Perdido en Buenos Aires. Antonio Álvarez Gil

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Perdido en Buenos Aires - Antonio Álvarez Gil

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La versión que él tenía en casa era la interpretada por Gardel, que se acompañaba sólo de guitarras, con lo que la canción perdía un poco del ritmo que había estado seguramente en sus orígenes. Pero ahora, antes de que Nina Mederos comenzara a entonar la letra, los músicos ya le habían imprimido a su arreglo un acento que estaba muy próximo al del candombe y a otros aires de raíz africana. Muy pronto la Mederos comenzó a cantar:

      Milonga pa’ recordarte,

      milonga sentimental.

      Otros se quejan llorando,

      yo canto por no llorar.

      Su voz sonaba desgarrada, llena de sentimiento, Pero, quienquiera que la cantara, esa canción le sonaría a él siempre entrañable y cercana. Entonces se plegó en la silla y continuó escuchando:

      Tu amor se secó de golpe,

      nunca dijiste por qué.

      Yo me consuelo pensando

      que fue traición de mujer.

      Cuando Nina Mederos calló, el cuarteto siguió tocando, y Capablanca advirtió algo en lo que no había reparado nunca antes: Milonga Sentimental le recordaba a alguna canción cubana que por el momento no podía precisar.

      Varón, pa’ quererte mucho,

      varón, pa’ desearte el bien,

      varón, pa’ olvidar agravios

      porque ya te perdoné.

      Tal vez no lo sepas nunca,

      tal vez no lo puedas creer,

      ¡tal vez te provoque risa

      verme tirao a tus pies!

      La cantante volvió a detenerse, y desde el estrado llegó la percusión del tamboril. Y él sintió de nuevo, esta vez más intensamente, la relación de aquélla pieza con la música de su patria. Allí estaban las sonoridades del candombe, pero también las de un ritmo que había llegado a La Habana desde la provincia de Oriente y estaba por entonces muy en boga: el son cubano. Pero aquí, en el Café de los Angelitos de Buenos Aires, aquella mujer le ponía pasión, mucha pasión, sobre todo cuando decía:

      Es fácil pegar un tajo

      pa’ cobrar una traición,

      o jugar en una daga

      la suerte de una pasión.

      Pero no es fácil cortarse

      los tientos de un metejón,

      cuando están bien amarrados

      al palo del corazón.

      Y después de una breve pausa, volvía a repetir:

      Varón, pa’ quererte mucho,

      varón, pa’ desearte el bien,

      varón, pa’ olvidar agravios

      porque ya te perdoné.

      Tal vez no lo sepas nunca,

      tal vez no lo puedas creer,

      ¡tal vez te provoque risa

      verme tirao a tus pies!

      Y seguía, cada vez con más emoción:

      Milonga que hizo tu ausencia.

      Milonga de evocación.

      Milonga para que nunca

      la canten en tu balcón.

      Pa’ que vuelvas con la noche

      y te vayas con el sol.

      Pa’ decirte que sí a veces

      o pa’ gritarte que no.

      Finalmente, cuando ya Capablanca tenía los ojos húmedos por la emoción, llegó Marina de vuelta y se sentó a su lado. Para entonces, Nina Mederos repetía el cuplé, ya por última vez:

      Varón, pa’ quererte mucho,

      varón, pa’ desearte el bien,

      varón, pa’ olvidar agravios

      porque ya te perdoné.

      Tal vez no lo sepas nunca,

      tal vez no lo puedas creer,

      ¡tal vez te provoque risa

      verme tirao a tus pies!

      Tras lo cual, el cuarteto ejecutó el cierre y terminó su versión, que fue despedida con un tupido aplauso del público asistente. Marina lo observaba desde su asiento. Entonces, acercando todo lo que podía su rostro, dijo con voz ligeramente temerosa:

      – ¿Qué te pasa que tenés los ojos húmedos? No me digas que esa mujer te ha emocionado tanto.

      – No es la mujer – replicó él, saliendo ya del trance – , es la canción; pero no sé si podrías entenderme si te explico.

      – Quizás. Probá a ver.

      – Es que el arreglo que hizo ese cuarteto me ha recordado mucho algunos ritmos de mi tierra.

      – Comprendo, claro que te comprendo – y cambiando radicalmente el tono, agregó – : Misión cumplida. He hablado con Gardel. Y, por supuesto, él quiere conocerte.

      Capablanca sonrió, agradecido y feliz a la vez.

      – Muchas gracias, Marina. Eres un encanto.

      – Gardel también me agradeció por acordarme de él, en este caso.

      – Bueno – dijo entonces Capablanca – , ¿cómo haremos? ¿Vamos para allá o qué?

      – Él estaba cenando en compañía de algunos de sus músicos. Me dijo que me daría una señal.

      Capablanca volvió a expresar su agradecimiento a la muchacha y desvió la vista hacia el estrado. Entonces reparó en que el cuarteto había dejado de tocar. Supuso que los músicos habían cogido un tiempo de pausa. Sin embargo, aún no había tenido tiempo de retomar el diálogo con Marina, cuando vio que tres hombres ascendían los peldaños del estrado y se acercaban al micrófono. Uno de ellos era Carlos Gardel; los otros, evidentemente, eran los guitarristas que lo acompañaban por entonces, un mulato alto y delgado y un individuo de apariencia rubicunda. Cada uno de ellos llevaba una guitarra en las manos. Cuando quería preguntarle a su compañera de qué iba la cosa ahora, Gardel se acercó al micrófono y dijo:

      – Queridos amigos, respetable público. Esta noche se encuentra entre nosotros una persona a quien quiero dedicar esta canción que vamos a interpretar ahora. Este hombre es un cubano y, por naturaleza, un hermano de sangre y de cultura – aquí todos los presentes volvieron la cabeza,

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