ¿Qué más tenemos?
—Hace unos minutos, el laboratorio forense me ha confirmado por teléfono que hay muestras de ADN y huellas de la víctima dentro del vehículo. Y la otra muestra recogida en el escenario, concretamente en la ropa de la víctima, eran dos cabellos cuyo ADN coincide con el del detenido
—Resumiendo, tenemos confirmado que el vehículo ha estado en el lugar del suceso; que a pesar de negar él cualquier tipo de relación con la joven, inclusive negando el simple hecho de conocerla, se corrobora que la joven ha estado dentro del vehículo y hay restos de ADN del detenido en la ropa de la víctima; además, las llamadas de teléfono demuestran que existía una relación entre ambos —concluyó el fiscal.
—Así es —corroboró Vicente.
—¿Qué sabemos de su coartada?
—Cenó con unos clientes, se despidió de éstos sobre las once. Ese dato se ha comprobado. También afirma que recogió el coche y se fue directo a su casa, pero no hay testigos que lo confirmen. Y Mónica Ortega recibió una llamada desde el móvil encontrado en el trastero, unos minutos después de las once.
—Esperaremos los resultados forenses, sobre todo para ver qué nos dicen de esas barras —terminaba el fiscal—. Pero con lo que tenemos es suficiente para ponerlo a disposición judicial.
—De acuerdo —dijeron al unísono ambos inspectores.
—Les pido por favor que tengan en cuenta que esta persona es un hombre relevante en Valencia; por lo tanto, les rogaría la máxima discreción en esta investigación. Los comunicados que puedan realizarse se efectuarán a través del departamento de prensa de jefatura. Y extremen los procedimientos y protocolos de trabajo.
—¿Lo tienen claro? —gruñó el Comisario.
—Totalmente claro —respondió Arturo, mientras Vicente asentía con la cabeza.
Se dio por finalizada la reunión. Todos se levantaron y se despidieron. Cuando el fiscal se disponía a salir, se giró.
—Otra cosa, señores inspectores. Sepan que el Sr. Berbel, detenido por ustedes el martes, les ha presentado una denuncia por brutalidad y agresión al realizar la detención.
—¡Alias el Montaña nos ha denunciado! —exclamó Arturo—. ¡Será cabrón…!
—Sí, pero no se preocupen. Hemos visto la detención que se registró íntegramente por las cámaras de la estación y puedo asegurarles que se desestimará. Les felicito a ambos, fue una detención ejemplar.
—Gracias —contestaron los dos inspectores; pero Vicente puntualizó—. No, si al final terminaremos siendo famosos.
—Eso se lo puedo asegurar. ¿Puedo hacerte una pregunta Vicente? —El fiscal tenía fama de ser una persona sumamente seria, pero en esta ocasión dejo de ser el fiscal y pasó a ser Raimundo Ruiz, con más de veinte años de trabajo vinculado a Vicente Zafra—. ¿De dónde cojones sacaste esa piojosa maleta?
—Soy un profesional y dispongo de múltiples recursos —contestó Vicente, mientras el fiscal soltaba una inusual y estridente carcajada.
Vicente Zafra se encontraba sentado cómodamente en su sillón, disfrutando de una de sus pasiones: la lectura. Era domingo por la tarde. Sonó el móvil.
Todavía resonaban en sus oídos, en su mente, el estruendoso cañonazo que el capitán Desfosseux dispara contra las tropas Españolas asediadas en Cádiz. Cerró el libro y contestó a la llamada.
—¿Dígame?
—¿Vicente Zafra?
— Efectivamente, así me llaman. ¿Con quién hablo?
—Soy Francisco del Monte. Perdona que te moleste, pero tengo cierta información que te puede interesar.
Del Monte era inspector de otro departamento diferente a Vicente.
—No te preocupes. ¿De qué se trata?
—Estoy de guardia este fin de semana y me he enterado de que el viernes detuviste a Alberto Poncel Parraga, con cargos por asesinato.
—Así es.
—Pues te interesara saber qué hace unos dos años aproximadamente, una joven, creo recordar que portorriqueña puso una denuncia contra él por agresión e intento de violación.
—No he visto que tuviese ningún tipo de antecedente y fue lo primero que solicite a central. —Algo completamente habitual, tampoco observaron ningún dato en su pasado al rastrearlo otra vez en comisaría.
—Lo sé. La joven retiró la denuncia a la semana más o menos de ponerla. Se marchó a su país. Orts y yo la tramitamos.
—¿Sabes por qué la retiró?
—Fue todo muy precipitado. La joven estaba asustada. Creo que intervino el poderoso padre del denunciado o alguien en su nombre, no lo supimos con exactitud. En su situación, pudieron ser muy convincentes con la joven. Además, estoy seguro de que le soltaron pasta para que la retirara y se marchase. Luego el padre se ocupó de mover todos los hilos posibles para que desaparecieran todo tipo de antecedentes. Que yo sepa, no hay constancia de ese hecho en ningún sitio. El expediente desapareció.
—Comprendo. Aunque es bastante irregular.
—Lo sé. Pero ya sabes cómo funcionan estas cosas.
—¿Dices que ocurrió hace unos dos años?
—Aproximadamente. Puso la denuncia en la comisaría del Marítimo.
—¿Qué credibilidad le disteis?
—No presentaba los rasgos clásicos de una denuncia falsa. La joven se personó en comisaría por la mañana, doce horas después del suceso. En un primer momento solicitaba información de los tramites que se debían seguir para presentar una denuncia por esos delitos, pero alegó que le había sucedido a su hermana.
—La misma excusa de siempre. —Es común en estas situaciones, cuando se requiere información por casos de maltrato familiar, poner la excusa de que la persona afectada es un familiar.
—Efectivamente. Cuando el agente que le estaba informando lo detectó, se puso inmediatamente en contacto con nosotros y le enviamos a la inspectora Clara Fornes. ¿La conoces?
—Sí, la conozco.
—Cuando Clara habló con ella, la chica se desmoronó. Dijo lo que le había ocurrido y puso la denuncia, más que nada por temor a que volviera a ocurrir.
—¿Qué relación tenía con Alberto Poncel?
—Ella