El origen del cansancio. Manuel Serrano Martínez

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El origen del cansancio - Manuel Serrano Martínez Humanidades en Ciencias de la Salud

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partir de ciertas experiencias, revela su limitación para mantener a la persona capaz de dar todo de sí. Por lo tanto, el cansancio traduce la insuficiencia meramente humana en la relación con el entorno, con las cosas de la realidad que nos influyen, con las demás personas y con uno mismo. Y puede ocurrir solo de modo transitorio, sobre todo en las personas con una potente autoconciencia de su yo.

      Por cada persona que pide ayuda, hay una pléyade de otras que viven sin motivación, obligadas, extrañadas de la realidad que les envuelve y con el deseo de vivir de otra manera. Esto también es cansancio, pero inconsciente, confundido con una vida que fluye sin más, sin preguntas expresas personales, sin contemplación de uno mismo y de lo que le pasa, en búsqueda del entretenimiento y del consuelo como se puede.

      La naturaleza y el origen del cansancio sin causa aparente es el objeto de este estudio.

      II

      LA PERSONA EN EL MUNDO

      LAS PERSONAS, EN SU EXISTENCIA, llevan consigo todo un bagaje de vivencias estimulantes, problemas y dificultades. Cualquiera que sea la necesidad que presenten, viene acompañada de condicionantes limitantes y modificadores que se definen como el conjunto de las circunstancias vitales. Podemos pensar en una persona que haya tenido una enfermedad del corazón, por ejemplo, ya de por sí circunstancia condicionante para la propia vida. Sin embargo, no es igual vivir con una enfermedad del corazón en una ciudad con todo tipo de oportunidades sanitarias, o con una seguridad de atención médica en un país determinado, que en otro país que no la tiene o en una apartada aldea en la que ni siquiera hay un médico a quien acudir. No es lo mismo precisar ayuda en la vejez para una persona acompañada por una gran familia que para otra que, forzosamente, vive sola; tampoco lo es si se tiene acceso o no a la educación escolar necesaria con oportunidad de acudir a una escuela cercana en la que se confía, o si, forzosamente, la educación se recibe en una desconocida escuela lejana.

      Este panorama, que es fácil de entender respecto a las necesidades básicas, sucede igual para todo en la vida: el trabajo, la vivienda, la convivencia familiar… Las personas están condicionadas por su entorno. La vida trascurre por un pasillo, ancho o estrecho, cuyos límites son las circunstancias personales, y de estas depende una gran parte de lo que se puede hacer. En definitiva, se impone la realidad. Sin embargo, el punto de partida y el destino, la entrada y la salida del pasillo, son los mismos, aunque la ruta sea distinta. El punto de partida siempre es el acogimiento por parte de la familia y de la sociedad, donde comienza el desarrollo de las capacidades emocionales de la persona y, si esto falta, los hombres y mujeres pueden llegar a su madurez con graves déficits en su capacidad de relación y autoconocimiento. El punto de salida, lo que también podemos figurarnos como el punto de fuga en una representación gráfica, es la tendencia a esa ansia de felicidad, el deseo que acompaña al ser humano toda la vida, allí donde se apunta con la intención, el infinito; quien renuncia a esto, por fijar su ansia en conseguir sus propios objetivos inmediatos con una actitud miope, puede creer que domina la realidad al conseguir satisfacciones de vértigo, pero sabe que nunca son suficientes.

      Se suele encontrar a personas cuyo empeño es vivir en otro pasillo, cambiar de circunstancias, modificar su vida, cambiar el planeta de sus relaciones. Si es este el caso, uno puede imaginarse lo que puede pasar. Se produce un choque de aquello deseable con las circunstancias que son propias, es decir, no se las puede uno quitar de encima como se quita un sombrero. Las personas empeñadas en ello viven mal, enojadas por lo que les toca soportar, desean otra vida que ven en otros y les parece envidiable. La persiguen con su fantasía, se sumergen en un sueño irreal, y no viven lo que les toca vivir ni aquello que ansían. Se produce un desencanto y, en esa persona, la imaginación toma las riendas para modificarse a sí misma y resulta en una vida ficticia, irreal. Entran a menudo en depresión y ansiedad al enfrentarse a diario con lo que no quieren y se empeñan en vivir lo que no es su vida. Al final se hartan, se recluyen y se revisten de desesperanza al comprobar que nada cambiará. Se descuidan, no descansan, ganan peso, entran en inactividad, nada les gusta, nada les satisface, son incapaces de ponerse en movimiento. Necesitan ayuda. A veces la piden y, utilizando cualquiera de sus molestias para acudir al médico, llegan a la consulta expresando cansancio.

      En el recorrido de cada persona influye la compañía que ha tenido desde el principio, desde el punto de partida, que viene marcado por la educación. El comportamiento de los que tenemos más cerca, de los padres en concreto, como por ósmosis, cala en cada persona en la infancia, y se aprenden comportamientos y actitudes ante los problemas. Hay padres que toleran todo lo que los hijos hacen, como si todo estuviera bien hecho, o, estando objetivamente mal, se parece tanto a cómo se comportan ellos que no tienen autoridad para corregirles.

      Si el niño observa en sus padres dejadez o violencia, se comportará igual que ellos. Si la comunicación se reduce a gritar, aprenderán a gritar y a no escuchar; si no se sienten integrados con sus padres, se reducirán a estar en casa de un modo pasivo hasta que se den cuenta de que hay un mundo fuera en el que son aceptados, y ese mundo tiene la potencialidad de enseñarles comportamientos perniciosos. Si en el ambiente doméstico se respira autoritarismo, es decir, una forma de ordenar el modo de hacer las cosas sin comunicación o explicaciones racionales, el hijo aprende lo mismo, o bien se convierte en alguien inseguro por la falta de emociones y por la ausencia de empatía y de aceptación de su punto de vista. Educar es difícil, hacer un pasillo sin que se desborde por los lados requiere integración, mesura, confianza, corrección, sensibilidad y ternura ante los fallos de los hijos.

      Aquellos que crecen en un ambiente hostil o excesivamente permisivo no aprenden una actitud ante la vida que les permita adaptarse con seguridad personal a las cambiantes situaciones que, invariablemente, aparecen. Crecen inseguros o déspotas, utilizan a los demás para salir de su frustración, se instalan en un lugar de dominio y no alcanzan a tener suficiente autoconciencia para darse cuenta de los mecanismos del propio control.

      Cuando estos jóvenes crecen y se integran en la sociedad laboral, por ejemplo, trasladan su afán hegemónico a su entorno. Si fundan una familia, trasladan el mismo comportamiento de ausencia de comprensión a todo lo que no sea la aceptación ciega de su opinión, y caen con frecuencia en la violencia, en el autoritarismo, el desinterés o el individualismo. Al no tener como objetivo la relación sincera, a menudo utilizan la amistad y el amor, es decir, usan a las personas, con quienes no establecen lazos duraderos.

      Cada persona es diferente y, entre ellas, varían las causas por las que, algún día, puedan llegar a experimentar cansancio limitante. Si queremos conocer el origen de la actitud de cualquier persona, hagámosla hablar de su educación, sus padres, su ambiente de barrio, su escuela, sus amigos. Facilitémosle la comunicación sincera, sin juicios, con compresión. Y después comparemos esta información con su actual situación vital.

      En toda relación es clave el desarrollo de la confianza, basada en la comprensión adecuada del entorno y la educación en la aceptación de las circunstancias reales que se presentan en todos los campos de la vida. Se precisa coherencia en el esfuerzo para resolver los problemas con una actitud ética que se aprende tempranamente, y el respeto, basado en el diálogo, ante el modo con el que los demás afrontan su existencia. El principal enemigo de la confianza es la percepción de que, en la relación con el otro, predomina la búsqueda del poder, es decir, la preponderancia sobre cualquier otra forma de conducir la vida.

      Ante los sutiles problemas de la personalidad motivados por la educación, siempre es conveniente conocer la historia personal, precisamente en lo que tiene que ver con los primeros años de vida. Ninguno de nosotros tiene una personalidad perfecta, todos adolecemos de detalles que son necesarios en una u otra situación vital. Pero la diferencia de aquellas personas que muestran actitudes de defensa, violenta imposición, de autocontemplación o inseguridad exageradas, es que estas se ven incapacitadas para juzgar la realidad y adaptarse a ella, o bien se niegan a hacerlo ante la perspectiva de modificarla a su conveniencia y antojo para ser los gestores de su propia exaltación personal, familiar

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