E-Pack Magnate. Varias Autoras

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      Tomó un sorbo de café y comenzó a explicarle los distintos archivadores, respondiendo las preguntas que ella le iba haciendo. A continuación, encendió el ordenador y le mostró varios programas.

      –Cuentas, nóminas, correspondencia, proyectos pasos, proyectos presentes... Todo esta informatizado. Supongo que sabe usted hacer gráficos y esquemas.

      –Sí.

      Ella realizó algunas preguntas más. Entonces, por fin llegó el momento de tomar una decisión. Luke sabía lo que quería. Fue directo al grano, como siempre.

      –Bueno, eso es todo –dijo–. ¿Estaría usted dispuesta a ordenar mi despacho y a trabajar como mi asistente personal hasta que encontrara una persona adecuada?

      –Sí. ¿Cuándo quiere que comience?

      Luke se miró el reloj.

      –¿Qué le parece ahora mismo?

      Capítulo Dos

      Luke se sorprendió de lo rápidamente que se adaptó Sara. A principios de la semana siguiente, parecía que ella llevaba trabajando para él desde siempre. Era una mujer brillante, organizada y muy buena en su trabajo. Además, siempre que Luke decidía tomarse una pausa en su trabajo y se disponía a tomar un café, Sara llegaba antes de él. Antes de que él pudiera levantarse, ella ya le había colocado una taza sobre la mesa. Café fuerte, sin leche y con una cucharada de azúcar. Perfecto.

      –¿Has estado hablando con Di o algo así? –le preguntó él cuando terminó su café.

      –¿Qué quieres decir?

      –Siempre pareces leerme las intenciones, tal y como hacía ella. Es casi como tenerla de vuelta, pero Di tuvo cuatro años para acostumbrarse a mi modo de trabajo.

      Sara se echó a reír.

      –No, no he hablado con ella. En cualquier caso, no sobre ti. Llamó el otro día para ver cómo iba todo. Yo le dije que se relajara, que se tomara una infusión de jengibre y que dejara de sentirse culpable.

      –Bien. Eso fue lo que le dije yo también la última vez que me llamó. ¿Cómo has sabido...?

      –¿El modo en el que trabajas? Observando. La mayoría de las personas tiene sus rutinas.

      –Tú también, por supuesto.

      –¿Qué quieres decir?

      –Bueno, estás aquí a las nueve en punto. Siempre te tomas exactamente una hora para almorzar y te marchas a las cinco en punto. Nunca haces horas extras.

      –Porque me organizo bien mi tiempo –dijo ella tras volver a su escritorio–. Además, cuantas más horas se trabajan, más cae la productividad. Al tercer día de echar horas extras, uno va más retrasado que antes porque está más cansado.

      –Hmm... ¿Y las variables personales? Algunas personas trabajan mejor a primera hora de la mañana y otras a última hora del día.

      –Cierto.

      –Igualmente, algunas personas prefieren trabajar muchas horas. Como yo.

      –Esas personas creen que lo prefieren. Eso no es bueno. A mi modo, hay que trabajar eficientemente, no duramente –comentó. Entonces, frunció el ceño–. ¿Te tomas tiempo alguna vez para oler las rosas, Luke?

      –No lo necesito.

      Sara lo miró por encima de las gafas que se ponía para trabajar en el ordenador.

      –Claro que sí. Todo el mundo necesita refrescar la mente de algún modo. Si no, se quemarían. ¿Qué es lo que haces tú?

      –Bueno, voy al gimnasio.

      –Eres dueño de varios. Eso no cuenta. Es trabajo.

      –No lo es.

      –¿Puedes decirme con el corazón en la mano que cuando vas al gimnasio, no empiezas a considerarlo para maximizar todo lo posible su potencial?

      –Cuando voy al gimnasio, me centro en lo que estoy haciendo. Si no, sería el peor jugador de squash de todos.

      –¿Significa eso que eres el mejor?

      –Bueno, el primero o el segundo.

      –Y en el momento en el que terminas de jugar, empiezas a pensar en los negocios.

      –Así soy yo.

      –No. Eso es tu trabajo. Quien eres tú...

      Se interrumpió de repente. Luke captó una mirada extraña en sus ojos. Algo que le aceleró el pulso. Desapareció de repente y tuvo que recordarse que Sara estaba fuera de su alcance.

      –Entonces, ¿no resultan divertidas esas fiestas a las que vas?

      –No me lo parecen. Tal vez me estoy haciendo viejo, pero estoy empezando a encontrarlas muy aburridas.

      –¿Por eso cambias también de novia tan frecuentemente?

      –Probablemente.

      –En ese caso, tal vez sales con la clase de mujer equivocada.

      Luke estuvo a punto de preguntarle qué clase de mujer creía ella que le convenía, pero decidió que tal vez era mejor no hacerlo. Mejor no preguntarse si una cierta rubia algo mandona podría llenar el vacío que casi nunca admitía que había en su vida.

      Antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo, preguntó:

      –¿Y tú?

      –Voy al cine y al teatro con mis amigas. A veces vamos a cenar. En ocasiones, vuelvo a la casa de mis padres para que me mimen un poco, para jugar con mi sobrinita y para sacar a pasear a los perros por el campo.

      Hmm. No había mencionado a su pareja. Muy raro.

      –¿No trabajas los fines de semana?

      –Por supuesto que no.

      –Es una pena... Me vendrías bien este fin de semana.

      –¿Qué es lo quieres decir?

      –Voy a ir a ver un hotel y como creo que tienes buen instinto, me gustaría saber qué es lo que te parece, Sara. Por supuesto, te pagaría tu tiempo porque significaría que tendríamos que pasar la noche fuera. Si me acompañaras, te prometo que respetaría tu horario. Puedes dejar de contestar el teléfono a las cinco en punto y la semana que viene dejaré que te tomes un par de días libres, que por supuesto te pagaré, para compensar el tiempo.

      –¿Y es este fin de semana?

      –Sí. ¿Crees que le supondrá un problema a tu pareja?

      –¿Pareja? –preguntó ella, perpleja.

      –Sí,

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