Hacia la Gran Universidad Chilena. Arnoldo Hax

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que hemos hecho, basados tanto en la caracterización de Cole sobre la Gran Universidad como en los importantes aportes de Altbach & Salmi y Buchan, nos podrían parecer suficientes para realizar un análisis comprehensivo y exigente sobre la universidad chilena; sin embargo, creemos relevante proponer otro “marco de referencia” para ayudarnos en este propósito. Esperamos que nuestra contribución no contradiga la propuesta de estos autores, sino más bien nos permita analizar la universidad chilena con un propósito centrado en su efectiva gestión administrativa. Nuestro esquema consiste en las siguientes ocho dimensiones:

      1.El proceso de admisión y selección de carreras.

      2.La estructura docente: el pregrado y el posgrado.

      3.La investigación y el doctorado.

      4.La carrera académica en la universidad.

      5.El financiamiento de la universidad.

      6.El gobierno de la universidad.

      7.El impacto en la sociedad.

      8.La universidad como vehículo fundamental de movilidad social.

      En lugar de comentar aquí cada uno de estos atributos, hemos optado por usar estas dimensiones para reflexionar sobre los desafíos y preocupaciones de la universidad chilena, a las que dedicamos un capítulo completo, cubriendo la totalidad de estos temas.

      ¿Existe en Chile una Gran Universidad?

      Chile exhibe un nivel de logros sorprendente en cuanto a los niveles de cobertura de su sistema de educación superior, la diversidad que muestran sus instituciones y la productividad local que estas alcanzan, lo que las ubica a la cabeza del subcontinente latinoamericano. Esto es sin duda muy meritorio y ha requerido de mucho esfuerzo llegar a este nivel. Pero si queremos de verdad medirnos en relación con lo que internacionalmente se considera una Gran Universidad, y lo hacemos a la luz de las categorías enunciadas por Cole, no podemos sino concluir que con los antecedentes objetivos que disponemos para describir las universidades chilenas, Chile no cuenta aún con una universidad de tales características. Ello no debiera sorprendernos, ya que igual cosa concluyen los estudios citados, realizados por reconocidos expertos independientes, que analizan y comparan a las mejores universidades chilenas con sus pares internacionales que alcanzarían esta definición17.

      Si repasamos las trece dimensiones planteadas por Cole, podremos concluir que cumplimos a lo más con tres de ellas, quedándonos por tanto un demandante camino que recorrer. El volumen e impacto de nuestra producción científica no alcanza estos estándares y por lo mismo sus académicos no gozan aún de un amplio reconocimiento internacional. El volumen de recursos disponibles para financiar la investigación, la masa crítica de personal calificado para realizarla y el nivel de atracción de alumnos internacionales son también, en términos comparativos, muy bajos. Su autonomía financiera es extremadamente débil, lo que le impide realizar inversiones ambiciosas para alcanzar el nuevo estándar. La docencia que allí se realiza no incorpora aún las innovaciones pedagógicas más relevantes.

      Gracias a su madurez institucional, las universidades chilenas exhiben un alto grado de libertad académica y contribuyen eficazmente con la formación de profesionales altamente capacitados. La constante de su emplazamiento geográfico ha sido bien aprovechada en el campo de la astronomía, y se espera que su diversidad de climas, territorios, materias primas y medios físicos lo conviertan en un “laboratorio natural” de interés internacional.

      En cuanto al liderazgo, persiste un problema anterior, que tiene que ver con las formas de gobierno universitario, en el que solo podemos coincidir con los analistas internacionales, que consideran que esto constituye una seria deficiencia estructural del sistema.

      ¿Es posible y deseable que exista una Gran Universidad en Chile?

      El hecho de que sea posible, creemos que es más un asunto de visión que de voluntades o recursos. Y cuando decimos visión, hablamos de alcanzar una capacidad de mirar en conjunto dónde estamos y de proyectar dónde quisiéramos estar. Deberíamos establecer un proceso que incluya a todos los constituyentes relevantes de este gran emprendimiento académico, para fijarnos una misión, construir una agenda, definir prioridades, responsabilidades, recursos y metas verificables para ponernos en acción, monitoreando sistemáticamente su desempeño. Para ello proponemos una metodología de planificación estratégica que nos conduzca a ese consenso que permita que Chile cuente verdaderamente con Grandes Universidades que aporten de manera significativa a la calidad de vida y bienestar de su población.

      ¿Cuán difícil es cerrar esta brecha?

      Las tres de las trece dimensiones planteadas por Cole ya cumplidas marcan un primer inicio en materias fundamentales. La cultura de respeto y promoción de la libertad académica imperante, el haber sabido aprovechar positivamente un factor inamovible como es la ubicación geográfica y los logros que se exhiben en la formación de profesionales reconocidos por el medio hablan de un primer nivel de objetivos alcanzados sobre los cuales seguir edificando en el futuro. Los recursos, que pudiera suponerse un obstáculo insalvable, ya que un esfuerzo de este tipo requeriría un gran presupuesto, creemos que sí están disponibles en Chile.

      Contamos con industrias exportadoras de clase mundial, que se ubican en varios rubros entre las más destacadas en el ámbito internacional, como son la minería, el sector forestal, la pesca y alimentos18, entre otros. En este último rubro, por ejemplo, Chile pasó a ubicarse el año 2011 como el primer exportador mundial de uvas, tercero en salmón y quinto en vino y manzanas19. El volumen de exportaciones no mineras, en tanto, pasó de 7.500 millones de dólares en 1990, a cerca de 25 mil millones de dólares el 201020, alcanzando el cobre ese año a exportar poco más del 50% de los bienes producidos en el país, con lo que más que se duplican las cifras de exportación de bienes chilenos. Como decíamos, este es más un tema de visión compartida que de recursos. Al empresario chileno no le resulta evidente invertir en el desarrollo de sus universidades y a estas no les resulta fácil establecer un diálogo fluido con ellas.

      Tenemos también una gran fortaleza en cuanto al nivel de confianza que los chilenos ponen en sus instituciones públicas, exhibiendo niveles más bajos de corrupción incluso que países desarrollados. Colabora a ello la existencia de poderes balanceados (Congreso y Banco Central autónomos), lo que repercute en una efectiva rendición de cuentas públicas de los recursos administrados por el Estado. Pero junto con un necesario incremento de los recursos que se invierten en el ámbito de la educación superior, entregados de manera competitiva y contra resultados verificables, falta una adecuada modernización del sistema público de administración de la educación superior, avanzar en su profesionalización y alcanzar una mayor sofisticación de las agencias e instrumentos públicos que fomentan la investigación e innovación.

      Contamos, por lo tanto, con dos de las tres aspas de la hélice que nos permitirá levantar el vuelo. La tercera pendiente es la propia universidad y, en ese tránsito, aunar estos factores en torno a una ambiciosa visión de futuro compartida.

      ¿Cómo podemos promover la Gran Universidad?

      Podríamos decir que Chile ya ha iniciado este camino. Iniciativas como el Programa Becas Chile21, que busca formar a nivel de posgrado a diez mil jóvenes chilenos en los mejores centros de referencia mundial, puede llegar a ser un paso muy significativo en esa dirección. Pero la tarea no termina con su formación; más bien comienza. El retorno de estos graduados, las condiciones en que se insertarán, el equipamiento del que dispondrán, las redes que podrán o no cuidar y desarrollar serán factores críticos para dimensionar sus posibilidades de éxito. Lo que hoy sí sabemos es que estas condiciones no están garantizadas en el sistema chileno, y con ello se corre el serio riesgo de frustrar los resultados esperados

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