Buscando una esperanza. Valmy Ardila

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Buscando una esperanza - Valmy Ardila

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de emergencia?” – preguntó mi padre.

      —“Mañana procederemos,” contestó el doctor. “En el caso que tengamos que decidir entre la vida del feto o de la madre, salvaremos la de la madre”.

      El agua caliente recorría mi cuerpo aliviándome un poco del dolor. Sin embargo, mi mente estaba fija en el momento de la intervención quirúrgica. Necesitaba mantener la esperanza viva en medio de todas las tormentas.

      3

      Mi Nacimiento

      Se nos pone en situaciones para construir

      nuestro carácter, no para destruirnos

      –Nick Vujicic

      Era la 1:30 pm y ya era el momento de entrar al quirófano. Mi padre, por ser médico, entraría conmigo. El plan era sacar al bebé y posteriormente retirar mi vesícula por medio de una laparoscopia.

      La anestesióloga preparó la epidural y me pidió que me colocara en posición fetal.

      —“Valmy, es importante que no se mueva. De otra forma tendremos que reiniciar el procedimiento”.

      Escuchaba atentamente las indicaciones, sin embargo, al primer intento me moví. La anestesióloga trató nuevamente de insertar la aguja entre las dos vértebras, y yo nuevamente me dejé vencer por los nervios.

      —“Valmy, voy a hacer un último intento. Si te mueves otra vez no podremos colocar la epidural, y la única opción restante va a ser una anestesia general en la que pondremos en mayor riesgo tu vida y la de tu bebé. Trata de resistir un poco y colabora conmigo para que todo salga bien”.

      Saqué fuerzas de donde no las tenía. Finalmente, no me moví y ella pudo colocar la epidural. Al colocarme en la cama del quirófano, todo empezó a nublarse. Las náuseas incrementaban. Sólo alcancé a decirle a mi papá, quien estaba a mi lado: “Papi, me siento muy mal. Me estoy yendo”.

      —“¡Valmy escúchame!” – intervino la anestesióloga. “Tienes la mínima en 3, lo que es una presión arterial muy baja. Ya te estamos asistiendo”.

      —“¡Corten y saquen al bebé rápido!” – dijo angustiado mi padre.

      Todo se hizo contra reloj. Mi presión arterial había bajado mucho y el bebé estaba en mi vientre. A las 4:10 pm habían terminado con la cesárea. Sólo escuché una diminuta vocecita pero mi bebé no había llorado. Esto me empezó a preocupar.

      —“Papi, ¿está todo bien? No escuché llorar al bebé”.

      —“Tranquila hija,” respondió nerviosamente. “Es un catire hermoso. Los médicos lo están limpiando”.

      Mi padre sólo quería tranquilizarme, sin darme explicaciones de lo que estaba sucediendo. Sin embargo, algo me angustiaba. ¿Cuándo lo traerían para que yo lo viera? Siempre les colocan el bebé a sus madres al momento de nacer; pero ese momento no llegó para mí. Nunca estuvo en mis brazos al nacer. José Antonio había sido llevado a terapia intensiva.

      Al preguntar por mi bebé, los médicos procedieron a colocarme la anestesia general y seguir con el proceso para retirar la vesícula. Cuando abrí nuevamente mis ojos estaba en una sala de recuperación con una cobija térmica; tenía muchísimo dolor. Mi padre estaba a mi lado. Me había acompañado en todo momento.

      —“Papá, ¿Cómo esta José Antonio? ¿Está vivo?”

      —“Hija es un rubio hermosísimo. Tiene tus ojos claros. Los cabellos son cobrizos y abundantes. Es idéntico a ti cuando estabas pequeñita”.

      Dios me había dado un varón, y con el color de mis ojos, tal como había pedido. Pero mi corazón de madre no dejaba de clamar por la vida de mi pequeño, deseando que todo evolucionara satisfactoriamente.

      Terapia Intensiva

      Entre tanto, mis padres y suegros, junto a mi esposo, se hallaban en terapia intensiva junto a José Antonio. Los médicos se reunieron con ellos para poder informarles el estado del niño.

      El neonatólogo, quien era gran amigo de mis padres, les mostró el cordón umbilical de José Antonio. Anatómicamente, un cordón normal tendría dos arterias y una vena, pero el de mi bebé tenía una arteria y una vena. Esto se traduciría en la posibilidad de problemas de malformación cromosómica, defectos renales, defectos en la anatomía del corazón, y otros problemas. Un cuadro nada alentador.

      El médico también les mostró que mi hijo había nacido con una malformación en su pabellón auricular izquierdo, el cual no se había desarrollado de forma completa, y no se sabía con exactitud cómo se encontraba su oído. Esto también podía indicar algún problema de tipo renal. Aunque pareciese increíble de creer, esta mal formación no fue visualizada en los ecosonogramas de control, por ninguno de los especialistas que me atendió.

      José Antonio había nacido sin reflejo de succión, por lo que no podría alimentarse por sus propios medios. Por ello, se le colocó una sonda orogástrica que viajaba directamente al estómago para alimentarlo. Algo que también había llamado la atención de los médicos era una parálisis facial. Su respuesta al dolor y movilidad eran escasos, y por su inmadurez pulmonar presentaba un trastorno respiratorio que culminó en neumonía. Sin embargo, no hubo necesidad de intubarlo para ayudarlo a respirar, sólo se le colocó una mascarilla de oxígeno.

      Mi esposo estaba en una encrucijada de sentimientos. Por un lado, la alegría de tener a su hijo, pero al mismo tiempo, la gran incertidumbre sobre su condición. Como padre, aún no procesaba todo lo que los médicos le habían comunicado. Sólo esperaba que su pequeño saliera pronto de todos esos cables y monitores a los cuales estaba conectado. Se veía tan pequeñito, tan indefenso en esa incubadora.

      Al ser trasladada a mi habitación vi la presencia de mis familiares y amigos cercanos. Me sentía muy adolorida. En mi abdomen tenía cuatro curas que correspondían a mis heridas. Una de ellas era la de la cesárea a nivel pélvico, otra herida estaba a nivel umbilical, la tercera en la parte superior de mi estómago y finalmente, otra en el lado derecho de mi abdomen, donde tenía una sonda que drenaría los líquidos que se resumen por la intervención. Esta sonda era sumamente dolorosa; si hacía un mal movimiento, sentía un dolor punzante, agudo. A esto se aunaba una serie de medicamentos suministrados por vía endovenosa, además de antibióticos, calmantes, etc.

      Sin lugar a dudas, estos momentos formaban parte de una de las pruebas más difíciles que hayamos pasado como familia. Jamás me había sentido tan cercana a la muerte como en esta circunstancia.

      Preguntas sin Respuestas

      Mientras tanto, muchas interrogantes pasaban por nuestras mentes: “¿Qué está sucediendo?”, “¿Cómo pudo ser posible que en ninguno de los exámenes y ultrasonidos se viera que el bebé tuviese una arteria única?”, “Todas las ecografías mostraban el desarrollo de un niño regular, ¿Por qué ninguno de los médicos tratantes pudo ver que había una malformación en su pabellón auricular izquierdo?” Estas y otras interrogantes gravitaban por nuestras mentes; nos preguntábamos una y otra vez, en qué habíamos fallado, el porqué de tantos diagnósticos negativos. Muchas de estas preguntas quedaron sin respuesta por mucho tiempo. Esto era sólo el comienzo de aquella decisión que habíamos tomado mi esposo y yo, cuando

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