El origen del cansancio. Manuel Serrano Martínez

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El origen del cansancio - Manuel Serrano Martínez Humanidades en Ciencias de la Salud

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ciertas para dominar nuestra vida. Y, cuando tenemos una desgracia o desconcierto motivado por algo externo, podemos llegar a pensar que esta vida es imposible. A este pensamiento se suele asociar un cansancio existencial que se traslada al ámbito físico del hombre. El cansancio intelectual, psicológico e incluso el cansancio espiritual o integral, finalmente se traduce en cansancio físico, solo físico. La queja de los pacientes es «Estoy cansado». Esa afirmación puede manifestar un inmenso cúmulo de experiencias de hartazgo, y corresponde a un amigo, familiar o profesional el esfuerzo de acompañarlos para averiguar de dónde procede, sin lo cual cualquier aproximación para encontrar una solución será estéril. Sin embargo, casi siempre se debe empezar por hacerles conscientes de que lo que vienen a buscar, el diagnóstico, pasa por un nuevo enfoque para indagar en las causas ocultas de unas quejas no originadas en lo orgánico. La recapacitación y la introspección también pueden identificar el origen de los sentimientos causantes de la ansiedad agobiante que tanto cansa.

      Las vivencias y experiencias previas del médico pueden impelerle a iniciar este camino de búsqueda del modo de estar en la vida de sus pacientes o a delegarlo en otros. No todos los padecimientos que provocan un estado de agotamiento son propios de la psiquiatría. De hecho, el paciente puede haber tenido siempre una vida plena y sana, como se verá en alguno de los ejemplos que se presentarán a lo largo del texto. Por su parte, el médico tiene una forma de ser previa, unas capacidades personales determinadas a través de su educación y de su propia vida que condicionan el contacto con los pacientes; la relación entre el médico y el enfermo recae en ambas personalidades y en el desarrollo de la confianza entre ambos, cosa que no siempre sucede, tal como comprobamos en cualquier encuentro humano. Para que se desarrolle la confianza, existen tres condiciones necesarias: la transparencia en la comunicación, la percepción de empatía y la coherencia en una relación ética. No se puede despertar la amistad, común o profesional, entre personas que no muestran cercanía a través del tiempo o que guardan silencio ante temas candentes.

      El cansancio, en primer lugar, puede proceder de la frustración de vivir una vida en la que no se encuentra recompensa, en la que una desgracia intrínseca se alimenta de una frágil esperanza que se seca y queda desprovista de cualquier ilusión, cualquier recompensa humana, y la persona se agota en un intento ciego, incapaz de ver un sentido a todo lo que hace. El cansancio de la frustración y el sufrimiento produce una parálisis del ser humano: no sabe qué pensar ni actúa de forma congruente, más bien se retrae, o, peligrosamente, huye hacia delante ocultándose de su realidad. Pero hay otras formas de cansancio, como el que sobreviene ante la incertidumbre vital, en la que no se sabe qué hacer, no hay un asidero que proporcione seguridad, no se tiene certeza de nada, uno se sitúa en una especie de agnosticismo vital por el que nada recibe su valor, y sucede que se actúa sin saber por qué; es este un cansancio que no lo parece, pero se manifiesta antes o después por una actividad sin sentido que el hombre no tolera. Porque el ser humano tiene un valor al que no puede renunciar: ser yo mismo. Y ese yo tiene una conciencia de sí que puede estar adormilada pero nunca aniquilada, puede ser errónea pero sentirse presente, egocéntrica pero irremisiblemente situada en el mundo, y el hombre con su conciencia de vivir no soporta existir como perdido en un laberinto en eterna búsqueda hacia una ignota salida hacia su verdadera realidad. Solo la progresión interior hacia una visión de sí mismo que no elimine factores de lo real, que asimile con valentía su presencia en un mundo inteligible, nos puede abrir los ojos a la Verdad, última meta de la autoconciencia humana. Pero las gentes del hoy posmoderno no ven ni oyen lo que está en la base de la verdadera humanidad. Entender lo que el corazón necesita es la premisa necesaria para andar hacia lo que lo colma, lo cual es común a toda la humanidad; pero hoy comprobamos que cada cual enarbola orgulloso su propia verdad mientras todos se alejan, agotados por la frustración, de la única Verdad que el hombre desea alcanzar.

      Hay otro tipo de cansancio que, en este caso, podemos llamar cansancio de carencia, aquel en que el problema es que el hombre se siente llamado a conocer algo que le sustente en la totalidad del sentido de la vida, es decir, se identifica con una necesidad del corazón, no del conocimiento; el hombre está suspendido en una acción a la que pretende dar sentido, no sabe qué hacer salvo alimentar la esperanza; es la persona que reza para fortalecer un mundo interior que siente débil. Además, el esfuerzo continuo en tareas cargadas de una emoción permanente puede despertar en la persona que lo ejerce un sentimiento de pérdida de algo genuino y propio, porque la entrega continua exige una renuncia a lo propio, y, en algunos, esto puede agotar.

      En último lugar, sin estímulo psicológico o vital alguno, está el cansancio genuinamente físico, producido por enfermedades que inducen una situación de desgaste orgánico e incapacidad de producir la energía necesaria para mostrar una actividad física normal. Siendo este cansancio el más original y objetivo, puede vivirse interiormente con una energía interior desbordante que anuncia el poder concedido al hombre, capaz de ver la verdad de sí mismo sumido en la penumbra del sufrimiento físico. Por el contrario, a otros muchos este cansancio físico los lleva al desaliento y a la claudicación hacia el hundimiento de su yo. Debo decir que estoy muy de acuerdo con la aseveración de X. Zubiri: «Todo lo orgánico es psíquico y todo lo psíquico es orgánico». El hombre es una completa unidad.

      Me propongo, como dije antes, investigar el modo en que afectan a la persona las influencias internas y externas que inciden sobre ella para llevarla a que su queja sea el cansancio. Son características no solo observadas en nuestra época, ya están presentes de alguna manera en la historia de la humanidad, porque el hombre de hoy no es diferente al que vivía en eras anteriores. Sin embargo, son más propias del tiempo actual, por ejemplo, la exigencia de la aceleración social que se manifiesta como hiperactividad, la pérdida o rechazo de la intimidad personal, la fragmentación cultural en el mundo posmoderno, la ausencia de deseo de totalidad que se sustituye por minideseos icónicos y la depresión escondida. La esclavitud de los sentidos, específicamente de la vista o el oído, la luminosidad de las modas o la tiranía del ruido nos llevan a una incapacidad de mantener un interior silenciosamente activo que alimente la original esperanza humana.

      No es que el cansancio no invadiera al hombre en tiempos anteriores, pero la forma en que recuerdo la forma de vivir algunos de estos factores hace simplemente unas pocas decenas de años, no tiene nada que ver con lo que actualmente experimento con mis pacientes. La situación de la que quiero ocuparme, intrínsecamente humana, intuyo que se agrava en la civilización actual, y es ese el motivo de este libro.

      Aquí voy a investigar en las características de aspectos clave en la conducta social contemporánea, en la influencia de la sociedad y el papel del temperamento posmoderno en los fundamentos del carácter actual del ser humano y de la función de la historia en la evolución de la conducta social e individual; además me centraré en posibles soluciones ante la creciente incertidumbre que lleva al hombre hasta el hartazgo de sí mismo y le conduce a desear otra cosa que sea capaz de resolver su cansancio existencial. Esa otra cosa capaz de resolver las íntimas dificultades no puede partir del propio ser humano porque, en tal caso, no existiría el problema. El hombre no puede darse felicidad, a lo sumo puede buscar satisfacciones que, por definición, son pasajeras e insuficientes para aliviar el cansancio profundo de su ser. Lo que la persona necesita es algo que le sujete y le trascienda, reconocido de algún modo superior a sí, con poder para vencer la soledad y el cansancio a través de la ilusión de vivir, de la alegría y del entusiasmo ante la totalidad de la existencia. A esa sujeción corresponde la fe en el misterio que para la razón supone la existencia de un Dios personal, manifestado en el poder de lo real como indefectible atracción para el hombre, de donde nace el deseo humano de completitud. Esa fe puede asumir muy diversas configuraciones religiosas, entendiendo como tales todas aquellas religaciones con realidades basadas en la aceptación de la dependencia última del hombre.

      El cansancio es humano, solo se produce en el hombre. Adopta muchas formas, desde la desesperanza y el hastío hasta la dejadez y la apatía, o se manifiesta como una dulce nostalgia. Esta nostalgia, a veces presente en el estar cansado, no es una sensación indeseable ni sugiere la existencia de una pobreza de espíritu en el sentido negativo (no evangélico) en la mayor parte de los casos, porque puede

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