La Tercera Parca. Federico Betti
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El inspector asintió.
–Ahora podremos volver a comprobar aquellas cajas –propuso Marco Finocchi, refiriéndose al material que habían recibido del capitán unas pocas horas antes.
–Buena idea –concordó Luzzi acompañando a los dos fuera de su oficina y cerrando la puerta.
El hombre dejó Sevilla por la mañana.
Desde el centro de la ciudad cogió un autobús rojo de la Línea Aeropuerto y bajó delante de la terminal que le interesaba, luego entró en el aeropuerto y buscó su vuelo en los monitores informativos de las salidas.
Identificados los bancos para el embarque, fue al extremo de la fila que le atañía y esperó su turno.
En cuanto estuvo delante de la hostess de tierra, la mujer le pidió la reserva, el documento de identidad y apoyar el equipaje de bodega sobre la balanza.
No encontrando ninguna irregularidad le devolvió los documentos junto con la carta de embarque.
La mujer no habría podido saber que aquel documento era falso porque incluso en la base de datos ese nombre aparecía sin antecedentes y correspondía con la foto puesta en el mismo documento.
El hombre le dio las gracias y fue inmediatamente hacia la zona franca del aeropuerto.
También pasó los controles de seguridad sin ningún problema, así que buscó las puerta de acceso y esperó el momento del embarque dando vueltas entre las tiendas libres de impuestos y los distintos comercios del área.
Puntual, el avión partió de Sevilla con destino a Bologna y llegó a la capital emiliana con unos pocos minutos de retraso.
Después de salir del aeropuerto el hombre se puso a caminar por la acera que lo llevaría al autobús de la línea BLQ para conducirlo hacia la ciudad, consciente de que en este momento sólo debía esperar que su cliente se comunicase con él de alguna forma.
Durante todo el tiempo que Zamagni y Finocchi trascurrieron delante del material que habría podido darles alguna pista con la que encontrar una conexión lógica entre Santopietro y la Voz, los dos policías no llegaron a nada en concreto.
Hasta ahora habían encontrado solo objetos aparentemente inútiles para el desarrollo de la investigación.
Cuando faltaba más o menos quince minutos para las cinco de la tarde, salieron de la comisaría para volver al edificio donde habían estado antes, esperando esta vez encontrar a alguien que pudiese ayudarles con respecto a lo que estaban buscando. Bastaría solamente un indicio, para empezar a recorrer un camino que pudiese orientar el curso de la investigación en una dirección.
En caso contrario, sería realmente difícil para ellos poder localizar a la Voz.
Llegaron al edificio donde ya habían estado anteriormente ese mismo día, pero no tuvieron mucha suerte.
Quien habitaba en el piso que les interesaba a ellos, es decir donde habían encontrado a Daniele Santopietro, no habían regresado de la jornada de trabajo, o puede que estuviesen fuera de casa y volviesen por la noche.
Escribieron una nota para volver en los días sucesivos, luego consiguieron hablar con otro vecino que les informó con respecto al hecho de que la familia a la que se referían había llegado allí sólo hacía poco tiempo y que, desde que ya no estaba Santopietro, el apartamento había estado sin alquilar hasta la llegada de la familia.
En ese momento Zamagni telefoneó a la comisaría e hizo que le pusiesen con Giorgio Luzzi.
–Creo recordar que, transcurrido algún tiempo desde la muerte de Santopietro y después de haber hecho todos los hallazgos del caso, del apartamento se quitaron todos los precintos porque pensábamos que ya no nos sería útil –explicó el capitán por teléfono.
Zamagni asintió, a continuación dio las gracias al capitán y colgó.
Después de haber puesto al corriente al agente Finocchi sobre lo que había dicho Luzzi, el inspector preguntó al vecino si recordaba haber notado algo de particular durante el período de permanecía de Daniele Santopietro en el edificio.
–No creo –respondió el hombre.
–Entiendo. Y... otra cosa... quizás ya se lo han preguntado en su momento pero, haciendo memoria, ¿Santopietro recibía visitas mientras estaba aquí? –preguntó todavía Zamagni –Querríamos saber sobre todo si veía con frecuencia a alguien.
–Sinceramente nunca he puesto mucha atención, pero me parecía una persona bastante solitaria y que no veía nunca a nadie –dijo el hombre. –Aunque en alguna ocasión, pocas a decir verdad, vi que llegaba a casa llevando en vilo una persona. Siempre distinta, quiero decir. Como si esta persona estuviera sin sentido o quizás borracha. De todas formas, no se tenía en pie.
–¿Nunca se hizo preguntas con respecto a esto? –preguntó Finocchi al hombre.
–Sinceramente no. A menos que suceda algo realmente particular, dada mi naturaleza pienso sólo en mis asuntos. Por lo que respecta a los episodios de los que estamos hablando, siempre he pensado que podían ser consecuencia de haber salido a beber y a divertirse, en las que quizás se había levantado demasiado el codo.
Los dos policías asintieron.
–Le damos las gracias por el tiempo que nos ha dedicado –dijo el inspector después de una mirada de entendimiento con el agente Finocchi –Si se acuerda de algo más no dude en contactarnos. Le dejo mi tarjeta de visita.
–De acuerdo –dijo el hombre.
–Una última cosa –añadió Zamagni mientras ya estaba bajando las escaleras para volver a la calle. –¿Podemos saber, por favor, cómo se llama usted?
–Claro. Mariano Bonfigioli.
–Gracias. Que tenga un buen día.
–Y ustedes.
Una vez hubieron regresado a la comisaría Zamagni y Finocchi, de nuevo pusieron al corriente al capitán y dijeron que volverían a aquel edificio otra vez para hablar con la familia que vivía actualmente en el apartamento en que había estado Daniele Santopietro.
–Perfecto –comentó Luzzi.
El hombre había sido localizado telefónicamente mientras estaba preparando una infusión a base de frutos rojos.
Pulsó la tecla verde del teléfono móvil y respondió a la llamada. El número del emisor no era visible en la pantalla.
–¿Diga? –dijo, imaginando ya quién estaba en la otra parte de la línea.
–El próximo movimiento será mañana por la mañana a las once en la librería enfrente de las Due Torri, a la derecha de Portugal.
Una frase sencilla y relativamente enigmática, luego la comunicación fue interrumpida.
Como había intuido, quien había hablado era su cliente. El que le había llamado mientras estaba en Sevilla.
Llegado