Casa propia. Ernesto Garratt

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Casa propia - Ernesto Garratt

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hacia la izquierda, aunque voy caminando hacia la derecha y, aturdido y confundido, doy un paso en falso sobre una ladera que no había visto: una desviación rarísima en la que marcho sin pensar demasiado. Doy seis pasos más, oigo en la lejanía de lo que parece ser otro sistema solar, otra constelación, mientras las dos continúan en el baño discutiendo. En seguida pongo atención al llamado que surge desde la puerta de entrada. El ruido de un timbre eléctrico disonante, como un pito sin ganas de vivir, luego un “alooooo” entusiasta de mi prima Paty y, después de eso, un ahogado silencio que ha dormido las voces en el baño y que, paradójicamente, ha despertado mi sentido de dónde y cómo estoy: me encuentro caminando sobre el muro contrario de la puerta del baño. Las suelas de mis zapatillas están a 90 grados del suelo, he estado marchando sobre la pared creyendo que es el piso y la fuerza de gravedad no me ha hecho ni una mella. Mi angustia crece y sin pensarlo avanzo hacia el techo, dos, tres pasos y ahora estoy de cabeza, colgando como un murciélago en un cueva, viendo todo boca abajo: el pasillo, el fondo contrario a la salida donde está el comedor de esta familia aberrante, luego más pasillos, dormitorios y cocina.

      “Alooooo”, repite de nuevo mi prima desde la calle y noto que mi vieja y LaSeñoraLaura van a salir al pasillo. La sangre me está subiendo a la cabeza y me libero de tocar el techo con mi calzado, arrojándome al vacío debajo de mis narices y mientras lo hago, atino a realizar una cabriola en el aire para caer sobre mis dos pies. Estoy terminando de aterrizar con esta vuelta de carnero, cuando mi vieja sale rengueando sin decir una palabra, mientras detrás suyo esa asquerosa de LaSeñoraLaura lanza insultos varios.

      Entronco con mi vieja con una sincronización digna de las olimpiadas, la tomo del brazo y me doy cuenta altiro, por su mirada nerviosa, que está alterada. Los “alooos” de mi prima aumentan en intensidad. A medida que nos acercamos al portón, distingo sus siluetas, pero detrás de ellas hay una tercera persona que no alcanzo a reconocer... ­detrás de la melena de mi tía querida y el peinado de mi prima me resulta imposible vislumbrar la identidad de la tercera persona.

      Hay pocas nubes sobre el cielo de Rodrigo de Araya con Pedro de Valdivia: la luz cae de manera brutal a mediodía, su crueldad seca se expande sin misericordia, pienso, mientras achino mis ojos para tratar de filtrar el blanco hiriente que rodea todo a esta hora. La calle, por donde tarde, mal y nunca pasan autos los domingos, parece estar hecha de manchas incandescentes. Las murallas bajas pintadas con cal clara también brillan con atrevido resplandor y hasta las hojas de los árboles, que apenas se mueven, cambian su color verde por un plateado titilante.

      –Te tenemos una sorpresa –me dice Paty riendo delante de este blanco inmenso que nos rodea.

      Mi viejita mira al piso y hunde los hombros sin decir nada.

      Detrás de las espaldas de mi tía y mi prima se abre paso la tercera persona. Usa el pelo largo, pero tomado en una cola de caballo, y me niego a verle la cara. Bajo la vista y contemplo la punta de mis pies por timidez y, además, porque intuyo lo que se viene.

      –Soy tu hermana –me habla a medida que se acerca esta tercera persona, a quien me niego a mirar a los ojos. Su voz es áspera y me doy cuenta de que moldea su tono, bajo la forma de una diplomática cortesía.

      –Yo no tengo hermana –pienso aterrado y con la vista aún baja siento cómo me da un rápido beso en la mejilla.

      Pero a pesar de la sutileza medida de su saludo, no siento nada.

      Nada.

      Me atrevo a levantar la vista y mirar directo a sus ojos con todo el odio del que dispongo en este aciago momento. Hago un primer barrido de abajo hacia arriba, desde sus pies hasta su cola de caballo, y me desconcierto porque no encuentro ojos donde sostener la mirada.

      No puede ser... pero ella... ¡no tiene ojos!

      ¡Qué mierda!

      ¡No hay ojos a los que mirar!

      ¡Ay! Me descompongo del pavor; siempre el miedo me sorprende como nunca pensé que podía hacerlo. Siempre el miedo abre nuevos caminos por donde hacerme transitar. Siempre.

      –Pero cambia la cara, primo. ¿No ves que tu hermana es igual a ti?

      No atino a decir algo. Simplemente, no puedo ver los ojos como tampoco puedo verle la nariz ni su boca. No puedo ver los rasgos de ella, de Ella, ahora, aquí, frente a mí. No puedo percibir sus facciones, ni que su cara sea igual a mi cara. Seguro que ella tiene globos oculares, tabique nasal, labios y dientes, pero, no sé por qué maldición o embrujo, no soy capaz de ver su cara. Lo que veo es su vestido de lino blanco y sus zapatos claros al final de unas piernas contorneadas, puedo ver sus manos delgadas y un cuello enjuto. No sé si pestañea, ni tampoco si ella me mira a los ojos, porque para mí su cara es una bola de carne sin expresión. Una bola de piel humana desprovista de humanidad: una bola que ahora, a mediodía, brilla bajo un sol brutal incapaz de cualquier misericordia.

      Lunes

      No dormí en toda la noche. No pude cerrar las pestañas porque la cara de ella, Ella, la bola que era la cara de ella, no dejó de rondar en mi afiebrada cabeza. Para qué hablar de los ¿sueños? que tuve, si es que logré conciliar el sueño... Oh, Jesús, los sueños o lo que pensé que eran sueños me resultaban aterradores. Su cara de bola al otro lado de un espejo y yo, bajo un techo oscuro y ocre de otro mundo, tampoco tenía facciones. Gritaba de pánico en el ¿sueño?, pero nadie me escuchaba porque no podía abrir la boca para que escapara el grito porque, simplemente, yo carecía de boca.

      Estoy seguro que no soñé. Quizás era yo imaginando cosas despierto. Imposible que soñara. Tan seguro como que no pude dormir porque mi emoción no me dejaba cerrar los ojos para descansar. Seguro imaginé cosas con los ojos abiertos. La emoción es mucha, las cosas que se juntan son muchas y no sé cómo he logrado mantenerme quieto en mi cama bajo las sombras de la noche para no molestar a mi viejita, que descansa agotada debajo de las frazadas.

      Ahora son las 5:58 de la mañana. Ya aparecen los primeros rayos del alba y esta pieza, que es una pequeña prisión que me asfixia más que ninguna pieza que yo recuerde en las que hemos estado de allegados, me aprieta el pecho, me estrangula el ánimo y su falta de luz, no sé, quizás sea por su superávit de tierra, de polvo, de rústica indecencia, me hace repudiar lo que somos y donde estamos.

      El zumbido de oídos no se me ha quitado desde que ­LaSeñoraLaura terminó de lanzarnos el ultimátum. Tenemos un mes para encontrar una nueva vivienda. Y eso se ve imposible, pienso, mientras observo a través del visillo de la ventana que mi vieja colocó para darle un toque, un ­estilo de hogar a la pocilga en que estamos. No sé si tendremos pronto un nuevo lugar donde poner el visillo y la cortina azul marino que lo acompaña y las camas y anafe y tele. Me relaja pensar en el visillo y la cortina, me calma pensar en su existencia pura y al vacío: existen, solo existen. Pero me altera saber que su función y sentido último depende de que encontremos una ventana para ellos, para el visillo y la cortina y, sobre todo, para nosotros: una ventana, ojalá en una pieza, ojalá, en un hogar donde no nos molesten demasiado.

      Pero se ve poco probable una solución rápida. Es difícil encontrar algo más barato por estos lados. Y ya hemos hecho todo el circuito de ayuda con parientes cercanos. Más de una vez, inclusive, nos hemos allegado en casas y piezas de tías, tíos, primos, primas. Muchas veces. De hecho, ayer la tía María Piedad, cuando se enteró de que debíamos irnos en menos de un mes, no nos ofreció la pieza de su casona de Gran Avenida en la que hemos vivido años antes porque, decía, es mejor esperar los resultados del subsidio para este año.

      Lo decía ayer durante el almuerzo, el almuerzo que comimos sobre la cama donde ahora reposo, sin perder una gota de fe. Ni una gota. A su lado, la chica cara de bola, una extraña en nuestro círculo,

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