El origen del cansancio. Manuel Serrano Martínez

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El origen del cansancio - Manuel Serrano Martínez Humanidades en Ciencias de la Salud

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demás y dispuesta a hacer los favores más peregrinos. Aparentemente, soy muy alegre y expansiva, de las personas que parece que se van a comer el mundo, pero por dentro soy tímida e introvertida. Desde pequeña he sido extremadamente observadora, sensible y creativa, pero, dejándome a un lado, he crecido como una persona responsable y cumplidora.

      He tenido un padre extremadamente autoritario y exigente [el condicionante de su educación] que nos dio un nivel de vida privilegiado y tengo una madre maravillosa e increíble, aunque su carácter es algo pesimista y asustadizo [poco presente en la educación de S.]. Me siento orgullosa de ser hija de los dos, pero ya no los veo perfectos, como antes. [Este orgullo no es real, es algo impuesto por su educación normativa, porque, por ejemplo, cuando murió su padre a sus 19 años pensó: «¡Bueno, ya no tengo que ser arquitecto!». Esta era la opción a la que le conducía su padre y que ella no tenía fuerzas para negarse, o no se permitía ir en contra de las normas que desde siempre le habían impuesto. Confunde orgullo con amor filial, pero lo expresa mal. Y dice:] Creo que es ahora cuando estoy pasando el duelo por su muerte. [Más bien está siendo consciente de que el amor por su padre es más fuerte que los daños que ha sufrido.]

      Mi adolescencia no fue rebelde. Fui una adolescente obediente por fuera pero rebelde por dentro. Una rebeldía a la que nunca di salida. [Esta rebeldía nace del empeño por vivir una realidad propia que cada persona descubre en un momento de la vida y que aparece naturalmente con toda su fuerza en la adolescencia.] He llorado mucho sola. Pero he dado pocos problemas. [La sumisión aquí está confundida con la obediencia, el respeto o el miedo al enfrentamiento.]

      Nunca he tenido un trabajo que me haya gustado ni he podido desarrollar mi carrera profesional y pensar qué es lo que quería hacer, porque siempre había algo «importante» que considerar. Soy muy buena trabajando, siempre cumplo, pero no me gusta lo que hago, y siempre he querido hacer proyectos propios, pero no para los demás [es justo lo contrario de lo que realmente ha hecho siempre].

      He sido una mujer presumida y coqueta, pero ya no me reconozco. Siempre he tenido problemas con el peso, gordita en la adolescencia que adelgaza con dieta varias veces, pero para mí la comida siempre ha funcionado como un consuelo. Me dejó un novio y engordé mucho [frustración como consecuencia del abandono], pero luego volví a adelgazar.

      Conocí a F. y me enamoré, aunque ahora creo que quise enamorarme, que fue más un acto racional que emocional; pensé que era buena persona y que podríamos hacer un proyecto de vida juntos; viví el matrimonio como una forma de hacer por fin las cosas a mi manera. [Utiliza el matrimonio con la ilusión de llegar a ser ella misma, y lógicamente se equivoca, porque la persona no cambia por esta razón u otras parecidas.] Nos casamos cuando yo tenía 36 años. Pero al año siguiente comenzó lo que me ha llevado hasta aquí. F. tiene tendencia a mentir, a consumir excesos de alcohol y otros hábitos horribles. Nuestra vida sexual no funciona porque no me gusta lo que veo y no me produce placer ni bienestar. Yo tengo poca experiencia en estos temas por mi educación y empecé un peregrinaje por terapeutas y psicólogos. Lo vivo como un infierno, aunque igual no es para tanto [una vez más disculpa al otro]. Yo hablo desde lo que siento [no confía estar en lo cierto por sí misma]. Siempre he tenido la esperanza de que en algún momento todo cambiaría, y ahí centraba mi energía olvidándome de mí otra vez. Por supuesto, mientras vivo este infierno soy la más alegre, la mejor amiga, la que te hace un favor y la que te da consejos. [Ocultamiento de sí misma ante la negación externa de una realidad que vive infructuosamente.]

      Mi matrimonio no es matrimonio. Mi vida no es vida. Y no hago más que enfermar desde que hace cuatro años tuve mi primer ataque de ansiedad. Me he perdido en una vida en la que no tengo que encajar, sino que vivir. [Esta es una de las mejores expresiones que he encontrado de la alienación de la realidad.] Si hoy peso cien kilos en lugar de los cincuenta y siete que he pesado en mi vida adulta es porque mi vida está vacía y la lleno con grasa. F. me ha quitado la ilusión por vivir y me siento atrapada en una vida que no quiero llevar. Pienso cada día en separarme, pero no sé por qué no tengo el valor, porque toda mi vida he hecho lo correcto. Vivo metida en un bucle del que no sé salir y poniendo parches a mi vida.

      S. se queja al comienzo de la consulta de que está cansada, pero no tiene ningún otro síntoma, los análisis son normales, no hay causa orgánica que lo justifique, pero no puede seguir viviendo así. La pregunta que cualquier profesional de la medicina se hace ante esta situación es: ¿cuáles son los síntomas?, ¿me conducen a algún diagnóstico? Si no es así, se puede concluir como a veces sucede: «No tiene usted nada». Causa de frustración y peregrinación del paciente de médico en médico. O bien, ¿hay que pensar que esta situación por sí misma es ya una enfermedad? Pero ¿qué enfermedad? No hay criterios para concluir que es una depresión verdadera, tiene ansiedad, pero con los problemas que tiene en su matrimonio, ¿no es explicable? De hecho, ha sido su vida con F. la que ha despertado la angustia. La opción de administrar ansiolíticos puede mejorarla, pero ¿resuelve? ¿Cómo encontramos el camino de vuelta al ser que ella ansía ser? ¿Es suficiente «perdonar» la educación recibida? ¿Dónde está la verdadera S.? Los fármacos que se pueden usar para normalizar su ánimo, su ansiedad, solo aplazan la solución. O se prescriben como sedantes para toda la vida, que nunca ayudan de verdad. ¿Se podría esperar que cambiara su manera de afrontar la existencia? Solamente profundizar en la experiencia de la realidad vivida y afirmar de ella la falta de adecuación a su corazón, a su esperanza, puede dar un nuevo comienzo a algunas personas. He leído en Nuevo arte de pensar de Jean Guitton que «razonable es quien somete su razón a la experiencia». Muchos no lo somos, nos empeñamos en ser razonadores, y «[…] razonador es quien hace uso de la razón equivocadamente […], sustituye la verdad por medio del juego del razonamiento por la apariencia de la razón». Sin embargo, es frustrante y paradójica la certeza experimentada de que solo algunas personas consiguen poner suficiente sinceridad y riesgo personal en la relación de ayuda que los puede llevar a vivir su verdadero yo.

      La persona en el mundo está expuesta a un sinfín de interacciones. Nos hemos centrado especialmente en la discrepancia entre lo que se espera, lo que se encuentra y en cómo se puede llegar a aceptar o manipular el pasillo por el que trascurre la vida. Una exagerada amplitud de concesiones nos lleva a la falta de criterio y a un concepto de la libertad que excede a lo que construye a la persona. Por el contrario, la demasiada angostura del pasillo nos priva también de criterio porque tampoco podemos ser libres ante una estricta normativa que coarta la espontaneidad de la vida. Orientar la vida hacia una experiencia que enseñe, que se conjugue con la razón y así se llegue a tener una visión de la realidad como maestra, ayuda a desarrollarse en toda la capacidad de afrontamiento y a evitar la desesperanza o la ausencia de criterio que hace de lo que se vive un motivo de hartazgo y genera un deseo de huida hacia lo desconocido, creyendo que en otro sitio encontraremos la satisfacción de nuestra búsqueda. Esta búsqueda ha de dirigirse al interior, raras veces se encuentran las respuestas fuera de uno mismo.

      La realidad es problemática para la persona en el mundo porque esta es limitada en el alcance de su comprensión. Además de la limitación intrínseca de la humanidad en su conjunto para percibir la verdadera naturaleza de la realidad, la persona se enfrenta con los condicionantes de su historia particular. Lo aprendido —adecuado o no para alcanzar una vida plena— es la base de su conducta y es la herramienta de interpretación. Igual que en el fondo de su ser el hombre tiene una incógnita sobre el significado del mundo en el que vive, experimenta una dificultad para la valoración de sus circunstancias y adecuar los modos de su relación consigo mismo y con el exterior. Pero hay algo más que es el error común condicionante de la vida individual, y es que se está convencido de que por sí mismo cada ser humano puede dar a lo que le rodea su verdadero valor, y que es esa la manera conveniente de lidiar con la vida. Más adelante veremos que lo real tiene un valor intrínseco que consiste en ser el origen de la persona en su relación con el mundo.

      III

      HIPERACTIVIDAD

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