Antonio Machado: Poesías Completas. Antonio Machado

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Antonio Machado: Poesías Completas - Antonio Machado

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dulce armonía

      del agua que sueñ a,

      y vendó tus ojos

      ¡pobre mula vieja!...

      Mas sé que fue un noble,

      divino poeta,

      corazón maduro

      de sombra y de ciencia.

      XLVII

      La aurora asomaba

      lejana y siniestra.

      El lienzo de Oriente

      sangraba tragedias,

      pintarrajeadas

      con nubes grotescas.

      En la vieja plaza

      de una vieja aldea,

      erguía su horrible

      pavura esquelética

      el tosco patíbulo

      de fresca madera...

      La aurora asomaba

      lejana y siniestra.

      XLVIII

      Vosotras, las familiares,

      inevitables golosas,

      vosotras, moscas vulgares,

      me evocáis todas las cosas.

      ¡Oh, viejas moscas voraces

      como abejas en abril,

      viejas moscas pertinaces

      sobre mi calva infantil!

      ¡Moscas del primer hastío

      en el salón familiar,

      las claras tardes de estío

      en que yo empecé a soñar!

      Y en la aborrecida escuela,

      raudas moscas divertidas,

      perseguidas

      por amor de lo que vuela,

      —que todo es volar— sonoras

      rebotando en los cristales

      en los días otoñales ...

      Moscas de todas las horas,

      de infancia y adolescencia,

      de mi juventud dorada;

      de esta segunda inocencia,

      que da en no creer en nada,

      de siempre... Moscas vulgares,

      que de puro familiares

      no tendréis digno cantor:

      yo sé que os habéis posad o

      sobre el juguete encantado,

      sobre el librote cerrado,

      sobre la carta de amor,

      sobre los párpados yertos

      de los muertos.

      Inevitables golosas,

      que ni labráis como abejas

      ni brilláis cual mariposas;

      pequeñitas, revoltosas;

      vosotras, amigas viejas,

      me evocáis todas las cosas.

      XLIX

      Recuerdo que una tarde de soledad y hastío

      ¡oh tarde como tantas!, el alma mía era,

      bajo el azul monótono, un ancho y terso río

      que ni tenía un pobre juncal en su ribera.

      ¡Oh mundo sin encanto, sentimental inopia

      que borra el misterioso azogue del cristal!

      ¡Oh el alma sin amores que el Universo copia

      con un irremediable bostezo universal!

      R

      Quiso el poeta recordar a solas;

      las ondas bien amadas, la luz de los cabellos

      que él llamaba en sus rimas rubias olas.

      Leyó... La letra mata: no se acordaba de ellos...

      Y un día —como tantos— al aspirar un día

      aromas de una rosa que en el rosal se abría,

      brotó como una llama la luz de los cabellos

      que él en sus madrigales llamaba rubias olas,

      brotó, porque un aroma igual tuvieron ellos...

      Y se alejó en silencio para llorar a solas.

      L

      Como atento no más a mi quimera

      no reparaba en torno mío, un día

      me sorprendió la fértil primavera

      que en todo el ancho campo sonreía.

      Brotaban verdes hojas,

      de las hinchadas yemas del ramaje,

      y flores amarillas, blancas, rojas,

      alegraban la mancha del paisaje.

      Y

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