Angeles, Arcangeles y Fuerzas Invisibles. Robert J. Grant

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Angeles, Arcangeles y Fuerzas Invisibles - Robert J. Grant

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rota… ¡necesita un médico inmediatamente!».

      Su amigo lo miró con asombro. «Pero George… ¿cómo puedes saber tú lo que le pasa a mi hijo?».

      Con toda la urgencia que era capaz de transmitir, el doctor Rodonaia suplicó a su amigo que llevara al niño al hospital. «La niñera dejó caer a tu hijo… está herido… malherido. ¡Vamos! ¡Date prisa!»

      El dolor aumentó y Rodonaia cayó inconsciente. Su amigo pasó por la sala de enfermería, telefoneó a su esposa y le pidió que llevara al niño de inmediato al hospital para unas radiografías.

      El niño llegó al hospital casi al borde de la muerte. Las radiografías mostraron una rotura del hueso de la cadera. Llamaron a un especialista. «El niño se recuperará», les dijo el médico a los angustiados padres.

      El amigo del doctor Rodonaia se acercó llorando a la cabecera de George. Agarró la mano de su milagroso amigo. «Has salvado a mi hijo… has salvado a mi niñito…».

      Rodonaia experimentó una prodigiosa y total recuperación, que no le dejó lesión cerebral alguna. Se soldaron la columna vertebral y los huesos rotos. Más adelante, desertó con éxito de la Unión Soviética antes de la caída del comunismo, y hoy en día es pastor metodista en Estados Unidos. Recuerda con minucioso detalle su excursión de tres días al mundo de los muertos. Como resultado de la misma, ha dedicado su vida y su obra al servicio de la humanidad.

      El doctor Rodonaia, quien relató este episodio durante una entrevista realizada en 1993, así como en un corto documental titulado Life After Life (producido por Cascom International en 1992), no olvidó nunca su visita a los mundos celestiales de la Sabiduría y el Conocimiento. Según un antiguo texto, El Libro de Enoc, que en el pasado formó parte de la Biblia, la Sabiduría es una inteligencia divina —un ángel— cuya influencia se enseña en las escuelas místicas, mientras que la fuente real de sabiduría reside en las esferas invisibles: «La sabiduría ha salido para habitar entre los hijos de los hombres y no ha encontrado habitación. La sabiduría ha vuelto a su residencia y se ha fijado en medio de los ángeles» (El Libro de Enoc 42:2).

      El doctor Rodonaia comprendió que toda la educación académica de su vida emanaba de esas esferas, y que durante su muerte de tres días había tenido la bienaventuranza de aprender desde la fuente misma de la sabiduría. Sentía que, en esos tres días, había aprendido más que en sus treinta y seis años en la tierra. Nunca se había cuestionado la realidad de los ángeles antes de esta experiencia, y sin embargo supo, en cuanto despertó, que ellos le habían guiado a través de las múltiples esferas del mundo invisible. Esta visión de la Sabiduría y el Conocimiento desde una perspectiva angélica difiere bastante del concepto tradicional de mensajeros divinos, pero los ángeles se definen como mensajeros que transmiten sabiduría, inspiración y orientación a los seres humanos. La experiencia post-mortem del doctor Rodonaia es un recordatorio convincente para los vivos de que todavía existen mundos por descubrir, mundos en los que pervive el alma.

      En la actualidad, Rodonaia afirma que su muerte temporal fue «la mayor enseñanza sobre la vida que cabe esperar».

      Un auxilio angélico

      A lo largo del último siglo, se ha incrementado de forma espectacular el número de personas que han tenido experiencias milagrosas con ángeles. Cualquier estudioso del fenómeno concluirá rápidamente que existen fuerzas invisibles que guían y dirigen sin cesar la trayectoria de la humanidad. Esto resulta paradójico para la mente racional. Para muchos, si algo no puede verse, es que no existe. Aunque la gente se burla con frecuencia de la existencia de las fuerzas invisibles y de los fenómenos psíquicos, esta forma de pensar está dando paso a un sinnúmero de encuentros inexplicables que sugieren que algo divino está realmente ocurriendo en el mundo de hoy. La siguiente anécdota es un buen ejemplo de uno de tales encuentros angélicos:

      «¡Ahora no, Dios mío!», exclamó Marie en voz alta. «Ahora no, por favor».

      El Dodge 1972 de Marie Utterman dio señas de que su motor se ahogaba en la autopista interestatal 95, en las afueras de Richmond, Virginia. El automóvil seguía perdiendo velocidad cuando ella lo llevó al arcén. Se apagó en una muerte callada, sin humo ni vapores, ni sonidos estridentes del motor. Pero Marie sabía que estaba seriamente averiado. La transmisión llevaba meses sin funcionar bien.

      Se dirigía hacia Washington, D.C., desde Norfolk, Virginia. Su hija iba a dar a luz dentro de escasas semanas, después de un embarazo difícil. Marie había experimentado una sensación de urgencia con respecto a su hija durante toda la mañana. Cuando pensaba en ella, la invadía un sentimiento de inquietud. Su preocupación se convirtió en una ansiedad que no la dejaba en paz.

      Ve a su lado. Ve con Jenny. Date prisa.

      Obedeció finalmente su intuición después de marcar el teléfono de Jenny y comprobar que saltaba el contestador. Jenny tendría que haber contestado al teléfono, pensó Marie. A esta hora siempre está en casa.

      «Jenny, soy mamá», dijo Marie después de la señal. «Cariño, salgo para D.C. Ya sé que vas a decir que no tengo por qué hacerlo, pero voy. Espero que estés bien. Nos vemos pronto».

      Me va a tomar por loca, pensó Marie. No solía inmiscuirse en los asuntos de su hija, pero este sentimiento le exigía ir a verla de inmediato. «Intuición de madre», murmuró mientras preparaba una maleta pequeña. «Dios mío, espero estar loca».

      Marie descansó la cabeza sobre el volante, reviviendo los acontecimientos de la mañana que la habían conducido hasta ese dilema desesperado junto a la carretera. Estaba a varias millas al este o al oeste de la salida más cercana. También estaba a dos horas de distancia de la casa donde vivía su hija en las afueras de Alexandria, Virginia.

      «Dios, ayúdame por favor», dijo Marie. «Tengo que llegar hasta Jenny. Por favor».

      Marie no entendía nada de automóviles, pero decidió levantar la cubierta del motor de todos modos. «Puede que sólo sea un cable que está suelto».

      Los vehículos zumbaban junto a ella cuando se bajó del Dodge. Era casi la hora punta en la autopista interestatal 95; dudaba que nadie fuera a detenerse. Levantó la cubierta del motor y la mantuvo abierta. Ningún cable suelto. Sin duda el motor estaba averiado. Volvió a subir al Dodge tras cerrar la cubierta del motor. Con los ojos cerrados y toda la esperanza de la que pudo hacer acopio, giró la llave, visualizando que el automóvil funcionaba de nuevo. El motor de arranque giró pero no prendió el motor principal. Marie se sintió completamente desamparada. Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras miraba la atiborrada autopista. «Por favor», susurró a los automóviles que pasaban a su lado a toda velocidad. «Por favor… ¡Tengo que llegar hasta Jenny!»

      Mientras sus labios suplicaban, un microbús blanco se detuvo en el arcén delante de Marie. El conductor había prendido las luces de emergencia y estaba retrocediendo su vehículo para acercarse al automóvil de Marie.

      Marie no daba crédito pero se sentía enormemente aliviada. «¡Gracias a Dios!», exclamó.

      Se abrieron a la vez la puerta del conductor, la del pasajero y las laterales, y se apearon tres jóvenes con aspecto de estudiantes. Aparentaban unos veinticuatro o veinticinco años, la edad de Jenny. Marie se sintió cómoda de inmediato al ver a los tres jóvenes. Eran muy guapos, bien aseados y sonrientes. Pensó que debían dirigirse a la reunión de algún club, ya que los tres llevaban camisetas blancas, chaquetas deportivas blancas y pantalones sueltos, también de color blanco. Tal vez sean internos de un hospital, pensó Marie mientras bajaba la ventanilla.

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