Buscando una esperanza. Valmy Ardila

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Buscando una esperanza - Valmy Ardila

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evitaba todo tipo de medicamentos, pues no deseaba que nada afectara al bebé.

      Mis padres, al ver cómo me encontraba, me invitaron a pasar dos semanas de vacaciones con ellos. Mi esposo no podría acompañarnos por motivos de trabajo, pero pensamos que sería una buena oportunidad para cambiar de ambiente y descansar un poco. Consultamos con nuestro médico tratante y no tuvo ninguna contraindicación. Así que llena de ánimo, emprendí este viaje en compañía de mi hija y mis padres; un viaje que nos llevaría a disfrutar de la brisa suave y serena del mar.

      En líneas generales no me vi afectada por el trayecto. Disfrutábamos de la playa y del descanso que tanto deseábamos. Transcurrió una semana, y mi acidez estomacal parecía querer acompañarme a todas partes. Una noche mientras cenábamos, fui al baño a vomitar y comenzó un dolor intenso en el estómago, el cual inmovilizaba el lado lateral derecho de mi cuerpo.

      Mis padres angustiados, llamaron a una ambulancia de inmediato. Pero pasaba el tiempo, y la ambulancia no llegaba. Eran las 10:00 pm. Decidimos llamar a un amigo quien nos fue a buscar. El dolor era tan intenso que no podía caminar. Al llegar a un centro de salud cercano, la enfermera de turno me indicó que no había habitaciones disponibles. Le explicamos el caso de mi embarazo, y de forma desinteresada llamó al médico de guardia. Fui trasladada a un cubículo de asistencia con una camilla. El médico me preguntó: “¿Qué te duele?”, a lo que señalé el punto exacto en la parte de arriba del estómago donde sentía el dolor. También expliqué que el dolor se extendía hacia la región lateral derecha de mi espalda.

      —“¿Qué comiste?” – me preguntó

      Expliqué lo que había cenado. Le pedí que me hiciera una ecografía para saber el estado de mi bebé. Mis padres intervinieron para hablar con él, pero sólo hizo caso omiso a todo lo que ellos le dijeron. Sin mucho afán, ordenó a la enfermera:

      —“Esto es una acidez crónica. Vamos a colocarle un protector gástrico endovenoso y un medicamento adicional para que pase el dolor. Todas las mujeres embarazadas sufren de acidez. Una vez que pase el medicamento vía endovenosa puede irse.” Al retirarse sólo dijo: “Debo irme, tengo que comprar una pizza”.

      Mi esposo, lejos de nosotros y alarmado por lo que me pasaba, se preguntaba si debía viajar, o si debía esperar los resultados médicos. Cada quince minutos llamaba para averiguar mi estado y el del bebé.

      La enfermera, siguiendo las indicaciones dadas, tomó una vía en mi brazo y comenzó a pasar los medicamentos. Paulatinamente sentí alivio y el dolor empezó a cesar. Pero me preocupaba el estado de mi bebé. Me preguntaba cómo este doctor no me había examinado o chequeado el estado de mi hijo. En ese momento pensé lo distinto que era ser tratado por un médico con vocación, y otro para quien uno es sólo otro paciente más. El haber crecido con padres médicos, a quienes he visto dedicar su vida al servicio de otros hacía este contraste aún más latente. Al pasar el dolor, cancelamos y partimos al hotel.

      Mis padres y mi hija descansaban. Mientras trataba de unirme a ellos en el descanso, pensaba “¿Sería esto realmente una acidez?”. Había sido un dolor punzante. Estaba muy nerviosa por el estado de mi bebé . “¿Estará todo bien?” “¿Habrá una esperanza de que este milagro continúe?”, me preguntaba mientras trataba de conciliar el sueño. El movimiento leve de mi hijo me dio un poco de seguridad. Todo estaría bien.

      Los días restantes de nuestras vacaciones fueron más tranquilos. El dolor había cesado y hacía esfuerzos mayores para mantener una alimentación lo más sana posible. Eliminé los dulces, alimentos altos en grasas, reduje cantidades de carnes rojas . Me dije a mí misma, “si es algún problema estomacal, debo cuidarme.” Y así lo hice.

      El viaje de regreso fue sin contratiempos. Mi esposo y yo estábamos felices de vernos y él se sentía más seguro de tenernos en casa.

      “Mami, ¿quieres un niño o una niña?”

      Una vez terminados nuestros días de descanso seguiría la rutina de mis controles prenatales. Esta vez, el doctor trataría de ver el sexo del bebé. De camino a la cita, empezaron a darse voces a las expectativas. Mi esposo decía que no le importaba el sexo del bebé, sólo quería un niño sano. Mi hija decía, “Yo quiero una hermanita, prefiero que sea niña”.

      Al igual que mi esposo, yo quería un niño sano. Era lo más importante para mí. Sin embargo, algo curioso me había pasado. Desde el momento que supe de mi embarazo y a medida que pasaban los meses, veía decoraciones de habitaciones y lencería para infantes. Me gustaban las decoraciones en azul, verde y de varón en general. Mi hija interrumpió mis pensamientos al preguntarme:

      —“Mami, ¿Quieres un niño o una niña?”

      —“Sinceramente quiero un bebé varón. Ya disfruté de todas las etapas de una niña al tenerte a ti. Quisiera un niño con mis ojos claros. Hay cosas hermosas para niños pero, lo que Dios disponga en nuestro hogar será recibido con toda alegría”.

      Llegamos al momento donde veríamos por primera vez, si la bendición que llevaba en mi vientre era una niña o un niño. Al examinarme, el doctor pregunta:

      —“¿Quieren qué les diga el sexo del bebé?”

      —“¡Sí!” respondimos en coro, llenos de entusiasmo, mi esposo, mi padre, mi hija y yo.

      —“A ver ¿quieren una niñita o un varoncito?”

      A esta pregunta se entretejían las voces, cada uno tratando de hacer conocer sus deseos.

      —“¡Yo quiero niña!”, respondió mi hija.

      —“¡Yo quiero niño!, “ dije entre risas.

      —“¡A mí me da igual doctor!, “ se escuchaba a mi esposo.

      Finalmente, el doctor dice:

      —“¡Es un varón!”

      Todos alzamos voces de júbilo al saber la noticia. ¡Un niño! Lo que quedaba era seguir orando para que este pequeño llegara sano y fuerte. Mi médico recomendó también una ecografía genética y posteriormente ecos tridimensionales, como parte de las rutinas de seguimiento. Al preguntarle qué médico recomendaba para estos exámenes, nombró a un gran amigo de mis padres. Esto los llenó de gran alegría ya que me acompañarían a estas evaluaciones.

      Un Nombre para el Nuevo Integrante de la Familia

      Mi esposo y yo habíamos conversado un poco sobre el nombre del bebé. Habíamos acordado que llevaría el nombre de “Antonio, “ en honor a la promesa que había hecho. Si era una niña, la llamaríamos Antonella. Como mi esposo se llama Luis José, pensábamos que, si era varón, se llamaría José Antonio.

      Ahora era una realidad. El milagro de la vida tenía nombre. José Antonio pronto estaría en nuestros brazos.

      Nuevas Evaluaciones, Nuevas Esperanzas

      El día de la ecografía genética había llegado. Siempre a mi lado, mis padres vieron en esta cita un motivo de doble alegría. No sólo les permitía darme el apoyo que tanto necesitaba; tendrían también la oportunidad de reencontrarse con un gran amigo para ambos. Al momento de la consulta, los abrazos de años de amistad se hicieron presentes; no faltaron anécdotas que volvían frescas a revivirse entre cuentos y risas. Todo esto me aseguraba que Dios me guiaba

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