Buscando una esperanza. Valmy Ardila

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Buscando una esperanza - Valmy Ardila

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se observó los huesos. Sólo hizo una observación. El cerebelo del bebé era un poquito más pequeño de lo normal. Agregó que estaba en el margen mínimo, pero que me daría otra cita para el eco tridimensional. Este último se haría pasadas tres semanas, esperando a que el bebé creciera un poco más y así poder hacer seguimiento. Su tono no era uno de preocupación. Al contrario. Nos indicó que el niño estaba creciendo bien.

      Una semana después, mi padre me hizo otra evaluación ginecológica. Él como especialista deseaba ver a su nieto. No notó nada fuera de lo común. Ya nos acercábamos al séptimo mes y era momento de hacer la ecografía tridimensional.

      Mientras, mi esposo y yo, comenzamos a decorar el cuarto para José Antonio. Las paredes eran celestes y blancas. Lo decoraríamos con trenes. Ahí estaba ya su cunita, una mecedora para cuando lo tuviera que amamantar. También una mesita para cambiar sus pañales. En el armario, comenzábamos a colocar algunas ropitas para él. A veces, cuando mi esposo llegaba del trabajo, nos sentábamos en este cuarto, fantaseando juntos la llegada de nuestro hijo. Añadimos su coche, y poco a poco los biberones y todo lo que pensamos sería necesario. ¡Lo habíamos logrado! ¡Sólo dos meses más!

      Al preparar los detalles para recibir a nuestro hijo, una alegría inmensurable llenaba nuestros corazones. Era como si el sol no dejaba de brillar cada día; los días eran gozosos, cargados de amor y fe.

      Con el pasar de los días, había planificado una fiesta para la llegada del bebé, o baby shower. Con mucho cariño, preparé los dulces, canapés, torta y otros alimentos que degustaríamos. Mi esposo, se había encargado de la música para amenizar una hermosa reunión que contó con la presencia de los familiares y amigos más allegados. Los abuelos se encargaron de decorar, y mis padres compraron los recuerditos de la fiesta. Entre juegos y risas, regalos y los mejores consejos, pasamos una velada inolvidable, que indicaba que muy pronto José Antonio estaría con nosotros.

      A las 34 semanas de gestación tuve mi cita para el eco tridimensional. Me sentía mal de salud. Las náuseas y el dolor en mi estómago me agobiaban. El dolor de cabeza no me dejaba tener los ojos abiertos por mucho tiempo. No había aumentado mucho de peso en este trimestre. La tarde se hizo muy larga. Mientras esperaba, la secretaria del doctor me informó que no podría ser atendida. La paciente anterior había tenido una emergencia médica y el doctor entraría a quirófano. Se pospuso mi evaluación y regresé a casa a tratar de descansar un poco.

      Dificultades Inesperadas

      Las celebraciones de fin de año estaban en el ambiente, y pasamos momentos familiares muy amenos, sin dejar de pensar que pronto tendríamos en casa al regalo que Dios nos había enviado.

      Al pasar las festividades, un día de enero, mi hija me había pedido que la llevara a comprar una hamburguesa, en un restaurante de comida rápida. Al ver la foto de una hamburguesa con doble queso, tocineta, y vegetales, decidí comprarme una. ¡Qué mala elección! Me dejé llevar por mis deseos y no por mi condición estomacal.

      Regresamos a casa. Cuando llegó mi esposo, mi condición había empeorado. Volvía a sentir ese dolor punzante que me había afligido durante las vacaciones con mis padres. El lado derecho de mi cuerpo se paralizaba ante el avance del dolor. Al comunicarnos con nuestros padres, la orden fue llevarme a la clínica lo antes posible. Al ingresar en la unidad de emergencia, comenzaron las preguntas de rutina:

      —“¿Qué comiste?”

      —“¿Desde cuándo tienes este dolor?”

      —“¿Dónde sientes dolor?”

      Para que cesara el dolor, me colocaron un protector gástrico y otras medicaciones. El doctor le comentaba a mi esposo que era algo común en las mujeres embarazadas sufrir de acidez. A las 2 de la madrugada, el doctor de guardia nos dice que podemos regresar a casa. A pesar de no sentirme recuperada totalmente decidí ir a casa.

      A las 2:30 am llegamos a casa. Fuimos a la habitación para poder descansar. Al acostarme en la cama, el dolor volvió con mayor fuerza.

      —“¿Cómo puedes sentir dolor?” – me preguntaba mi esposo. “Hace unos pocos momentos recibiste medicamentos de forma endovenosa”.

      Al ver su rostro perplejo ante mi situación, pensé que lo mejor era tratar de descansar. Tomé un jarabe antiácido y protector gástrico que tenía en casa. A las 6:00 am, mi esposo se levantó y me halló adolorida. Su preocupación aumentó.

      —“Tengo una reunión muy importante con mi jefe hoy. De esta reunión dependen muchas cosas en el trabajo.” A esto agregó, “En caso de cualquier emergencia, o si el dolor continúa, me llamas inmediatamente”.

      Eran las 10:00 am. El dolor había empeorado.

      —“Amor, tienes que venir a casa, por favor”.

      —“¿Cómo estás? ¿Qué está pasando?”

      —“No es normal tener un dolor tan intenso. Algo está pasando. Es un dolor que abraza el lado derecho de mi cuerpo”.

      —“¿Cómo puede ser esto una acidez? Iremos a la clínica inmediatamente. Estoy de salida”.

      Mis padres nos siguieron hasta el centro médico. Al entrar nuevamente en el área de emergencia, algunos de los doctores me reconocieron. Era la misma paciente que había estado en la sala unas horas antes. Al ver que el dolor no cesaba, una especialista en gastroenterología vino a evaluarme. Hizo una ecografía y vio la causa del dolor. Mi vesícula estaba llena de cálculos.

      —“Es una colecistitis aguda”.

      —“¡Hay que hospitalizarla inmediatamente!”

      —“¿Cuál es el mejor plan en su estado de gestación?”

      —“Debemos tratar de mantener al bebé en el vientre lo más que podamos. Los ultrasonidos muestran que hay inmadurez pulmonar. No es conveniente sacar al bebé”.

      Estuve hospitalizada tres días. Me sentía muy mal. No podía comer absolutamente nada, me mantenían hidratada por vía endovenosa. El dolor sólo cedía por algunos minutos. Las noches eran interminables y mi cuadro estaba complicándose. Mis padres sugerían hacer una cesárea de emergencia. Sin embargo, el centro donde me encontraba no tenía cupo en terapia neonatal, la cual por ser un prematuro la necesitaría al momento de nacer.

      Contra opinión médica fui trasladada a otro centro donde se podría hacer esta cesárea. El riesgo de mortalidad era muy alto, tanto para José Antonio, como para mí. Clínicamente, todo se estaba complicando. Los movimientos del bebé eran desesperados. El doctor del centro médico donde me encontraba, pensaba que yo estaba un poco “aprehensiva” y que lo mejor era esperar. Sin embargo, había un gran riesgo a que este dolor se convirtiera en una complicación que podríamos pagar, el bebé y yo, con nuestras propias vidas.

      A las 10:00 pm fui llevada a la clínica donde sería atendida de emergencia. Nuevamente me colocaron calmantes. En este momento, los médicos se reunieron con mi esposo y mis padres para discutir mi caso:

      —“Haremos una resonancia magnética para poder visualizar las vías biliares, páncreas y vesícula. Después de la evaluación podremos saber con más certeza qué camino tomar”.

      Pronto me introdujeron en un largo túnel. Llevaba un chaleco de plomo para proteger al feto. Una vez realizada la resonancia, se reunió nuevamente la junta médica con mi padre y mi esposo.

      —“La

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