Edgar Cayce: Hombre de Milagros. Joseph Millard

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Edgar Cayce: Hombre de Milagros - Joseph Millard

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con recelo porque había recomendado mantener a Hugh Lynn en un cuarto oscuro durante quince días, con los ojos cubiertos por vendas embebidas en ácido tánico que se cambiarían con frecuencia. Los médicos, aunque escépticos, siguieron el tratamiento indicado por Cayce y su hijo se recuperó por completo.

      En otra ocasión, mientras enfrentaba una de sus constantes crisis financieras, Cayce realizó una lectura sobre el problema de dar vivienda a su familia. Cuando su hijo le preguntó dónde deberían vivir, Cayce dijo bajo trance que deberían comprar la casa del otro lado del lago y que aunque no tenían dinero se pagaría a tiempo.

      El sábado, el día en que debían pagar el primer abono, Cayce seguía en quiebra. Pero el dueño de la casa telefoneó y dijo que no podía verlo hasta el lunes. El lunes llegó a casa de Cayce un cheque de quinientos dólares, justo la cantidad que necesitaban.

      Diecinueve años después de la muerte de Cayce, un individuo llamado Alan Hovhaness, que era parcialmente discapacitado, se transformó en un hombre saludable y exuberante gracias a una serie de ejercicios desarrollados por Cayce muchos años antes.

      Hoy en día, varios cientos de médicos y osteópatas están estudiando las lecturas de Cayce, porque están convencidos de que él estaba, como dijo un médico: «toda una generación adelantado a su tiempo». Mientras dormía, Cayce era una biblioteca médica y en sus lecturas cubrió casi todo aspecto sobre la salud: desde la halitosis hasta varios compuestos para tratar el cáncer que aún no se han sometido a prueba.

      Debido a su alto porcentaje de exactitud, las predicciones de Cayce sobre el futuro inmediato merecen nuestra consideración, puesto que podrían afectar nuestras vidas. Entre esas predicciones, dijo lo siguiente:

      Antes de 2158, Nueva York habrá sido destruida por una guerra o un terremoto.

      Los Ángeles y San Francisco habrán sido destruidas antes que Nueva York.

      Parte de Alabama y el oeste de los Estados Unidos estarán bajo las aguas.

      Una buena parte de Japón se habrá deslizado dentro del océano.

      Parte del continente de la Atlántida, que según Cayce desapareció dentro del océano en el año10500 a. C., volverá a emerger.

      El comunismo terminará en Rusia y ese país se convertirá en «la esperanza del mundo» como aliado de los Estados Unidos.

      La China se convertirá al cristianismo y será una democracia.

      El eje de rotación de la Tierra se inclinará aún más, causando cambios climáticos adversos.

      A continuación se presenta la historia de un hombre notable, cuyas maravillas nadie ha podido explicar ni igualar hasta el momento.

      1 Por razones de privacidad, las lecturas han sido catalogadas en forma numérica. Por ejemplo, la lectura 294-2 es la segunda de una serie de lecturas dedicadas a un individuo que en forma aleatoria recibió el número 294.

       1

       Un niño poco usual

      Por algún misterioso motivo, el cual nunca fue explicado, los granjeros del condado de Christian en el estado de Kentucky siempre habían sido acosados por el nacimiento de animales con características monstruosas. Una puerca absolutamente normal podía parir cerditos con dos colas o con el hocico hendido o con orejas de menos. Una vaca podía dar a luz un engendro de dos cabezas. En un caso de extremada aberración, un granjero se escandalizó al recibir de la traviesa naturaleza el único ternero de siete patas del que hubiera registro.

      En los años que siguieron, muchas personas decían estar firmemente convencidas de que el fenómeno más espectacular de todos los tiempos surgido del condado de Christian era el hijo del joven Leslie B. Cayce y su esposa Carrie, nacido una tarde de marzo de 1877. Los orgullosos padres lo llamaron Edgar en honor a uno de los hermanos de Leslie. Se veía tan normal y saludable con nada fuera de lo ordinario como cualquier otro recién nacido, y berreaba igual de fuerte.

      En todo el pueblo y sus alrededores había muchos individuos con el apellido de Cayce, y se decía que nadie podía seguirles el rastro a todos, ni siquiera el abuelo Cayce, el patriarca del clan. Inclusive la abuela, su propia esposa, había tenido ancestros Cayce unas generaciones antes. Apenas supieron que el hijo de Leslie había llegado al mundo, se dirigieron en masa a verlo.

      Leslie, que acababa de cumplir veintitrés años, abrió un barril de güisqui y puso a circular un vaso de hojalata mientras festejaba y se jactaba de su hijo, echándose un trago cuando le llegaba su turno.

      —Mi hijo va a dejar su huella en el mundo algún día, ya verán. Basta con oírlo berrear. ¿Alguna vez oyeron a un bebé con un par de pulmones más potentes?

      Poco tiempo después el niño hizo una demostración nocturna de potencia pulmonar. Tanto berreó y berreó que los nervios de Leslie se crisparon y su esposa estuvo al borde de la histeria.

      —¡No sé que tiene el bebé! —se lamentaba la mujer retorciéndose las manos—. ¡No deja de llorar!

      —Entonces, por amor de Dios, ¡haz algo! —bramó Leslie—, antes de que estos berridos me saquen totalmente de quicio.

      La mujer hizo varios intentos pero nada parecía funcionar. Más tarde, hacia la medianoche, se escucharon unos golpes en la puerta. Era Emily, una anciana negra, empleada de la hacienda. Había llegado fumando su pipa de corazón de mazorca seca.

      —Doña Carrie, he oído llorar al bebé y creo que sé cuál es el problema —dijo la anciana con mucha calma.

      —Por favor, ¡dinos! —le rogó Carrie Cayce—, que estoy a punto de enloquecer.

      —Vamos a ver —dijo la anciana.

      Se sentó junto a la cuna y, dándole un jalón profundo a su pipa de mazorca, produjo una fragante nube de humo de tabaco que acarició las plantas de los piecitos de Edgar. La tercera vez que lo hizo, el bebé dejó de llorar y se quedó dormido. Fue el último ataque de cólicos que tuvo la criatura.

      Desde el día en que dio sus primeros pasos, Edgar reveló un notable talento para meterse en líos. A sus agobiados padres les parecía que cada vez que perdían la vista de él por un instante, un nuevo estrépito acompañado de un alarido anunciaban el siguiente desastre. Una tarde se las arregló para abrir la puerta principal de la casa y salir gateando durante un chaparrón torrencial: terminó cayendo al lodo desde la tarima de la entrada. En otra ocasión cayó en un estanque, cómo logró salir es un misterio, ya que era demasiado pequeño como para saber nadar.

      Finalmente, en un momento de desesperación, su padre contrató a un vecino de once años llamado Ned para que se ocupara de acompañar y cuidar a Edgar. Tras esto, su padre pudo dedicar más tiempo y atención a su nuevo e importante papel en la comunidad.

      A Leslie Cayce lo habían elegido como juez de paz, un gran honor para alguien tan joven. Ahora lo llamaban «Juez Cayce»; título que mantuvo durante toda la vida. Comenzó a comportarse con gran dignidad y a pasar cada vez más tiempo en la tienda del cruce de rutas que pertenecía a su hermano, para hablar de política con otros hombres y dar sus opiniones con tono firme y autoritario.

      Nunca fue un hombre con tendencia a demostrar

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