Angeles, Arcangeles y Fuerzas Invisibles. Robert J. Grant

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Angeles, Arcangeles y Fuerzas Invisibles - Robert J. Grant

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capítulo no se consideraban a sí mismos religiosos devotos. No creían necesariamente en los ángeles. Rodonaia era un filósofo ruso que había dedicado muy pocos pensamientos a un «Dios». Al haber sido formado y educado en la Unión Soviética, sólo creía en la mente. Marie no había ido a la iglesia desde que era adolescente. A Doreen y a su esposo les preocupaban las complicaciones médicas de la enfermedad de David y no tenían tiempo para la comunión espiritual. Darrell tenía una visión antagónica de la iglesia debido a las enseñanzas fundamentalistas que había recibido de niño, las cuales no le habían sido nunca explicadas. No había visitado una iglesia desde que era adolescente.

      Ahora bien, lo que sí tenían esas personas era una crisis. En el caso del doctor Rodonaia, la crisis era física: el KGB trató de asesinarlo. En el caso de Marie, la crisis era emocional y física: su hija estaba en grave peligro. En el caso de Darrell, la crisis era espiritual: se cuestionaba los enigmas y angustias fundamentales de la vida y la muerte, y había perdido de repente a su madre sin despedida. En tales casos, un consuelo concreto se había presentado para decir: no estás solo. En cada uno de ellos, así como en los miles de noticias que nos llegan sobre experiencias angélicas y milagrosas, la vida y las actitudes de los implicados quedaron transformadas.

      Ayuda para el mundo

      Un nuevo despertar está llegando a la humanidad a través de personas que han tenido encuentros milagrosos o angélicos. Si bien tales sucesos paranormales con seres divinos pueden parecer algo nuevo, no hacen sino recordarnos o volver a descubrirnos la idea de que siempre hemos tenido acceso a una forma espiritual de ayuda e intervención. Desde el comienzo de nuestra creación, los seres angélicos se han manifestado para inducirnos a recordar la premisa primordial: nunca estás solo, Dios siempre vela por ti. Pero depende de nosotros aceptar esta idea e iniciar una vida de orientación divina.

      Puede costar trabajo creer que los ángeles representan realmente una gran esperanza para nosotros en medio de un mundo en crisis. De hecho, la apariencia del mundo puede resultar engañosa: vemos la devastación de los países en guerra; las plagas y hambrunas son endémicas en todo el planeta; los terremotos y las inundaciones se suceden a un ritmo sin precedentes; la inestabilidad económica es la norma de nuestros días; la criminalidad en el mundo nunca había sido tan alta. Tales condiciones no son nuevas, ya que se daban incluso en tiempos de Cristo. Jesús llegó en medio de una de tales crisis. Proclamó una esperanza que iba más allá de lo que el mundo había conocido hasta entonces: «Pues el padre ama al hijo y le muestra todo lo que hace. Sí, y aun cosas más grandes que éstas le mostrará, que los dejará a ustedes asombrados» (Juan 5:20). Cristo enseñó la importancia de la vida espiritual interior; enseñó que el reino de los cielos se encuentra en el interior del alma y del espíritu. Sus enseñanzas también reflejan que vela por nosotros un Dios que nos ama y conoce nuestras luchas tan bien como nuestras esperanzas. Ahora bien, Jesús también enseñó que el mundo de las apariencias se desbarataba, y que seguiría desbaratándose mientras la humanidad ignorara la esencia espiritual que se esconde tras el mundo material.

      Que el mundo sea presa de convulsiones sin comparación es en sí una llamada divina que parece decir: recuerda de dónde procedes: eres en primer lugar un ser espiritual. Si el mundo material no estuviera experimentando enormes cambios y convulsiones, ¿tendría la humanidad algún motivo para buscar un mundo espiritual? ¿No formaríamos un mundo autosatisfecho y contento? Si son ciertos los miles de encuentros con ángeles, resulta lógico que las Fuerzas Creadoras, o Dios, nos estén persiguiendo de forma activa, para «despertarnos» y recordarnos nuestra herencia divina. Los encuentros angélicos nos están diciendo, de muchas maneras, que nos estamos acercando con rapidez a una nueva conciencia espiritual, una espiritualidad consciente y lúcida, sin precedentes en la historial oficial. Lo que profetas y sabios han venido diciendo a través de los siglos encierra esta filosofía: llegará el día en que la humanidad tenga una relación consciente con el Creador, con Dios. Las claves para un maravilloso ascenso a una conciencia espiritual superior están en nosotros. Es realmente asombroso que los ángeles estén llamando a nuestra puerta.

      Más asombrosas aún son las posibilidades que aguardan a nuestro planeta cuando empecemos a escuchar esta llamada. Pero ¿cómo empezaremos a escucharla? Veamos el caso de alguien más que, además de oír a los ángeles, también los veía.

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       Elegido por un ángel

      Estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre […]; hablarán en nuevas lenguas […]; pondrán las manos sobre los enfermos, y éstos recobrarán la salud. ~Marcos 16:17-18

      El profeta durmiente

      No existe mayor fuente de información sobre los ángeles que la que procede de un impresionante conjunto de conocimientos que vio la luz de un modo muy excepcional.

      Durante la primera mitad de este siglo, un hombre extraordinario, Edgar Cayce, utilizó su extraordinario talento psíquico para ayudar a quienes acudían a él en busca de consejo. Se le llegó a conocer como «el profeta durmiente» y «un hombre capaz de ver a través del tiempo y del espacio». Cuando alguien solicitaba su ayuda, Edgar Cayce se acostaba, meditaba y oraba, entrando en un estado de sueño parecido al trance. Mientras estaba inconsciente, las personas que habían acudido a él recibían una información sumamente exacta de una fuente que estaba más allá de la conciencia de Cayce en estado de sueño. Recibían una información de la que Cayce no tenía conocimiento estando despierto.

      La historia de las facultades psíquicas de este asombroso hombre y sus propias experiencias extraordinarias con ángeles constituyen un paso importante para comprender el sentido que las experiencias angélicas revisten para nuestra vida y para la evolución de la humanidad en su conjunto.

      Un extraño en la tierra

      Si el joven e inculto Cayce hubiera tenido suficiente vocabulario para describirse a sí mismo, habría afirmado: «soy un extraño en la tierra». Incluso cuando quería adaptarse a sus amigos y familiares, sentía a menudo una distancia insuperable. En 1888, durante su infancia, Edgar ya era capaz de (en sus propias palabras) «ver cosas» ocultas a los demás. En ocasiones sentía que estaba viendo realmente lo que la gente pensaba. Cayce, que estaba llamado a convertirse en el vidente de quien más documentos se tiene de cuantos han existido, no leía necesariamente la mente de las personas. Leía una configuración de energía vital que vibra en torno a nuestro cuerpo físico en distintos tonos y colores. En Oriente, los místicos definieron esos colores como esencia vital o aura. Edgar había observado tales auras durante toda su vida, y sabía que cuando veía una configuración de color rojo en torno a una persona, ésta estaba de mal humor. Si veía matices grises o negros alrededor de alguien, veía que esa persona sentía rencor y resentimiento. Si Edgar miraba esos colores durante un tiempo suficiente, lograba ver los pensamientos reales de las personas. Para él, esto era como leer libros.

      De niño, Edgar pensaba que todo el mundo veía esas configuraciones de color que distinguen los pensamientos y sentimientos de otras personas. Sus compañeros de clase se reían de él cuando hablaba de los colores vivos u oscuros que rodeaban a sus amigos.

      «¡Estás loco, Viejo!», solían decirle riendo. «Viejo» era el sobrenombre que le había puesto su abuelo. Tal vez le había puesto ese apodo porque, para quienes podían apreciarlo, Edgar parecía un «viejo» sabio.

      Finalmente, le contó a su madre las extrañas cosas que veía. Su madre siempre supo que su hijo era especial.

      «Es un don que tienes, hijo mío», le dijo. «No debe importarte lo que la gente diga

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