Edgar Cayce: Hombre de Milagros. Joseph Millard

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Edgar Cayce: Hombre de Milagros - Joseph Millard

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como si su mente estuviera en blanco—: K . . .

      El manotazo del Juez fue tan fuerte que tiró a Edgar de la silla. Sin embargo, el golpe no sirvió para introducir ningún conocimiento sobre deletreo en la cabeza del niño. Después de tres penosas y dolorosas horas, «cabaña» continuaba siendo uno de los misterios más oscuros de la vida para Edgar, así como el resto de las misteriosas palabras que aparecían en la lección.

      Finalmente, reducido a un estado de estrangulada impotencia, el Juez Cayce se dirigió con furia a la cocina, donde tomó un trago para aplacar su enojo. Edgar reclinó la cabeza sobre su manual de deletreo, exhausto tras la terrible experiencia. Cerró los ojos, y escuchó con claridad una voz de mujer en sus oídos: ¿Por qué luchas tanto? Tienes nuestra promesa. Duerme unos minutos y danos la oportunidad de ayudarte.

      El niño pensó: ¡Dormir! ¡Voy a dormir un momento!, y sintió que su conciencia se sumergía en un mar de sombras oscuras y soporíferas.

      El Juez regresó todavía alterado de la cocina y observó enfurecido la figura durmiente. Le dio una violenta sacudida al escuálido hombro del niño.

      —Despierta, Edgar. Inútil. Vete a la cama. Sencillamente eres tonto y no tiene sentido tratar de hacer entrar algún tipo de conocimiento en tu cabeza.

      —Espera papá —dijo Edgar ansiosamente—. Solamente necesitaba dormir unos minutos. Pregúntame la lección de nuevo. Ahora me sé las palabras.

      Resoplando, el Juez le dijo una palabra y Edgar la deletreó al instante y sin errores. Continuó deletreando cada una de las palabras de la lección y cada una de las palabras del libro, incluidas las palabras de lecciones futuras que aún no habían estudiado. En un arranque de confianza, le dijo a su padre en qué página se encontraba cada palabra y describió las imágenes que había en esa página, porque su mente le mostraba cada página completa, exactamente como si estuviera viendo el libro. Estaba muy orgulloso de su capacidad recién adquirida.

      —¡Ajá! —gritó el Juez finalmente mientras arrojaba el manual de deletreo a través de la habitación—. Te sabías las lecciones todo el tiempo. Pero actuabas como un idiota para atormentarnos y afligirnos a tu tío y a mí. ¡PLAF!

      Edgar se levantó como pudo del suelo y se escabulló hacia su cama.

      Le resultó preocupante descubrir que el conocimiento, sin importar cuan perfecto fuera, no necesariamente garantizaba una vida más tranquila.

       3

       La octava maravilla

      La exhibición de deletreo que montó Edgar en su clase al día siguiente conmocionó a toda la escuela. Que deletreara correctamente tres palabras de una lección ya hubiera sido sorprendente, pero que se pusiera de pie y con calma acertara en el ciento por ciento de los casos creó una pequeña sensación.

      Sus compañeros de clase quedaron boquiabiertos, y el tío Lucian se abalanzó sobre él, seguro de que su sobrino estaba haciendo trampa y que leía las respuestas de alguna anotación oculta. Edgar le permitió concluir su búsqueda infructuosa y entonces le explicó la mecánica de su milagro. Cuando demostró su nueva capacidad al recitar de un tirón las lecciones que la clase aún no había estudiado, Lucian Cayce debió rendirse ante un misterio que se encontraba más allá de su comprensión.

      —Todo lo que puedo decir —jijo su tío— es que deberías dormirte también sobre el resto de tus libros. Eres tan inútil como siempre en geografía y matemáticas.

      Edgar siguió su sugerencia y se convirtió en la octava maravilla del mundo local. De mala gana, Lucian lo promocionó al siguiente grado y fue a platicar sobre la situación con su hermano.

      —Leslie, definitivamente no es normal que ese muchacho tuyo sepa todo lo que aparece en los libros. Ni siquiera estoy seguro de que sea adecuado hacerlo pasar de grado cuando el mismo admite no estudiar, pero por otro lado no puedo retenerlo si sabe todas las respuestas.

      El Juez no estaba de humor como para discutir detalles. Había pasado abruptamente de la vergüenza por la ineptitud de su hijo a un enorme y vociferante orgullo.

      —Lucian, no debes preocuparte por cómo lo hace mi muchacho. Lo hace, y eso es suficiente. A la velocidad que lleva, apuesto que será el chico más inteligente del país dentro de muy poco tiempo.

      El nuevo talento de Edgar causó otros cambios en su vida. Sus compañeros de clases siempre lo habían considerado como sapo de otro pozo. Ahora lo consideraban más sapo de otro pozo que nunca, pero un sapo fascinante. De pronto se encontró en el centro de una atención reverencial. En los recreos y después de clase los niños se reunían a su alrededor y le decían: «Vamos, Edgar, vuelve a decirnos cómo aprendiste los libros. ¿Puedes mostrarnos cómo aprender nuestras lecciones mientras dormimos?».

      Esta súbita popularidad era cautivante. Cuando comenzaron a arrastrarlo para que compartiera sus juegos, hizo un esfuerzo por participar, aunque tenía poca habilidad y todavía menos experiencia en los juegos. Durante el recreo unos días después, Edgar se metió en la trayectoria de una pelota de béisbol arrojada con mucha potencia y recibió un golpe en la columna que lo volteó.

      Se levantó solo y aparentemente ileso, pero durante el resto de la jornada escolar comenzó a mostrar un cambio sorprendente. Siempre había sido tranquilo y reservado. Pero aquella tarde comenzó a comportarse en forma ruidosa y pendenciera, hablando a los gritos y arrojando cosas hasta que toda la escuela quedó tremendamente alborotada. Camino a casa se comportó todavía peor. Gritando y riendo, se trepaba a los árboles, se arrastraba por el lodo y corría por el camino para detener a los carruajes que pasaban, haciendo que los animales de tiro casi se desbocaran un par de veces.

      En casa le dio por molestar a sus hermanas y asustó a su madre con sus alocadas travesuras. La mujer estaba tostando granos de café sobre un sartén en la cocina. Edgar lo tomó, corrió hacia afuera y plantó los granos alrededor del patio. Cuando el Juez llegó a casa, vio que algo andaba mal y puso al muchacho en la cama. Edgar se resistió por un instante y luego se sumergió en un estado de coma.

      De repente, Edgar comenzó a hablar con voz clara y confiada: «Sufrí una conmoción debido a que una pelota de béisbol me golpeó en la columna. La manera de que salga sin estragos de este estado es preparar una cataplasma especial y colocarla en la base de mi cerebro». Nombró hierbas específicas que debían mezclarse con cebollas crudas picadas para preparar la cataplasma. Como sus padres lo miraban fijamente, de pie y sin moverse, los conminó: «¡Apresúrense y háganlo ya mismo si no quieren que el cerebro quede dañado perennemente!».

      Después de aplicada la cataplasma entró en un sueño profundo y normal. A la mañana estaba completamente recuperado. El Juez entró a su tienda con expresión de incredulidad y sacudiendo la cabeza.

      —¡Ese hijo mío! Supongo que no hay nada que no pueda hacer mientras duerme.

      El accidente tuvo una curiosa secuela. Por varias semanas la personalidad de Edgar mostró una completa reversión. Aunque siempre había preferido estar solo, de repente se convirtió en una persona violentamente gregaria. Rechazaba la soledad tan ferozmente como siempre antes la había buscado.

      Fue durante ese período que un carromato de avance llegó al pueblo para pegar en cada cerca y granero los carteles que anunciaban al Circo de John Robinson. Los muchachos comenzaron a reunirse con

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