De la Oscuridad a la Luz. Marino Sr. Restrepo

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De la Oscuridad a la Luz - Marino Sr. Restrepo

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cuando todas mis malas acciones se presentaron durante el recorrido de mis años.

      Fue algo tan impactante e impresionante que pensé que me encontraba en un estado febril y alucinando bajo el efecto de tanta picadura venenosa. Pero algo muy dentro de mí era consciente de que lo que me estaba sucediendo era tan real como saber que me encontraba en la selva secuestrado y temía aceptar tal realidad por no comprender su origen. Después de haber recorrido casi toda mi vida en esta película, decidí pensar que estaba agonizando y todo esto no era más que el desandar de todos los pasos de mi pasado. No podía ocultar la verdad de esta increíble experiencia, verdad que mi alma, en su más profundo rincón, conocía a plenitud.

      En la primera imagen que tuve al comenzar esta experiencia, me vi en un triciclo con un palo en la mano, recorriendo rápidamente el patio interior de mi casa, dañando las plantas por donde pasaba. A partir de ese cuadro, todo se mostró con la misma claridad.

      De pronto sucedió algo, que tan sólo el Espíritu Santo, en el corazón de cada lector, podría explicar, porque no puedo encontrar palabras para hacerlo. Me encontré, de repente, boca abajo sobre el pasto, sintiendo la frescura de un campo amable. Levanté mi cabeza y miré hacia mi costado derecho. En el tope de una montaña aledaña vi una ciudad iluminada, pequeña, pero vibrante, llena de aparente vida. No estaba iluminada porque fuera de noche, pues el sentido de día o de noche no parecía existir. En ese instante, escuché una increíble voz que, al comenzar a hablarme, transformó toda mi existencia. Una voz tan majestuosa que ni un millón de palabras podrían describirla. Si tomara todos los Salmos que alaban al Señor, no tendría la suficiente belleza para hacerle justicia a la descripción de esa imponente voz. Miré hacia el costado izquierdo y vi mi cuerpo como a través de una cortina de humo, tirado en ese cuarto de terror, amarrado y encapuchado. Lo primero que sentí en mi corazón fue que ya había partido de este mundo, pero no me sentía muerto. Por el contrario, si alguna vez he sentido lo que es vida, ocurrió en ese instante. No sentía peso ni dolor, no tenía miedo ni angustia. Tenía el sentido de un cuerpo, a pesar de verme en la lejanía, en el único cuerpo que yo me conocía, pero esto no parecía importarme. La voz que escuché no era humana, era la voz de nuestro Señor. Nadie podría hablar así, venía de todas partes, parecía que saliese de dentro de mí y llenaba toda la existencia que ahora me rodeaba. Sin embargo, el Señor me lo confirmó al decirme: “Te voy a mostrar desde qué momento comenzaste a alejarte de Mi ”. No lo hizo de ninguna forma intimidante, yo sólo sentía un infinito amor, una eterna seguridad de que estaba en las manos de Aquel, a quien no tenía nada que temer, a quien sólo podía amar y de quien sólo verdadero amor podría finalmente recibir. No había un sentido de tiempo ni de espacio, a pesar de observar montañas, la ciudad iluminada, el mismo pasto sobre el que me encontraba acostado. Nada parecía ser. Era como si todo existiera sin estar unido, pero en un todo.

      El Señor procedió a darme una larga y detallada lección sobre el mundo material y mi relación con él. Siempre que se refería al mundo en algún hecho particular referente a mi vida, podía penetrar en esa ciudad iluminada, que parecía ser como el escenario del mundo material donde yo aparecía en medio de sus ejemplos y enseñanzas. Me dijo que el mundo está tan alejado de Él como nunca en toda la historia de la humanidad lo había estado. Que el grado de idolatría ha superado cualquier ciclo humano del pasado que pueda estar registrado en los anales históricos de las Sagradas Escrituras; que nuestra pobreza espiritual es de dimensiones alarmantes. El mismo progreso industrial y tecnológico y los grandes alcances sociológicos reflejan en iguales proporciones la inmensa quiebra espiritual de la humanidad. Una generación sin luz del cielo, iluminada únicamente por la seducción de una vida transitoria e ilusoria, por la cual se entrega hasta el último esfuerzo para conquistarla. Siglos de materialismo que poco a poco han derrumbado la estructura espiritual, edificada con la sangre del Cordero y con la de miles de mártires, en los primeros cuatrocientos años del cristianismo. Dice el Señor que ha sido tal el alejamiento de Dios que la humanidad, en su gran mayoría, está exclusivamente dedicada a alimentar lo que va a morir, el cuerpo humano, y totalmente despreocupada de nutrir lo que realmente va a vivir eternamente: el alma. Es tanta la adoración que se le da a lo material que la gran mayoría de almas pasa a la presencia de Dios en grave estado de desnutrición espiritual. Prácticamente, son almas inválidas, que no pueden soportar la luz de Dios. La jornada del alma, durante esta vida en la carne, está orientada a alcanzar la salud espiritual para la vida eterna, en el espíritu.

      Por medio de la vida en la carne, conscientes de la comunión con el espíritu, podemos beneficiarnos de un crecimiento espiritual que nos dará la gracia de encontrar una unión con Dios en el momento del desprendimiento de la carne o, mejor, en el momento de la muerte del cuerpo humano, que será la máxima realización de la criatura que se funde con su creador para nunca más separarse. Cada instante en la vida del espíritu, mientras camina encarnada por este mundo transitorio, es un espacio de tiempo que puede marcarse para el beneficio eterno, si se vive en armonía con Dios. Al mismo tiempo, cada instante que se vive en el cuerpo sin comunión con el espíritu es un periodo de tiempo que se ha separado de Dios en la misma eternidad.

      El Señor me explica cómo es de importante, para poder establecernos en perfecta comunión entre carne y espíritu, comprender primero algo básico de la sabiduría de nuestra existencia espiritual: el cielo, el purgatorio, el infierno y el mundo material existen al mismo tiempo en la eternidad. Por lo tanto, debemos ser conscientes de que en este mismo momento y desde el mismo instante en que fuimos concebidos en el vientre de la madre estamos parados en la eternidad.

      La increíble ignorancia espiritual en que se encuentra la humanidad, según me muestra el Señor, es tal que me señala esta situación presente como peor que Babilonia, Sodoma y Gomorra. El pecado no es un acto de transgresión, sino una forma de vida. Todo se ha justificado para vivir totalmente desvinculados del decálogo santo, de los diez mandamientos. La economía del espíritu está en bancarrota. Los seres humanos carecen del conocimiento de la presencia real del diablo en sus vidas. No tienen presente en sus vidas la gracia de las enseñanzas de Cristo, plasmadas en el Nuevo Testamento, como mapa perfecto de la salvación. Para ellos el diablo es algo metafórico, aislado de una realidad diaria. Lo peor de todo, dice el Señor, es que la Iglesia misma, en una gran proporción, se ha desentendido de la enseñanza del conocimiento del enemigo, hasta el punto que la palabra exorcismo es motivo de persecución y de discriminación dentro de la misma Iglesia. Y todo esto por el acomodo que se le ha hecho al Evangelio con el mundo, el protestantismo de la Iglesia Católica, por miedo a ser ridiculizada por un mundo que cada día busca más lo políticamente correcto que la recta devoción. La presencia de la enseñanza de Cristo sobre lo que debemos saber del maligno es tan inmensa en el Evangelio que es absolutamente absurdo, dice el Señor, que la Iglesia pueda ignorar que esta enseñanza debe ocupar un plano importantísimo, vital, en la catequesis.

      Si no reconocemos que el caminar por este mundo transitorio y material es una batalla de vida o muerte del alma, estamos desperdiciando toda la gracia recibida de nuestro Señor Jesucristo, que es la llave del camino, la senda de la verdad, la conquista de la vida eterna. La trampa más grande, tendida por el enemigo a la humanidad, es el hacernos creer que la vida eterna comienza cuando muere la carne y no durante esta vida, la cual hace aparecer como si fuera otra, separada a la que viene en el espíritu. Si de algo nos ha liberado Jesús es del inmenso error sembrado por el enemigo en el paganismo oriental por miles de generaciones, el error de la reencarnación. Cristo nos mostró cómo existe una sola vida en la carne. El alma nunca regresa a su cuerpo material, sino hasta el momento del juicio final, donde le será integrado un cuerpo perfecto. La astucia del enemigo, que siempre imita lo divino para confundir al hombre, toma el conocimiento que tiene por ser ángel, de que estamos unidos a un solo cuerpo, a un solo árbol, desde el pecado original y, por lo tanto, todos nuestros antepasados están vinculados con nosotros, no solo en una forma genética, sino también en una espiritual. Todo esto lo tomó Satanás y lo convirtió en reencarnación. Mediante el ocultismo y todas las prácticas paganas de Oriente, el ser humano ha sido separado de la gracia por siglos de siglos. El hecho de que llevamos en nosotros la información de

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