La Tercera Parca. Federico Betti
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Apoyó el teléfono móvil sobre la mesa, a continuación puso el filtro a la infusión dentro de la taza de cerámica y echó encima el agua caliente.
Beber la infusión le sirvió para meditar y para prepararse para el trabajo inminente.
Esa noche se fue a dormir temprano y a la mañana siguiente llegó al lugar que le habían dicho con más o menos diez minutos de anticipo respecto del horario de apertura.
Al principio dio una vuelta por las estanterías de la librería, luego se paró delante de las guías de viaje.
Después de haber hojeado un par de ellas fingiendo interés, cuando estuvo seguro de que no sería visto por nadie puso la mano derecha sobre la última guía de Portugal y lentamente la movió hasta notar algo en el costado de la misma.
Rápidamente extrajo el objeto: se trataba de un sobre de papel, como los usados para mandar cartas, con la parte superior pegada.
Sin pensárselo mucho, ya que podría perder un tiempo muy valioso y llamar la atención de alguien, dobló en dos el sobre, se lo metió en un bolsillo de los pantalones y continuó dando una vuelta por el interior del negocio hasta la salida pasando delante de las cajas registradoras.
Por lo que parecía, afortunadamente para él todo había ido como la seda.
V
A la mañana siguiente el inspector Zamagni y Marco Finocchi abandonaron pronto la comisaría para ir a la periferia a un depósito de la policía.
Cuando llegaron estaba esperándoles el vigilante, un hombre de unos sesenta años que trabajaba en aquel lugar desde hacía ya más de un decenio y que había visto pasar delante de sus ojos los más diversos objetos embargados en el curso de las investigaciones, accidentes y otras ocasiones en las que los agentes de policía creían era necesario incautar algo.
–Buenos días, inspector –dijo el hombre.
Zamagni y Finocchi lo saludaron a su vez, luego fueron acompañados al interior del local.
Se trataba de un almacén de grandes dimensiones, esencial en lo que podía ser definido como mobiliario.
–Por aquí.
El vigilante los guió entre coches accidentados, objetos de todas las dimensiones y de las utilidades más dispares, efectos personales diversos, todos subdivididos y ordenadamente dispuestos en el área.
Cada cosa era catalogada e identificada por un número progresivo, de manera que se pudiese encontrar fácilmente, dentro de unos archivos de unos centímetros de alto y colocados en orden en muebles lacados de color negro puestos al fondo del depósito.
–Me han dicho que vosotros estáis aquí para ver en concreto dos cosas –dijo el vigilante después de unos minutos de silencio en los que los tres sólo habían caminado.
Para llegar al fondo del depósito pasaron primero por una zona que parecía un aparcamiento lleno de automóviles confiscados, luego por en medio de unas estanterías de algunos metros de alto.
Y a los lados del depósito había otras habitaciones, todas adaptadas al mismo fin.
–Debemos buscar el 134 y el 528 –explicó el vigilante cogiendo el primer registro –que se encuentran respectivamente... veamos un momento... ¡aquí están! Localización AB004 y H000... parecen letras y números puestos al azar pero en realidad tienen un significado: la primera letra indica un pasillo y el número indica el piso de una estantería. H000 quiere decir que lo que buscamos está en la zona H a la altura del suelo, de hecho se trata de algo de grandes dimensiones, que ha sido puesto en una habitación en la que no existen pasillos ni estanterías.
Los dos policías siguieron al vigilante sin decir nada.
–Ahora estamos yendo a buscar el 528 –dijo el vigilante.
Cuando llegaron a donde encontrarían lo que estaban buscando el hombre cogió una escalera provista de ruedas y subió hasta lo alto de la estantería.
–¡Encontrado! –exclamó, luego descendió hasta el suelo y entregó el objeto al inspector: se trataba del libro rojo que Zamagni había encontrado sobre el suelo de la bodega del local de Mauro Romani el día en el que se topó con Daniele Santopietro la primera vez.
Tener el libro en la mano le hizo recordar el momento mismo en que lo había hallado más de diez años atrás y las sensaciones que había fomentado el resplandor cegador que surgía de aquel objeto.
Instintivamente el inspector tocó la cubierta de raso y un escalofrío le recorrió la espalda.
–Ahora podemos ir a ver el 134 –dijo el vigilante arrancando al inspector de algunos pensamientos que le habían venido en mente desde que había tenido, durante unos segundos, el libro en sus manos.
Los tres salieron de la habitación y caminaron durante unos minutos sin hablar.
–¡Ya hemos llegado! –dijo al fin el vigilante indicando toda el área –Habéis venido hasta aquí para ver eso.
El hombre estaba señalando el objeto infernal, pensó Zamagni.
Se trataba del artilugio que se encontraba en el interior de la casa de Daniele Santopietro con el cual el criminal, aparentemente, extraía los fluidos corporales a sus víctimas.
–Por desgracia no conseguiréis llevarlo con vosotros –comentó el vigilante –pero podréis volver aquí todas las veces que creáis necesario para volver a ver esta cosa.
–Perfecto –dijo Zamagni.
–En cambio podéis quedaros el libro, pero deberéis firmar en el registro para tomarlo prestado –añadió –por si alguien viniese por casualidad a buscarlo. Debemos saber que lo tenéis vosotros.
Zamagni y Finocchi asintieron, luego siguieron al hombre hasta la entrada del depósito.
–Una firma aquí.
El vigilante estaba indicando al inspector el registro dedicado al retiro de los objetos.
Zamagni firmó, a continuación los dos policías se despidieron y le dieron las gracias al vigilante, saliendo del depósito.
Hacer todo el trayecto hasta la comisaría con el libro rojo en el asiento de atrás del coche tuvo sobre el inspector otro efecto de deja vu, recordándole una vez más aquel día del 2002: en esa ocasión se llevó el libro rojo incluso a casa, a la espera de entregarlo en la comisaría.
Zamagni y Finocchi intercambiaron pocas palabras durante la vuelta y, una vez llegados, pusieron al corriente al capitán, que, finalmente, sólo dijo Buen trabajo.
En ese momento el inspector y Marco Finocchi se tomaron una pausa para intentar comprender mejor en qué manera habría podido serles útil para su investigación aquel libro.
Los dos policías se fueron al escritorio del inspector y este último comenzó a hojear el libro, sin encontrar nada de interesante.