En torno al animal racional. Leopoldo José Prieto López
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2 F. Crick, La búsqueda científica del alma, Debate, Barcelona 2003, 4.
3 Cf. I. García Peña, «Animal racional: breve historia de una definición»: Anales del Seminario de Historia de la filosofía 27 (2010) 295-313, 298-299.
4 I. Kant, «Vorlesungen über die Metaphysik» (nach Pölitz), KGS, XXVIII/2, 183-184. La traducción es mía.
Primera parte
UN ACERCAMIENTO CULTURAL A LA CUESTIÓN HOMBRE-ANIMAL
I
El mono desnudo de Desmond Morris
1. EL PLANTEAMIENTO DE DESMOND MORRIS
Un rasgo biológico especialmente característico del hombre es su desnudez, es decir, la carencia del típico pelaje que protege a las demás especies de mamíferos. Dirijamos la atención por unos momentos al libro de Desmond Morris, The Naked Ape: A Zoologist's Study of the Human Animal, («El mono desnudo: un estudio de un zoólogo sobre el animal humano») (1967), un best-seller de divulgación de zoología-antropología materialista.1 Desmond Morris insiste de continuo en que el hombre es única y exclusivamente un mono. Eso sí, comparado con los demás simios, es un mono peculiar. La mayor de sus peculiaridades consiste en que es un mono desnudo. Pero al llegar el momento de explicar la razón de esta desnudez humana, el autor se ve obligado a admitir el carácter extraño, anómalo y biológicamente peligroso de este típico rasgo humano. Por de pronto, la desnudez es presentada por Morris como un rasgo neoténico. Ahora bien, la neotenia es, caso de admitirse su carácter de estrategia evolutiva, una extraña forma de evolución que consiste en hacer permanentes en el adulto algunas características orgánicas propias del estadio fetal o infantil. Merece la pena dedicar algo más de atención a este libro.
Desmond Morris (1928-) es un zoólogo británico que cree que la antropología es un simple capítulo de la zoología. Desde el punto de vista zoológico, algunos de los adjetivos que, según este autor, expresan mejor la naturaleza del ser humano son los siguientes (siempre pospuestos al sustantivo mono): vertical, cazador, fabricante de armas, territorial, neoténico, cerebral, primate por linaje-carnívoro por adopción, dispuesto a conquistar el mundo, etc.2 Pero de todos los adjetivos imaginables que pueden acompañar a este sustantivo, ninguno define al hombre con tanta precisión como el de desnudo.
Hay ciento noventa y tres especies vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye un mono desnudo que se ha puesto a sí mismo el nombre de Homo sapiens […]. Es un mono muy parlanchín, sumamente curioso […] [pero] a pesar de su erudición el Homo sapiens sigue siendo un mono desnudo.3
Con estas palabras se da inicio a libro de tan insólito y desafortunado título. El animal racional de antaño ha sido degradado a la condición de simple simio lampiño.
Esta denominación parece a su autor «un nombre sencillo y descriptivo, fundado en la simple observación y que no involucra presunciones especiales».4 Pero, desde luego, una cosa es cierta, admite Morris: esta criatura es un caso extraño. ¿A qué se debe el estado de desnudez del ser humano? ¿Qué hecho, qué necesidad biológica puede dar razón de esta insólita estrategia evolutiva emprendida por este atípico primate que —según Morris— es el hombre? ¿Por qué de ciento noventa y tres especies de simios y monos actualmente existentes solo una, la humana, está desamparada de la cobertura de pelo? Si, en lugar de los antropoides, observamos a los mamíferos en general, el caso se complica más todavía. Una ojeada a la serie de los mamíferos actualmente vivientes nos confirma que esta clase de animales se aferra a la velluda protección. Poquísimas de entre las 42375 especies de mamíferos existentes en la actualidad prescinden de la protección del pelaje. Y las pocas que prescinden de ella han obrado de acuerdo a causas que nos son fáciles de comprender. Los mamíferos voladores, los murciélagos, han prescindido del pelo en las alas, por obvias razones, pero lo han conservado en el resto del cuerpo. Algunos mamíferos excavadores, al resguardo de las oscilaciones de temperatura y de las inclemencias del sol, han reducido su cobertura de pelo. Los mamíferos acuáticos han prescindido de ella, siguiendo la tendencia común de los peces. A diferencia de los reptiles, los mamíferos han adquirido, gracias al pelaje, la ventaja fisiológica de mantener una constante y elevada temperatura corporal. La temperatura constante de los mamíferos, estabilizada gracias a esta densa cobertura, permite la realización de las funciones vitales con independencia de las oscilaciones de la temperatura ambiental. La temperatura corporal, como se ve, no es cosa que se pueda tomar a la ligera. Los sistemas de control de la temperatura revisten una importancia vital, en el sentido literal de la palabra, y la posesión de un aislante térmico (como la gruesa capa de pelo de los mamíferos) desempeña una función de gran importancia para la conservación de la vida. Por eso, a excepción de los mamíferos gigantes terrestres (como el elefante y el rinoceronte, cuyo grosor de piel desempeña con creces las funciones del pelaje), los demás mamíferos terrestres «como norma básica tienen el cuerpo densamente cubierto de pelo».6
Pero los beneficios de la capa pelosa no se limitan únicamente a la estabilización térmica. Se extienden también a la protección de los rayos del sol. Bajo la intensa luz solar, el pelamen resguarda al animal de las quemaduras que resultarían de una exposición prolongada a la acción de sus rayos. La importancia de esta cobertura, en lo que se refiere a la protección del sol, se manifiesta en el hecho de que los únicos mamíferos que carecen de ella son los que viven en ambientes subterráneos o acuáticos. En cambio, los mamíferos que habitan en la superficie de la tierra, ya se desplacen por el suelo, ya trepen por los árboles, tienen la piel densamente cubierta de pelo, como se ha notado ya. Ahora bien, el mono desnudo de Morris no se encuentra en ninguna de estas situaciones. No habita en zonas subterráneas ni acuáticas; y a diferencia de todos los demás mamíferos, arrostra una peligrosa situación de desnudez. Por eso, en razón de esta rareza zoológica, el hombre es un caso único y «permanece solo, distinto […] de todos los millares de especies de mamíferos velludos o lanudos».7 Llegados a este punto, como el mismo Morris no tiene más remedio que reconocer, el zoólogo se ve llevado a la forzosa conclusión de que o se enfrenta con un mamífero excavador o acuático (lo cual no es ciertamente el caso), o bien se trata de «algo muy raro, ciertamente único, en toda la historia de la evolución».8 Desde el punto de vista de su desprotección cutánea, el caso de la criatura humana es para el mismo zoólogo materialista un caso enigmático.
El hombre reúne las características del primate, criatura arborícola, y del cazador, que es un ser terrestre, pero de un modo bastante diferente de estos animales. Morris sostiene la hipótesis, común a muchos darwinistas (a decir verdad, lejana de cualquier control experimental), de que la causa del descenso de los simios del medio arbóreo al suelo se tuvo que deber a la deforestación de grandes zonas del suelo. Por ello, el paso al nuevo hábitat debió dejar a los ancestros de este mono atípico durante mucho tiempo en una condición de notoria inferioridad frente a los pobladores originarios del suelo abierto, tanto herbívoros como