Obras de Emilio Salgari. Emilio Salgari

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Obras de Emilio Salgari - Emilio Salgari страница 38

Obras de Emilio Salgari - Emilio Salgari biblioteca iberica

Скачать книгу

de la costa sur de la isla. Lord James se puso de pie con los ojos brillantes de alegría.

      —¿Está seguro?

      —Segurísimo, milord.

      —¿Quién es usted?

      —Soy pariente del baronet William.

      —Entonces sabrá que mi sobrina...

      —Sí, es la prometida de mi primo William.

      —¿Cuándo encontraron a Sandokán?

      —Esta mañana al amanecer, al atravesar un bosque a la cabeza de una gran banda de piratas.

      —¡Ese hombre es un demonio! ¿Cómo llegó tan lejos en pocas horas?

      —Dicen que llevaba caballos.

      —Así lo comprendo. ¿Y dónde está mi buen amigo William?

      —A la cabeza de las tropas.

      —¿Están lejos de aquí los piratas? A unos doce kilómetros.

      —¿Qué más me manda decir?

      —Le ruega que salga en seguida de la quinta y se vaya a Victoria. Teme que el Tigre de la Malasia con sus ochenta piratas se lance sobre la quinta.

      El lord lo miró en silencio y luego dijo, como si hablara consigo mismo:

      —En realidad, eso puede suceder. Al amparo de los fuertes y de los barcos de Victoria estaré más seguro que aquí. William tiene razón. ¡Yo le arrancaré a mi sobrina esa pasión que siente por el infame pirata y se casará con el hombre que le he destinado!

      Yáñez llevó instintivamente la mano a la empuñadura del sable, pero se contuvo.

      —Milord —dijo—, ¿me permite hablar con mi futura pariente? Tengo algo que decirle de parte de William. -Por supuesto, aunque desde ya le digo que lo recibirá muy mal.

      —¡No me importa! —respondió Yáñez sonriendo—. Le diré lo que me ha dicho William y nada más.

      —Procure convencerla y después vuelva acá, porque cenaremos juntos.

      Yáñez saludó con una cortés inclinación y siguió al criado que lo condujo a un saloncito donde lo esperaba una elegante figura vestida de blanco.

      Aun cuando iba preparado, el portugués no pudo reprimir un gesto de admiración al ver a la hermosa joven. Estaba muy pálida y sus ojos azules, habitualmente tan serenos, despedían relámpagos de cólera.

      —¿Quién es usted? —preguntó cuando hubo salido el criado—. ¿Quién le ha permitido entrar aquí?

      —Su tío, milady —contestó Yáñez.

      —¿Y qué quiere?

      —Ante todo una pregunta. ¿Está segura de que nadie puede oírnos?

      —Estamos solos -respondió ella asombrada.

      —Bien. milady; vengo de Mompracem.

      Mariana corrió hacia él como empujada por un resorte, y su palidez desapareció en el acto.

      —¡De Mompracem! ¡Usted! ¡Un inglés!

      —No soy inglés. Soy Yáñez.

      —¡Yáñez, el amigo, el hermano de Sandokán! ¿Dónde está él? ¿Está herido? ¡Dígamelo todo, o me muero!

      —Sandokán vive y está emboscado cerca del sendero que conduce a Victoria, dispuesto a raptarla.

      —¡Gracias, Dios mío, por haberlo protegido! —exclamó la joven con los ojos llenos de lágrimas.

      —Ahora escúcheme, milady. He venido para convencer al lord de que se retire a Victoria. Sandokán atacará la escolta y se apoderará de usted en cuanto estemos fuera de la quinta.

      —¿Y mi tío?

      —Respetaremos su vida.

      —¿Adónde piensa Sandokán llevarme? A su isla.

      Mariana inclinó la cabeza y guardó silencio.

      —Milady —dijo Yáñez con voz grave—, no tema. Sandokán es uno de esos hombres que saben hacer feliz a una mujer. Fue terrible, cruel, pero el amor lo ha cambiado de tal modo que le juro que usted nunca se arrepentirá de ser la mujer del Tigre de la Malasia.

      —¡Le creo, Yáñez! —exclamó la muchacha—. ¿Qué importa que haya sido tan atroz su pasado? Yo haré de él otro hombre. Abandonaré mi isla y él abandonará Mompracem e iremos tan lejos que no volverán a oír hablar de nosotros. Viviremos juntos, olvidados de todos, pero felices y nadie sabrá nunca que el marido de la Perla de Labuán es el antiguo Tigre de la Malasia. ¡Sí, seré su esposa y lo amaré siempre!

      —Ahora es preciso convencer a su tío a dirigirse a Victoria.

      —Tenga cuidado, Yáñez, porque es muy desconfiado. Es verdad que usted es un hombre blanco, pero él sabe que Sandokán tiene un amigo europeo.

      —Seré prudente.

      El portugués salió del saloncito como embriagado por la belleza de aquella mujer.

      —¡Por Júpiter! —exclamó—. ¡Empiezo a envidiar a ese bribón de Sandokán!

      Lord James lo aguardaba paseándose por la habitación.

      —Y bien, ¿qué acogida le brindó mi sobrina? —preguntó con ironía.

      —Me pareció que no le gusta oír hablar de mi primo William —repuso Yáñez—. Poco faltó para que me echara del salón.

      El lord movió la cabeza y las arrugas de su frente se hicieron más profundas.

      —¡Siempre lo mismo! -murmuró, rechinando los dientes.

      Siguió recorriendo a grandes trancos la habitación.

      —Entonces, ¿usted me aconseja que me marche?

      —Sí, milord —contestó Yáñez—. Aproveche esta buena ocasión para refugiarse en Victoria.

      —¿Y si Sandokán ha dejado hombres ocultos en el parque? Me han dicho que lo acompaña un hombre blanco que se llama Yáñez, tan audaz y peligroso como él.

      Yáñez tuvo que hacer un esfuerzo por contener la risa. Miró muy serio al lord y dijo:

      —Milord, yo no tengo miedo de esos tunantes. ¿Quiere que haga un reconocimiento de los alrededores?

      —Se lo agradecería. ¿Necesita escolta?

      —No, gracias, prefiero ir solo, así puedo ocultarme en los bosques sin llamar

Скачать книгу