En torno al animal racional. Leopoldo José Prieto López
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Conviene dejar claro desde el inicio que el principio fundamental de las antropologías biológicas no es de índole experimental, sino filosófica. La realidad del espíritu no puede ser aprehendida con los métodos y procedimientos aplicados por la ciencia experimental al estudio de la realidad física, que se limita al tratamiento cuantitativo de realidades de índole material. Tal tipo de ciencia deja por principio fuera de su campo visual las dimensiones no cuantificables, es decir, no materiales, de la realidad. La ciencia es incompetente, por definición, en todo lo que se refiere al espíritu. Este es una realidad que escapa a las exigencias del objeto y del método de la ciencia experimental. Pero el espíritu es la dimensión esencial del ser humano. Por eso, la aportación de la filosofía a este campo es no solo preciosa, sino indispensable. De ahí la necesidad de cooperación interdisciplinar entre biología y filosofía. En cualquier caso, por fortuna, hace tiempo que la ciencia, adoptando una loable modestia intelectual, ha reconocido no ser la única forma posible de racionalidad, dejando con ello expedito el campo a otras formas de saber, como son la filosofía y la teología.
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Este libro ha sido escrito con el propósito de dar a conocer y valorar un ámbito del pensamiento antropológico poco conocido, por lo general, en el ámbito de lengua española. Aunque no carece de desarrollos especulativos y valoraciones teóricas, el cometido de este libro no es tanto especular sobre el hombre, sino indicar dimensiones menos conocidas de la naturaleza humana que, relacionadas con datos biológicos relevantes (señalados por biólogos y filósofos del siglo XX), ayudan a comprender mejor que el hombre es una unidad profunda de soma y psique, o, lo que es igual, de cuerpo y alma. De manera que el cuerpo humano no es un cuerpo simplemente animal, sino humano —valga la redundancia—, por lo que en él se manifiestan, aunque de un modo indirecto, como no podía ser otro modo, aspectos característicos de la racionalidad y espiritualidad de su alma. Dado este carácter del libro, el lector encontrará algunas reiteraciones en el pensamiento de los diversos autores y corrientes expuestos. Se ha preferido no suprimirlas, porque su conocimiento es útil para indicar precisamente aquellos aspectos en los que la antropología filosófica de hoy ha alcanzado un acuerdo fundamental en la explicación del ser humano.
Este trabajo constituye, por otro lado, un intento de reflexión interdisciplinar entre biología (biología teórica, zoología y etología) y filosofía. La interdisciplinariedad, en una época de fragmentación de las ciencias, es el primer paso en la búsqueda de la recomposición de la unidad del saber, que es la aspiración de toda verdadera sabiduría. Solo la sabiduría, como ciencia de las causas últimas, puede concebir un plano general del saber, aunque solo en sus trazos fundamentales, pues la mente humana obviamente es limitada. La pérdida de esta unidad se ha debido fundamentalmente a dos causas: al desarrollo exponencial de las ciencias particulares en áreas muy delimitadas del saber, y también al progresivo abandono de la metafísica, la antigua regina scientiarum, única ciencia capaz de proporcionar una teoría razonada de los géneros supremos de la realidad. Una teoría de los géneros supremos de la realidad no es otra cosa que una teoría de las categorías, que estudia los modos de ser fundamentales de la realidad (la sustancia y los diversos tipos de accidentes). Pues bien, la necesidad de la interdisciplinariedad es especialmente acuciante en el campo de los estudios sobre el hombre, donde una cantidad inmensa de información es cada vez más difícil de resolver en una unidad. Ahora bien, sin unidad no hay comprensión. Comprender algo significa ver simultáneamente, en la unidad de su naturaleza, la multiplicidad de aspectos que la integran. Por eso, resignarse al actual estado de fragmentación del saber antropológico es resignarse a desconocer qué es el hombre. La filosofía, como saber típicamente unificante, en la medida que es una sabiduría, puede ayudar a remediar en algo este estado de cosas. Pero necesita la información que solo pueden proporcionarle las ciencias particulares sobre el hombre. En fin, pocos proyectos de reflexión interdisciplinar son tan urgentes hoy como el de la cuestión antropológica. Precisamente para alcanzar este fin surgió la antropología filosófica en la primera mitad del siglo XX. Y precisamente por esta razón ha sido la misma antropología filosófica la ciencia que ha estimulado y fomentado la cooperación de las ciencias afines o colindantes con la antropología, sobre todo la biología, para hacer luz en la magna cuestión de qué es el hombre.
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El libro se estructura en tres partes. La primera parte, que no se adentra aún en el estudio de las antropologías biológicas propiamente dichas, lleva por título «Un acercamiento cultural a la cuestión hombre-animal». Su objeto es indagar algunos aspectos del contexto cultural del que procede la concepción animalista del hombre. La integran dos capítulos. El primero «El mono desnudo de Desmond Morris» se dedica al análisis y crítica de algunas de las ideas sugeridas por este autor, a la vez que se propone, ya desde el principio, un acercamiento de signo contrario a la naturaleza humana, estructurado en un análisis tripartito (metafísico, gnoseológico y antropológico) del hombre como el ser que busca la verdad. El segundo capítulo «Peter Singer y el Proyecto Gran Simio» contiene una exposición y una valoración crítica del pensamiento de Peter Singer. Su finalidad es poner de manifiesto las consecuencias extremas que comporta en la ética la falsa opinión que iguala al hombre con el animal. Esta primera parte se propone mostrar, en definitiva, que el problema fundamental en autores como Morris y Singer reside, ante todo, en una deficiente comprensión de la cuestión antropológica, cuyo principal defecto radica en la interpretación materialista de la naturaleza humana.
Después, en la segunda parte, que se ha llamado «La aportación de la biología a la cuestión hombre-animal», se inicia el estudio de las antropologías biológicas propiamente dichas. Los capítulos tercero «Mundo circundante e instinto de los animales» y cuarto «La orientación física del hombre al espíritu» constituyen esta parte que, como su mismo nombre indica, tiene una orientación prevalentemente biológica. Los autores estudiados en ella son efectivamente biólogos.
La tercera parte, titulada «La aportación de la antropología filosófica a la cuestión hombre-animal», se compone de cinco capítulos en los que se presentan diversas contribuciones filosóficas que se han caracterizado por la relevancia otorgada a la perspectiva biológica. La integran los capítulos quinto «Los inicios de la antropología biológica», sexto «Carencias orgánicas y funciones espirituales», séptimo «Apertura al mundo y racionalidad humana: la contribución de la fenomenología a la cuestión hom-bre-animal», octavo «Filosofía y biología en el estudio de Zubiri sobre el hombre» y noveno «Otros planteamientos antropológicos de orientación biológica».
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No quiero dejar pasar la ocasión de mostrar mi gratitud a todos aquellos que me ayudaron en la preparación de este libro. Mi agradecimiento se dirige, en primer lugar, a mis compañeros de la Facultad de Filosofía del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma). Un reconocimiento especial debo expresar a Rafael Pascual, decano de filosofía en el momento de la conclusión de la primera versión del libro y director del Master en Ciencia y Fe encuadrado en el proyecto STOQ, por el apoyo brindado durante los años de preparación de esta obra. Agradezco también vivamente a todos los compañeros que generosamente se han tomado la molestia de leer la obra para sugerir ideas o anotar correcciones. Entre ellos debo mencionar a Alfonso Pedroza y a los profesores Víctor Pajares, Miguel Paz, Fernando Pascual y Carlos Villalba, a quienes de un modo especial reitero las gracias por sus sabios consejos y orientaciones.