El sueño de Miranda. Fernando Herrera
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“… Mira, hija, parece que el mundo ha cambiado. Científicos de todos los países de la Tierra, así como hombres de fe de todas las religiones y credos, se han reunido para deliberar sobre lo que parece ser nuestra extinción inevitable. Todavía no tienen en claro el origen del problema. Las personas siguen muriendo. Hoy tan solo nos morimos de hambre, de enfermedades, por las guerras que aún persisten en varios países; morimos por asesinatos, por decidía, por terrorismo, por suicidios, por odio. Y ya nadie está naciendo. No hay embarazos ni partos en los hospitales. Las personas han dejado de procrear, de reproducirse en gran parte del planeta. Ya no hay quién se quiera sin recelo, y no hay quién se ame sin firmar algún contrato. Las poblaciones han comenzado a decrecer de modo alarmante y comienzan a dejar sus trabajos, sus familias. Mucha gente se está yendo de las ciudades; la tasa de migración ha estado creciendo silenciosamente. Ya nada los motiva más que terminar sus días en paz. Nosotros también nos iremos. Ya hemos hablado con tus tíos. Ellos tienen una chacra en San Vicente. Nos reuniremos todos allí e intentaremos vivir lo que nos queda en armonía…”.
—Pero aún queda algo que debo contarte y para ello necesito hacerte una pregunta. ¿Recuerdas tus sueños extraños? Me has contado que has sido perseguida o buscada mientras dormías...
Miranda, después de haber escuchado el relato de Ana, había quedado absorta, enfrascada en esas palabras que le costaba poder digerir con naturalidad. Su rostro reflejaba una mezcla de incertidumbre y temor, de sorpresa y de angustia por recibir un secreto que la mayoría de la población ignora y de la cual ella comenzaba a ser protagonista.
—Te he dicho que sí. Tú lo sabes desde el día en que estuvimos en la bodega. Te he mostrado también mis anotaciones acerca de mis sueños con mis ancestros, conmigo misma... Sueños tan reales como inverosímiles.
Tras escuchar la respuesta, Ana continuó con el relato:
—En la última cumbre de científicos, se ha comprobado que a las personas que están muriendo les sucede algo que no es normal. Al fallecer, sus cuerpos quedan como inertes, su corazón ya no funciona, su cerebro se queda sin actividad, ya no respiran, ya nada es de sus vidas. Pero hay un problema: los cuerpos mantienen su color, su densidad, su textura, la piel no se deteriora, las carnes no se echan a perder; es como si estuviesen dormidos, plácidamente dormidos. Así es como reunieron grupos de cadáveres de diferentes países y continentes y comenzaron a hacerles experimentos que estaban relacionados con una sospecha, algo que llegaron a comprobar junto con los principales líderes religiosos. Allí había líderes católicos, protestantes, musulmanes, judíos, budistas, hindúes... Los muertos no habían bajado de peso al fallecer. Normalmente, cuando uno muere, la pérdida de esa misteriosa energía se traduce en una baja del peso corporal. Esto no está sucediendo. Las personas están muriendo y no experimentan tal pérdida. Los científicos aducen que no es el motivo por el cual mantienen el cuerpo inerte sin descomposición, pero al mismo tiempo, carecen de resultados, de poder resolver el entresijo. Y, por otro lado, esos líderes religiosos han llegado a una conclusión por la cual han pedido ayuda a varios centros de investigación que poseen instrumentos que pueden aclarar lo que está pasando. Para los hombres de fe, los cuerpos no han sido abandonados por sus almas; para los racionalistas, es una pérdida de tiempo.
—Pero ¿Y nosotros... qué va a pasar con nosotros y la familia, las personas que conocemos, la ciudad, todo lo que nos rodea? —dijo Miranda.
—Dejaríamos de tener descendencia, hasta morir.
Se escuchó una voz que salió de la parte más oscura de la parroquia. Detrás de una columna aparecía una figura alta y desgarbada que lentamente caminaba hacia ellas y dejaba ver su rostro.
—¡¡¡Clara!!! —exclamó Miranda.
En ese momento también apareció el padre Jorge, cuyo rostro turbado y afligido evidenciaba la gravedad de la situación, sin dejar de observar el abrazo fundido entre estas dos amigas. El padre se apoyó en el banco frente a ellas, y Ana le pidió que explicara el resto del problema.
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