Sin segundo nombre. Lee Child

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style="font-size:15px;">      —Si quiere otro abogado, vaya y páguese uno.

      —¿Ya habló el chico del buzo? –dijo Reacher.

      —Declara que fue un simple robo. Declara que creyó que la chica usaba el bolso como cartera. Declara que esperaba encontrar efectivo y tarjetas de crédito. Quizás un teléfono celular. Los agentes del estado lo ven como una historia que se aprendió para encubrirse, por si acaso.

      —¿Por qué creen que yo no me escapé también? ¿Por qué me iba a quedar ahí después?

      —Misma causa –dijo ella–. Una historia falsa para encubrirse. A partir de que todo salió mal. Usted vio cómo atrapaban a su compañero, así que los dos cambiaron al plan B, instantáneamente. Él era un arrebatador, usted ayudaba a las fuerzas del orden. A él le darían una sentencia trivial, a usted una palmadita en la cabeza. Anticipan cierto nivel de sofisticación por parte de ustedes dos. Aparentemente esto es importante.

      Reacher asintió:

      —¿Cuán importante, usted qué cree?

      —Es una investigación grande. Hace tiempo que está en marcha.

      —Y cara, ¿usted qué cree?

      —Imagino que sí.

      —En un momento en el que los presupuestos parecen ser un problema.

      —Los presupuestos son siempre un problema.

      —Al igual que los egos y las reputaciones y las fojas de desempeño. Piense en Delaney y Cook. Póngase en sus zapatos. Una investigación cara y de mucho tiempo se echa a perder por una casualidad. Están de vuelta en el primer casillero. Quizás peor que eso. Quizás no hay manera de volver a entrar. Muchas caras sonrojadas alrededor. ¿Entonces qué pasa después?

      —No lo sé.

      —La naturaleza humana –dijo Reacher–. Primero gritaron y maldijeron y le pegaron a la pared. Después se hizo sentir el instinto de supervivencia. Buscaron maneras para cuidarse el trasero. Buscaron maneras para asegurar que la operación fue de hecho todo un éxito todo el tiempo. El agente Delaney dijo exactamente eso. Se inventaron la idea de que el chico era parte del fraude. Después escucharon cuando Aaron estaba hablando conmigo. Me escucharon decir que no vivo en ninguna parte. Soy un vagabundo, en palabras de Aaron. Lo que les dio una idea incluso mejor. Lo podían transformar en un dos por uno. Podían asegurar que atraparon a dos tipos e hicieron volar todo por el aire. Podían recibir palmaditas en la espalda y cartas de recomendación después de todo.

      —Lo que usted dice es que inventaron el caso.

      —Sé que es así.

      —Eso es demasiado.

      —Conmigo repasaron todo. Se aseguraron. Confirmaron que no tengo teléfono celular. Confirmaron que nadie me sigue los pasos. Confirmaron que soy el chivo expiatorio perfecto.

      —Usted estuvo de acuerdo con la idea de que el chico era más que un arrebatador.

      —Como algo hipotético –dijo Reacher–. Y no de manera entusiasta. Parte de una discusión profesional. Me hicieron caer. Dijeron que yo sabía cómo eran estas cosas. Les estaba siguiendo la corriente. Estaban inventando cosas, para salvarse el trasero. Yo estaba siendo amable, supongo.

      —Usted dijo que podía ser.

      —¿Por qué iba a decir eso si estaba involucrado?

      —Creen que fue un engaño doble.

      —No soy tan inteligente –dijo Reacher.

      —Creen que lo es. Estuvo en una unidad de elite de la Policía Militar.

      —¿Y eso no me pondría del lado de ellos?

      La abogada no dijo nada. Sólo se acomodó un poco en la banqueta. Intranquilidad, asumió Reacher. Falta de afinidad. Desconfianza. Incluso repugnancia, quizás. Ganas de irse de ahí. La naturaleza humana. Él sabía cómo funcionaban estas cosas.

      —Chequee el tiempo en la cinta –dijo Reacher–. Me escucharon decir que yo no tenía domicilio, y los engranajes mentales empezaron a funcionar, y poco después de eso intervinieron la entrevista y estaban conmigo en la sala. Después se volvieron a ir, sólo por un minuto. Para una charla en privado. Estaban confirmando entre sí si ya tenían suficiente. Si lo podían hacer funcionar. Decidieron hacerlo. Volvieron y me arrestaron.

      —No puedo llevar eso ante la corte.

      —¿Qué puede llevar?

      —Nada –dijo ella–. Lo mejor que puedo hacer es intentar que se le reduzca la sentencia si se declara culpable.

      —¿Habla en serio?

      —Totalmente. Va a ser acusado de un delito muy grave. Van a presentarle a la corte una hipótesis de trabajo y la van a respaldar con testimonios de testigos presenciales entre la gente común de Maine, los cuales son todos o literal o figuradamente amigos y vecinos de los miembros del jurado. Usted es un forastero con un estilo de vida incomprensible. Digo, ¿de dónde es usted?

      —De ningún lugar en particular.

      —¿Dónde nació?

      —En Berlín Occidental.

      —¿Es alemán?

      —No, mi padre era marine. Nacido en New Hampshire. En ese momento estaba destinado en Berlín Occidental.

      —¿Así que siempre fue militar?

      —De chico y de grande.

      —Eso no es bueno. La gente le agradece por su servicio, pero en el fondo piensan que ustedes están todos traumados. Hay un riesgo considerable de que lo condenen, y si lo condenan lo van a sentenciar a muchos años de prisión. Va a ser más seguro declararse culpable por un delito menor. Les estaría ahorrando el tiempo y los gastos de un litigio contencioso. Eso vale mucho. Podría ser la diferencia entre cinco años y veinte. Como abogada estaría faltando a mi deber si no se lo recomendara.

      —¿Me está recomendando que pase cinco años adentro por un delito que no cometí?

      —Todos dicen que son inocentes. Los jurados lo saben.

      —¿Y los abogados?

      —Los clientes mienten todo el tiempo.

      Reacher no dijo nada.

      Su abogada dijo:

      —Lo quieren trasladar a Warren esta noche.

      —¿Qué hay en Warren?

      —La prisión estatal.

      —Grandioso.

      —Solicité que se lo mantuviera acá por un día o dos. Más práctico para mí.

      —¿Y?

      —Se negaron.

      Reacher

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