La Tercera Parca. Federico Betti
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Su intención era la de conseguir hablar con la familia que ocupaba en este momento el apartamento que había sido habitado anteriormente por el criminal y, si fuese posible, recolectar el mayor número de información entre los otros vecinos, en particular modo de los que habitaban en ese edificio en el mismo período en que había estado Santopietro.
Como habían sabido con antelación por otro vecino, la familia que habitualmente ocupaba el apartamento donde había habitado Santopietro estaba allí desde hacía pocos años. Zamagni y Finocchi tuvieron la oportunidad de hablar directamente con el marido y la esposa mientras que, en ese momento, los dos hijos se encontraban fuera de casa, y los dos cónyuges pudieron sólo confirmar de no ser de gran ayuda. Esto también porque, en aquella época, compraron el apartamento a través del anuncio de una agencia inmobiliaria y, por lo que sabían del ex propietario, se había perdido la pista. Se rumoreaba que se había transferido al extranjero, probablemente a Australia con unos parientes, pero, aunque la policía hubiese removido Roma con Santiago, no estaba garantizado poder encontrarlo porque se trataba, de todas formas, de un hombre muy anciano que podría ya haber muerto a causa de su edad avanzada.
Como era habitual, el inspector preguntó a los dos cónyuges que le informasen si por casualidad se acordaban de algún detalle que podría ser útil para la investigación en curso, así que interrogaron de nuevo a otros vecinos, consiguiendo hablar, de esta manera, también con Mariano Bonfigioli y la mujer y con una pareja de ancianos que no estaban presentes durante su anterior visita al edificio.
De esta forma se enteraron de que, posiblemente, en el período en el que Santopietro habitaba en aquel edificio, se hicieron algunos trabajos en el hueco de la escalera, que habían creado no poco disgusto entre los vecinos mismos. Por lo que recordaban los vecinos interpelados, durante esas labores se instalaron algunas videocámaras que a continuación fueron desactivadas pocos meses más tarde.
El motivo de la desactivación, por lo que había dicho el administrador, era el excesivo coste del mantenimiento del servicio.
–¿Podemos conocer el nombre del administrador? –preguntó Zamagni.
–Se llamaba Dante Tarterini –respondió el marido –pero creo que ya no ejerce la profesión. Creo que se ha jubilado. De todas formas, no es ya el administrador de este edificio. Ahora lo lleva Pierpaolo Maurizzi.
Zamagni y Finocchi le dieron las gracias a los vecinos por el tiempo que les habían dedicado y se despidieron, recordando que cualquier noticia aparentemente digna de ser recordada sería bienvenida para la investigación que estaban llevando a cabo.
VI
Al día siguiente, después de hacer el balance de la situación con el capitán Luzzi con respecto a la investigación sobre el pasado de Daniele Santopietro, Stefano Zamagni y el agente Marco Finocchi se fueron a ver al administrador del edificio en el que el criminal había vivido durante un cierto tiempo, antes de desaparecer en la nada.
Después de una llamada telefónica para saber si podrían pasar para tener una pequeña charla, los dos policías se presentaron en las oficinas del estudio del administración Maurizzi y fueron recibidos por una empleada que les hizo sentar a la espera de que el administrador estuviese libre.
–Serán sólo unos pocos minutos –explicó la mujer y la previsión fue correcta.
–Encantados de conocerles –les saludó el administrador –¿A qué debemos vuestra visita? A parte de los controles rutinarios de la Guardia di Finanza1 nunca me había ocurrido que en nuestras oficinas llegasen las fuerzas del orden por otros motivos.
El inspector Zamagni explicó que su visita tenía que ver con el edificio que ellos administraban desde hacía años, luego, cuando él y el agente Finocchi se encontraron en la oficina del administrador, pasó también a contarle los detalles.
–Me deben perdonar, pero han pasado más de diez años desde los hechos que me estáis contando –dijo el hombre –y, realmente, no me acuerdo exactamente de este detalle con respecto a la instalación de tele cámaras. Imagino, de todos modos, que se haya tratado de una instalación a raíz de una asamblea y debido a motivos de seguridad.
–¿Tiene una forma de comprobarlo? –preguntó Zamagni.
–Claro, pero necesito unos días –respondió el administrador –Debo recuperar la información del archivo y remontarme a diez años atrás.
–De acuerdo –le complació el inspector –Podemos darle dos días. ¿Cree que serán suficientes?
–Quizás es poco tiempo pero veremos qué puedo hacer.
Zamagni y Finocchi le dieron las gracias, a continuación abandonaron el estudio de administración y volvieron a la calle.
Esa tarde, el administrador comprobó la documentación del edificio en cuestión y, cuando se dio cuenta de lo que le habían pedido los policías, se acordó de un detalle y llamó por teléfono con la esperanza de que aquel número de teléfono móvil estuviese todavía activo.
El regreso del inspector Zamagni y del agente Finocchi hacia la comisaría se vio frenado por un accidente.
Cuando transitaban por el inicio de la vía Saffi, los dos policías vieron un atasco y se pusieron a la cola.
Un poco más adelante se veían las luces intermitentes de una ambulancia y de un coche de la policía municipal.
A la espera de que el tráfico se desplazase en aquel punto, aunque fuese lentamente, una persona fue metida en la ambulancia y esta partió con las sirenas a todo meter justo después.
Por lo que se podía entender, un automovilista había embestido a un peatón en el paso de cebra y, en cuanto llegaron al lugar exacto del accidente, Zamagni se identificó con un agente de la policía municipal y le preguntó si todo estaba resuelto.
–El hombre que ha sido atropellado probablemente esté llegando a Urgencias del Hospital Maggiore en estos momentos –explicó el policía municipal –mientras que al automovilista le ha caído una multa, sólo para empezar, luego ya se verá cómo se desarrollarán las condiciones de la persona atropellada.
Zamagni le dio las gracias por la información esperando que todo concluyese de la mejor manera.
Dejando a la espalda el lugar del accidente, los dos policías llegaron a la comisaría y, después de explicar al capitán Luzzi el motivo de su retraso, comenzaron a ponerlo al día con respecto a su coloquio con el administrador Maurizzi.
–Sinceramente espero que estas búsquedas nos puedan llevar a la identificación de la Voz –admitió el capitán, asintiendo. –A veces se me ocurre pensar que pueden resultar inútiles e infructuosas pero, por otra parte, me doy cuenta de que no es fácil rastrear a una persona cuando las únicas referencias que tenemos son un criminal muerto y alguien que ha escuchado la Voz sólo por teléfono.
–Seguramente es muy difícil hacer una identificación –concordó el inspector –pero podemos usar sólo los datos que tenemos en mano, y son pocas, y luego los que consigamos obtener.
–Ya... bueno, ahora salid de aquí e id a descansar –les despidió Giorgio Luzzi. –Mañana será otro día y decidiremos cómo proceder.
–De acuerdo. Gracias.