Las virtudes en la práctica médica. Edmund Pellegrino

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Las virtudes en la práctica médica - Edmund Pellegrino Humanidades en Ciencias de la Salud

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(3) las virtudes propias del buen médico provienen de la fusión de una ética de las virtudes particular y general; (4) como en otras profesiones y tareas sociales, en la práctica médica las virtudes derivan de la naturaleza propia de la medicina, como actividad humana que es; (5) el hecho de que las virtudes propias del médico deriven de los fines de la medicina previene las dificultades que siguen a una ética de las virtudes en exceso autónoma; (6) es necesario buscar una aproximación entre las éticas basadas en principios, obligaciones y virtudes, y (7) en alguna medida hay que vincular filosofía y psicología moral; es decir, el reconocimiento del bien con la motivación por hacer el bien.

      Se trata de ambiciosos proyectos filosóficos con implicaciones que van más allá de la ética médica. Sin embargo, nuestra atención se centrará en la ética médica, en la relación de sanación, en la fenomenología de esta relación y en cómo las características del buen médico son consecuencia de la naturaleza propia de la actividad médica. De modo habitual, dejaremos a la interpretación del lector las implicaciones que nuestro análisis pueda tener más allá del ámbito de la medicina. Baste decir que la medicina proporciona un verdadero paradigma para explorar la ética de las virtudes y la ética personalista, y la relación de estas dos con las otras teorías que ahora dominan el campo de la ética médica.

      Una vez sentadas estas bases, tendemos a aceptar la noción de que existe una naturaleza humana y de que esta naturaleza, en cuanto que se desarrolla física y socialmente, trasciende el tiempo y el lugar concretos, de modo que es posible elevar premisas desde ella. Entre estas premisas, aquellas que dan cuerpo a la propia medicina. Otras, obviamente, se han ido desarrollando en el ámbito de la ética a lo largo de siglos. Pero incluso aceptando que en el discurso moral existen esferas o tradiciones aparentemente irreconciliables, como señala MacIntyre, la suficiente homogeneidad entre los seres humanos y la actividad humana hace posible debatir, desde cada una de estas tradiciones, sobre los puntos de vista, las suposiciones, la lógica y la aplicación de sus perspectivas a otros sistemas de investigación moral. Finalmente, aunque reconocemos la contribución de la ética teológica —tanto a la ética médica como al debate en las deliberaciones morales—, la contribución que representa este trabajo se restringe a la argumentación filosófica, con la renuncia a recurrir a las Sagradas Escrituras, a la tradición religiosa o a la autoridad de la Iglesia.

      Este libro va dirigido a médicos, a filósofos atraídos por la teoría de las virtudes y, en general, al público instruido e interesado por la situación actual de la ética profesional. En el ámbito de la enfermería y otras profesiones sanitarias, se podrá percibir que mucho de lo tratado en este libro le es aplicable, por su analogía con dichas disciplinas. Como es lógico, habrá cuestiones éticas específicas de las distintas profesiones sanitarias que no serán examinadas. En nuestra opinión, es más apropiado que esto lo hagan los profesionales correspondientes y los especialistas en ética que trabajen en su cercanía. Ojalá nuestra reflexión sobre las virtudes en la práctica médica los estimule a una investigación similar en los campos de la enfermería, el trabajo social y demás ámbitos sanitarios.

      En estas páginas, animamos a reorientar la ética médica hacia la condición de persona de médico y paciente, y desde la más antigua aspiración de buscar el bien del ser humano. Con independencia de la teoría ética que uno profese (principialista, deontológica, casuística, emotivista, situacional o intuicionista), la persona, el agente moral, es un elemento siempre presente en desarrollo del acto moral. La virtud, las virtudes y la persona virtuosa son conceptos inevitables. Esperamos que este trabajo sirva para dejar esta idea bien asentada.

      I

      TEORÍA

      1

      TEORÍA DE LA VIRTUD

      LA MEDICINA ES UNA COMUNIDAD MORAL porque, de forma intrínseca, es una tarea moral y sus miembros se encuentran vinculados por un propósito moral común. Si esto es así, dichos miembros deben beber de una fuente de moralidad compartida, de un conjunto de reglas y principios fundamentales, o rasgos personales, que definan una vida moral acorde con los fines, objetivos y propósitos de la medicina. Durante siglos, esta fuente fue la propia persona del médico y, según la filosofía moral de cada época, la ética de las virtudes proporcionaba las bases conceptuales de la ética profesional. En tiempos más recientes, por razones que luego explicaremos sucintamente, la ética de las virtudes ha sido desplazada por la ética de los principios y de los deberes.

      En este capítulo, se analiza el concepto de virtud, su evolución en los períodos posmedieval y moderno y su reciente resurgimiento en la ética general y en la ética médica. En el siguiente capítulo, nos dedicaremos a las teorías éticas centradas en las virtudes, los principios y las obligaciones. Ambos capítulos constituyen los prolegómenos del grueso de esta obra, en la que se describen las virtudes más específicas de la medicina, el modo en que estas configuran los rasgos de carácter que el buen médico debe exhibir y la forma en que las virtudes moldean la práctica de la medicina.

       El concepto de virtud

      Podemos identificar cuatro períodos en la historia del concepto de virtud: (1) los períodos clásico y medieval, en los que las virtudes estaban en el centro de toda filosofía moral; (2) los períodos posmedieval y moderno, en los que la virtud conservó su importancia, pero empezó a ser redefinida con la emergencia de nuevos sistemas de filosofía moral; (3) el período analítico-positivista, cuando la ética de las virtudes casi fue abandonada, como también lo fuera la ética normativa tradicional, y (4) el período actual, en el que se ha resucitado la virtud como base de la moralidad. En cada período, el concepto de virtud fue modelado según la filosofía moral dominante. Algunos remanentes de estas filosofías pueden aún identificarse en el concepto de virtud que ha resurgido en tiempos recientes. En general, sin embargo, la noción central de virtud y de las virtudes (incluso la actual) hunde sus raíces en la síntesis clásico-medieval, particularmente en la Ética a Nicómaco, la Ética a Eudemo y la Gran moral, de Aristóteles.

      EL PERÍODO CLÁSICO: SÓCRATES, PLATÓN, ARISTÓTELES

      Las definiciones de virtud que dominaron en los períodos clásico y medieval y en la filosofía moral del Renacimiento tienen varios rasgos en común: se sostiene en todas ellas que (1) el objetivo de la filosofía es enseñar a llevar una vida buena; (2) la virtud en general y las virtudes en particular son imprescindibles para ser una buena persona y llevar una vida buena; (3) la naturaleza humana tiene una serie de potencias que la virtud habilita en los seres humanos para desarrollarlas, y (4) la razón puede reconocer las virtudes, y es bajo el gobierno de la razón como las virtudes se ponen en práctica.

      El concepto de virtud de la cultura occidental tuvo su origen en los filósofos de la Grecia clásica. Los sofistas prepararon el camino de las concepciones de Platón y Aristóteles. Ellos afirmaron que la virtud puede ser enseñada a cualquier ser humano y que es esencial para el recto ejercicio del poder. Los sofistas pensaban que la virtud era meramente un producto de la razón; lo que no era explicable por la razón no era una virtud.10

      Fue Sócrates el que desveló las cuestiones fundamentales sobre la virtud con las que la filosofía moral ha venido disputando desde entonces. Él puso en boca de Menón: «¿Puedes decirme, Sócrates, si la virtud se adquiere mediante el estudio o la práctica, o ni con el estudio ni con la práctica, o si nos llega por naturaleza o por otros medios?» (Menón, 70 a). Para nuestra desgracia, Sócrates no dio respuesta a estas preguntas, pues desde entonces estas cuestiones nos siguen rondando. En otros diálogos de Platón, y en cada intento posterior por aclarar la noción de virtud, aparecen respuestas incompletas y a veces contradictorias.

      Sócrates sostenía —o al menos Platón así lo dijo— que la virtud era conocimiento; esto es, reconocer

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