Sin segundo nombre. Lee Child

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hizo una pausa.

      Luego dijo:

      —Ahora dígame lo que vio.

      —Estoy seguro de que estaban escuchando, la primera vez.

      —Estábamos escuchando –dijo Delaney–. También cuando la conversación continuó después, con el detective Aaron. Después de que se fuera el detective Bush. Parece que vio más de lo que puso en su declaración de testigo. Parece que vio algo acerca de una operación de más largo plazo.

      —Eso era una especulación –dijo Reacher–. No tenía nada que hacer en una declaración de testigo.

      —¿Por una cuestión ética?

      —Supongo.

      —¿Es usted una persona ética, señor Reacher?

      —Hago lo que puedo.

      —Pero ahora se puede despachar. La declaración ya está hecha. Ahora puede especular a gusto. ¿Qué vio?

      —¿Por qué me pregunta a mí?

      —Podríamos estar teniendo un problema. Usted podría ser capaz de ayudar.

      —¿Cómo podría ayudar?

      —Usted fue policía militar. Sabe cómo funcionan estas cosas. Visión de conjunto. ¿Qué fue lo que vio?

      —Imagino que vi a Aaron y a Bush siguiendo a la chica del bolso de tela –dijo Reacher–. Alguna clase de operación de vigilancia. Vigilancia del bolso, principalmente. Cuando pasó lo que pasó ignoraron a la chica completamente. La mejor suposición, quizás la chica tenía que entregarle el bolso a un sospechoso todavía no identificado. En una etapa posterior. En otro lugar. Como una entrega o un pago. Quizás era importante observar la transacción misma. Quizás el sospechoso no identificado es el último eslabón de la cadena. De ahí el alto nivel de los testigos oculares. O lo que fuera. Salvo que el plan fracasó porque el destino intervino en la forma de un carterista ocasional. Pura mala suerte. Pasa en las mejores familias. Y no es para tanto. Lo pueden hacer de vuelta mañana.

      Delaney negó con la cabeza:

      —Estamos en aguas turbias. La gente como con la que estamos tratando en este caso, si faltas a un encuentro, para ellos estás muerto. Esto está terminado.

      —Entonces lo lamento –dijo Reacher–. Así es la vida. Lo mejor va a ser olvidarse del tema.

      —Para usted es fácil decirlo.

      —No es mi problema –dijo Reacher–. Yo soy sólo alguien que está de paso.

      —De eso también tenemos que hablar. ¿Cómo nos podemos contactar con usted, en caso de que lo necesitemos? ¿Tiene un teléfono celular?

      —No.

      —¿Y cómo se contacta con usted la gente?

      —No se contacta.

      —¿Ni siquiera familia y amigos?

      —No me queda familia.

      —¿Tampoco amigos?

      —No de los que se llaman por teléfono cada cinco minutos.

      —¿Quién sabe entonces dónde está usted?

      —Yo lo sé –dijo Reacher–. Con eso alcanza.

      —¿Está seguro?

      —Todavía no he necesitado que me rescaten.

      Delaney asintió. Dijo:

      —Volvamos a lo que vio.

      —¿Qué parte?

      —Todo. Quizás todavía no terminó. ¿Podría haber otra interpretación?

      —Todo es posible –dijo Reacher.

      —¿Qué tipo de cosa podría ser posible?

      —Solían pagarme por este tipo de conversación.

      —Le podríamos dar a cambio una taza del café del condado.

      —Trato hecho –dijo Reacher–. Negro, sin azúcar.

      Cook fue a buscarlo, y cuando volvió Reacher bebió un sorbo y dijo:

      —Gracias. Pero en conjunto creo que fue probablemente un hecho casual.

      —Use su imaginación –dijo Delaney.

      —Usen la suya –dijo Reacher.

      —OK –dijo Delaney–. Supongamos que Aaron y Bush no sabían dónde o cuándo o quién o cómo, pero eventualmente esperaban ver que el bolso pasara a manos de otra persona.

      —OK, supongamos –dijo Reacher.

      —Y quizás eso es exactamente lo que vieron. Sólo que un poco antes de lo esperado.

      —Todo es posible –volvió a decir Reacher.

      —Tenemos que suponer discreción y medidas clandestinas por parte de los malos. Quizás arreglaron un encuentro falso y planearon hacerse con el bolso en el camino. Para generar sorpresa e imprevisibilidad. Que es siempre la mejor manera de eludir la vigilancia. Quizás incluso estaba ensayado. Según usted la chica lo entregó sin demasiado esfuerzo. Usted dijo que ella cayó sentada, y después se puso de pie enseguida y se fue a toda prisa.

      Reacher asintió:

      —Lo que significa que ustedes dirían que el chico de buzo negro es el sospechoso desconocido. Dirían que fue siempre él el que tenía que recibir el bolso.

      Delaney asintió:

      —Y lo atrapamos, y por lo tanto la operación fue de hecho un éxito total.

      —Para usted es fácil decirlo. También muy conveniente.

      Delaney no respondió.

      —¿Dónde está el chico ahora? –preguntó Reacher.

      —Dos cuartos más allá. –Delaney señaló la puerta–. Lo vamos a estar llevando a Bangor de acá a poco.

      —¿Está hablando?

      —Por el momento no. Se está comportando como un buen soldadito.

      —A no ser que no sea para nada un soldado.

      —Creemos que lo es. Y creemos que va a hablar, cuando considere en toda su extensión el riesgo que corre.

      —Otro gran problema –dijo Reacher.

      —¿Cuál?

      —Para mí el bolso estaba vacío. ¿Qué clase de entrega o pago sería ese? No van

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