Las virtudes en la práctica médica. Edmund Pellegrino

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Las virtudes en la práctica médica - Edmund Pellegrino Humanidades en Ciencias de la Salud

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virtud por excelencia. Aunque era escéptico de las definiciones de las virtudes morales individuales (Laques y Cármides), Platón entendía la virtud en sí misma como conocimiento (episteme) de la excelencia (areté) de la vida buena. Veía las virtudes definibles en sí mismas, en la medida que se conformaban con las formas puras: justicia, sabiduría y demás.

      De forma característica, en distintos diálogos Platón examina opiniones contrarias. En los diálogos más tempranos pone el énfasis en la virtud personal, y en los más tardíos en el tipo de sociedad en el que habrían de florecer las buenas personas. En el Protágoras y en el Menón argumenta contra la virtud como conocimiento, pues sostiene que, si la virtud no se puede aprender, tampoco puede ser enseñada. En el Eutidemo manifiesta un punto de vista opuesto. Y en la República pone mayor énfasis en la justicia. En su discusión sobre la virtud, Platón olvida aparentemente los sentimientos, las pasiones o las emociones. La virtud se concibe tan atractiva que el vicio solo puede resultar de que el bien no haya sido reconocido como tal por el hombre vicioso.

      El gran empeño de Platón fue desarrollar una teoría general de la virtud. Aunque enumeró las virtudes cardinales —fortaleza, templanza, justicia y sabiduría—, no veía la ética como una ciencia práctica, al modo que lo haría Aristóteles. De hecho, muchos de los argumentos de Aristóteles parten de una crítica a Platón por su visión generalizadora. Efectivamente, en su Política (1260 a 5), Aristóteles pone en guardia sobre los fallos de toda teoría general, y en su Magna Moralia (1182 a 20) subraya la omisión del papel de las emociones en la teoría de Sócrates. Para Aristóteles, el fin de la ética es eminentemente práctico: ser bueno y actuar bien (EN 1102 b 26; EN 1144 b 18).

      De este modo, la ética busca la verdad de un tipo u orientación singular: la verdad acerca de los fines de las acciones humanas, acerca de la felicidad, que es el resultado de toda actividad humana acorde con la excelencia (Ética a Nicómaco —en adelante, EN— 1177 a 12 12-8). Así, la ética es la ciencia que persigue el bien individual, mientras que la política busca el bien social. Pero el bien individual no debe entenderse como una justificación del interés egoísta, sino el interés de la persona en cuanto que persona, de la persona como ser humano dirigido por naturaleza a la felicidad. Felicidad que tampoco es sinónimo de satisfacción egoísta, la cual puede ser, además, un vicio.

      Aristóteles define la virtud como un «estado del carácter» que «pone buena condición dentro de la cosa de la cual es la excelencia y hace que el trabajo de esa cosa se haga bien» (EN 1106 a 15-17). «Por lo tanto, si esto es verdad en cada caso, la virtud de los seres humanos será el hábito que hace buena a una persona y la persona hace bien su trabajo» (EN 1106 a 22-24). Al asimilar virtud con carácter, Aristóteles fue fiel al significado griego de la palabra ethiké ‘carácter’.

      Toda la investigación aristotélica sobre la virtud es, en sus propias palabras, «no en orden a conocer lo que es la excelencia…, sino en orden a llegar a ser buenos. Debemos analizar la naturaleza de la acción, cómo deberíamos hacerla… Todo lo relativo a la conducta, sin embargo, no puede ser dado en forma precisa» (EN 1104 a). Aristóteles no presenta, pues, un compendio de reglas morales, pero insiste en que «los agentes deben en cada caso considerar qué es lo apropiado a la ocasión como sucede también en la medicina y la navegación» (EN 1104 a).

      El énfasis de Aristóteles está en los rasgos del carácter; más que en los actos concretos, en las disposiciones del agente que se dejan ver en sus actos. Las virtudes son características de la persona que la hacen buena y le permiten hacer bien su trabajo. Son, por lo tanto, cualidades teleológicas en relación con la persona y con la tarea de llevar una vida buena.

      Las elecciones personales conciernen especialmente a las virtudes. Saber lo que es bueno no asegura que se vaya a actuar bien. Es por lo que Aristóteles concibe las pasiones o las emociones de modo diverso a como lo hiciera Platón. Los actos de la persona virtuosa provienen de tres raíces: un conocimiento del bien de cualquier acción, la elección por el bien en sí mismo y un buen carácter como fuente de tal conocimiento y de dicha elección. Son los rasgos del buen carácter los que aseguran que la intención recta y buena no solo sea reconocida, sino finalmente elegida.

      La virtud, para Aristóteles, no es solo un sentimiento acerca de lo que es bueno, o simplemente una capacidad para realizar una buena elección. La virtud es una disposición habitual a actuar bien. La virtud resulta del ejercicio habitual de las virtudes. Así, las virtudes pueden ser enseñadas mediante el entrenamiento y la práctica. De este modo, el estagirita da respuesta a una de las cuestiones que Menón planteara a Sócrates: efectivamente se puede instruir en la práctica de las virtudes. Aunque la virtud tiene ciertos atributos de hábito, no puede asimilarse con un reflejo condicionado al modo de Pavlov. La virtud es un hábito guiado por la razón. No es un reflejo automático o irracional, o una simple respuesta intuitiva por un conocimiento innato del bien. Es aquí donde entra en juego la virtud de la prudencia, un concepto que trataremos con detalle más adelante.

      Aristóteles diferencia las virtudes intelectuales de las morales. Las primeras son el arte, la ciencia, la intuición, el razonamiento y la sabiduría práctica (EN 1139 b 16); son las que se integran en la esfera racional. Pero hay otras virtudes propias de la vida moral: las virtudes morales. La mayor parte de Ética a Nicómaco se dedica al estudio detallado de las virtudes morales en particular. Aristóteles asume las cuatro virtudes morales cardinales de Platón (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), pero añade otras; como, por ejemplo, la magnanimidad.

      Uno de los puntos débiles de la teoría aristotélica sobre la virtud se encuentra en la doctrina sobre el término medio. «La virtud es un hábito selectivo que consiste en un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquella por la cual decidiría el hombre prudente» (EN 1107 a 1). Está claro que no todas las virtudes se sitúan en el punto medio entre dos extremos. Por ejemplo: ¿se puede ser justo en exceso?11 Aristóteles intenta superar esta debilidad proporcionando una larga lista de virtudes basadas en una revisión de otros de sus tratados. Coincide con Platón y Sócrates en algunas virtudes centrales, como la justicia, la sabiduría y la templanza; pero luego añade otras aquí y allá, y divaga cuando pasa de considerar la virtud en general a las virtudes en particular.

      No tiene más éxito que Sócrates al intentar responder a Menón sobre si las virtudes son una o muchas. Sin embargo, coincide con otros filósofos morales al definir las virtudes centrales o cardinales. A nosotros no nos parece necesario asumir la teoría del término medio. La teoría aristotélica de la virtud se sostiene sin este principio, y bien puede ser el fundamento sobre el que levantar la ética contemporánea de virtudes, especialmente en la ética médica, como aquí pretendemos.

      Al ligar las decisiones morales con el carácter del agente moral, la ética aristotélica es de suma importancia para ulteriores teorías morales que enfatizan en la psicología moral. Vinculando virtud a carácter, se abre el camino a interrelacionar el conocimiento moral, la motivación moral y la acción moral. También por poner el acento en las habilidades necesarias para ser una buena persona, más que en las habilidades estrictamente profesionales, en la bondad técnica, según Wright.12

      Aristóteles llegó más lejos que Platón en la fundamentación de la ética en la virtud. Salvo por la cuestionable definición de virtud como término medio, su concepción de la virtud y la relación de esta con el bien, con la naturaleza humana y con las emociones conforman una filosofía moral coherente y una teoría sobre la virtud y la persona virtuosa que permanecen vigentes.

      LOS ESTOICOS

      Del mismo modo que Aristóteles y Platón, los pensadores de las escuelas estoicas tempranas, intermedias y tardías —con una historia de cinco siglos—tuvieron una fuerte influencia en el concepto clásico y medieval de virtud. Ellos dieron forma a la ética

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