Angeles, Arcangeles y Fuerzas Invisibles. Robert J. Grant

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Angeles, Arcangeles y Fuerzas Invisibles - Robert J. Grant

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(I Am with You Always, publicado por Bantam Books en 1995). Por tanto, he reflexionado a menudo sobre la relación existente entre los ángeles y Cristo, no tanto desde un punto de vista teológico como desde una perspectiva psicológica, es decir, desde el punto de vista de la necesidad humana. ¿Por qué necesitan ángeles las personas, y en qué difiere esta necesidad de su necesidad de un Maestro o Redentor más humano?

      Se me ocurre que los ángeles siempre han sido la voz personal, aunque no humana, de Dios. Son, esencialmente, emanaciones de la Realidad superior que, no obstante, no llegan a encarnarse plenamente. En comparación con los maestros y ministros humanos, se mantienen para siempre inmaculados y sin mancillar por la vida ordinaria. Los ángeles confieren a Dios una especie de dimensionalidad enrarecida, como las facetas de una gema que reflejan y revelan su belleza intrínseca. Son como rayos coloridos de una única Luz, que otorgan un matiz particular a algo que, de por sí, lo abarca todo y carece de concreción. Yo pienso que necesitamos esta dimensionalidad para concebir un plan de vida. Porque no suele resultar suficientemente satisfactorio contemplar una totalidad nebulosa cuando aquí en la tierra estamos luchando con problemas muy concretos.

      Los ángeles tienen un gran significado psicológico porque acercan lo Divino a la esfera de lo humano. Pero, si los ángeles tienen que ver con las emanaciones de Dios, Cristo tiene que ver con la encarnación de Dios, un paso más allá en el proceso de la expresión de Dios de forma personal.

      Inspirándose en varias fuentes, Robert J. Grant demuestra que un ángel en particular, el arcángel Miguel, intervino para encauzar la encarnación de Cristo. Asimismo, Miguel parece estar terciando en los asuntos de la humanidad mientras se vislumbra un nuevo rumbo. Da la impresión de que este ángel supervisa las manifestaciones de Dios al mundo. Es, por decirlo de algún modo, el ángel de la encarnación.

      Para los lectores no cristianos, es interesante apuntar que la relación existente entre Dios, los ángeles y la encarnación de Dios se describe de forma similar en otras religiones. En el budismo Mahayana, por ejemplo, el universo se representa mediante el mandala sagrado, un diseño circular que describe la relación entre lo Divino y el mundo de los fenómenos. En el centro del mandala reside Vairocana, el Buda primordial. Representado por una luz blanca, Vairocana se parece mucho a nuestra deidad trascendental que lo abarca todo y carece de concreción. Ahora bien, en torno a él están los cuatro Budas dyani que, como los ángeles, nunca se han encarnado. Cada uno de ellos expresa un atributo particular de la unidad divina, tal como la sabiduría de la observación profunda o la sabiduría de la igualdad. Un Buda dyani en particular—Amoghasiddhi—representa la sabiduría que todo lo logra, el impulso que induce a la expresión material de lo Divino. Al igual que Miguel, este Buda se mantiene en cierto modo apartado del resto, ya que supervisa el proceso de la encarnación.

      No debe sorprendernos la importancia que esta entidad angélica reviste para el budismo Mahayana. Porque, a diferencia de otras formas de budismo, el Mahayana subraya que el logro más elevado para cualquier alma es el regreso a la tierra en forma de ser iluminado, encarnarse para iluminar el mundo. No es, por tanto, de extrañar que los seguidores del Mahayana observen la práctica de desplazar a Vairocana del centro a la periferia del mandala, para sustituirlo en el centro por Amoghasiddhi. Al meditar sobre esta nueva configuración, se afirma la importancia de la encarnación con respecto a la emancipación: una vida de servicio, incluso por encima de la libertad que aportaría la superación del ciclo de renacimiento.

      De este modo, podemos estar en comunión con ángeles, Budas dyani y otros seres arquetípicos que expresan la dimensionalidad de Dios. También podemos comulgar con esa fuerza angélica cuyo impulso es traer a Dios entre nosotros, para que viva como expresión completa de lo infinito en lo finito.

      En este edificante y bien documentado libro, Robert J. Grant describe con acierto a los ángeles desde una variedad de perspectivas, sin dar a estos seres un nivel excesivo de concreción. Ampliando el alcance de los fenómenos angélicos e incluyendo campos que no suelen vincularse con los ángeles en sí, el autor nos recuerda que nuestro principal tema de atención es una intervención espiritual que puede adoptar una diversidad de formas. Ofrece así la posibilidad de que cada uno perciba esta intervención conforme a su propio sistema de creencias.

      En uno de los encuentros con Cristo que describo en mi obra I Am with You Always, una mujer ve un Ser de Luz en el bosque y pregunta: «¿Quién eres?» El Ser contesta: «Algunos me llaman Buda y otros me llaman Cristo». Ella replica: «No conozco a Buda». El Ser responde: «Entonces soy Cristo». Esta experiencia sugiere que a Dios no le preocupa nuestra necesidad de experimentarlo conforme a nuestros orígenes y creencias: el Espíritu es grata y amorosamente complaciente. Tal vez deberíamos sentirnos libres para permitirnos y permitir a los demás entablar una relación con lo Divino a través de la rica diversidad de formas vitales que están a nuestro alcance. Para muchos de nosotros hoy en día, escuchar a los ángeles puede ser una de las mejores vías para alcanzar una comunión con nuestra naturaleza espiritual más profunda capaz de cambiar nuestra vida.

      G. Scott Sparrow, Ed.D.

       Prefacio

      Desde hace mucho tiempo me fascina la creencia según la cual los ángeles pueden guiarnos, influenciarnos, dirigirnos e inspirarnos en nuestra vida desde esferas invisibles. La realidad de los ángeles se convirtió para mí en una convicción cuando trabajé con enfermos terminales en una residencia de cuidados paliativos. Presencié cómo muchas personas, liberadas del dolor en las últimas horas de su vida, hablaban con lucidez de sus visiones de ángeles que habían acudido en su ayuda «desde el más allá». Tales experiencias eran un alivio, no sólo para el paciente, sino también para las familias, que deseaban para sus seres queridos a punto de morir un respiro con respecto a su enfermedad, en particular los estragos del cáncer o del SIDA.

      Según me han relatado muchas personas que prestan servicios voluntarios para enfermos terminales, las visiones de ángeles en el lecho de la muerte son especialmente frecuentes en los niños. Yo no creo que se trate de alucinaciones debidas a la medicación o al dolor intenso. Así como contamos con un equipo de médicos y enfermeros que ayudan en la sala de parto cuando un niño nace en este mundo, creo que existen espíritus, ángeles y guías que ayudan al moribundo, cuando un alma está «naciendo» en el más allá. Realicé una encuesta informal entre amigos y colegas, y descubrí que un número asombrosamente elevado de personas creían haber tenido un encuentro con un ángel. Tales historias me llevaron a concebir el presente libro y a examinar el panorama más amplio de la influencia de los ángeles durante nuestra vida.

      Se han dedicado muchos libros a la realidad de los ángeles y su interacción con la humanidad. En éste, he intentado establecer que las actividades de los ángeles en nuestro tiempo no son en absoluto obra del azar, sino que su interacción traduce una intencionalidad que trasciende la transformación individual. Se está produciendo actualmente en nuestra cultura un cambio o transformación global que, junto con la influencia de los ángeles, representa una posibilidad apasionante: estamos en los albores de una época de gran despertar y realización espirituales, y los ángeles nos están ayudando en este despertar.

      Otro tema de interés, que me impulsó a escribir este libro, es la fascinante vida del «profeta durmiente» Edgar Cayce, en cuyas obras y lecturas psíquicas me he apoyado ampliamente. La vida de Cayce se vio drásticamente alterada por la influencia de los ángeles. Su encuentro real con uno de ellos a la edad de trece años fue para él la «punta del iceberg»: a partir del mismo se convirtió en uno de los psíquicos más destacados del mundo, ayudando a miles de personas a lo largo de su vida con su don único y peculiar. Tras su encuentro con el ángel, Cayce lograba entrar en un estado de sueño autoinducido y respondía con exactitud a cualquier pregunta que se le formulara. La veracidad de estas respuestas ha quedado bien documentada mediante su extraña habilidad para diagnosticar enfermedades

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