E-Pack Magnate. Varias Autoras

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chapotear un poco en el mar?

      –Demasiado ocupado.

      –Bueno, no creo que estar cinco minutos en la playa te vaya a quitar mucho tiempo. Y creo que ese descanso te vendrá bien. Bueno –dijo–, te he enviado los mensajes por correo electrónico. Tienes un informe sobre el escritorio, junto a unas cartas que tienes que firmar –añadió–. Con eso, hasta mañana.

      –Bien. Sara... –dijo, antes de que ella se marchara por la puerta–. Gracias, aprecio mucho todo lo que estás haciendo, aunque no lo diga.

      –¿Sabes una cosa? Por eso estás en la lista negra de las trabajadoras temporales. Eres demasiado quejica, demasiado mandón y gruñes en vez de hablar.

      –No hay lista negra de las trabajadoras temporales, y yo no gruño.

      –¿No?

      –No. Vete a casa –le ordenó antes de sentarse a su escritorio.

      El martes, para sorpresa de Sara, Luke estaba en el despacho a la hora de comer.

      –Voy a llamar a la cafetería para pedir unos bocadillos. ¿Quieres algo?

      Sabía que debería sonreír cortésmente y darle las gracias, pero decidió que prefería comer fuera. Sin embargo, el alocado impulso de reformar a Luke Holloway le resultaba irresistible. Quería enseñarle a disfrutar de la vida. A que la sonrisa de los labios le iluminara los ojos.

      –No, gracias. Se me ha ocurrido algo mejor. En vez de hacer que nos traigan aquí los bocadillos, ¿por qué no los compramos de camino adonde me gustaría llevarte?

      –¿Adónde?

      –Digamos que se trata de un experimento para incrementar la productividad. Si vas a dar un paseo a la hora de comer, se hacen más cosas por la tarde. Tiene que ver con el hecho de que el cerebro reciba más oxígeno al pasear.

      –Podría ser que tengas razón –dijo Luke mirando por la ventana–. Hace un buen día. Un paseo estaría bien.

      Sara miró el reloj.

      –Nos marchamos dentro de media hora. Pediremos los bocadillos de todos modos para asegurarnos de que no se acaban.

      Media hora más tarde, fueron a recoger su almuerzo y ella lo llevó hasta la estación del metro.

      –Pensaba que habías dicho que íbamos a dar un paseo.

      –Y así es, pero no por aquí.

      –¿Vamos a la Torre de Londres? –preguntó Luke al ver que se bajaban del metro en Tower Gateway y se dirigían hacia Tower Hill.

      –No exactamente. Confía en mí.

      Lo condujo hasta un estrecho sendero y, de soslayo, lo miró para ver cuál era su reacción cuando llegaron por fin a su destino.

      –¿Una iglesia?

      –No del todo –dijo ella mientras lo conducía al exterior.

      –Vaya –comentó Luke asombrado–, no sabía que este lugar estaba aquí.

      –Se llama St. Dunstan in the East. Sufrió los bombardeos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, pero, en vez de derruirlo, las autoridades de entonces lo convirtieron en un jardín. Si estoy trabajando en la city, siempre vengo aquí a almorzar.

      –Es muy hermoso y también muy tranquilo. Jamás se podría decir que estamos en medio de una gran ciudad.

      –Exactamente. Me recuerda un poco a mi casa.

      –¿Echas de menos el campo?

      –Sí, pero también me gusta mucho la ciudad así que supongo que tengo lo mejor de los dos mundos. Vivo aquí en Londres, pero puedo marcharme a Kent siempre que pueda.

      –Yo siempre he vivido en Londres.

      –¿Jamás has pasado tiempo en el campo?

      –Algún fin de semana que otro. Nada más.

      –En ese caso, tendrás que venirte conmigo algún día. Te mostraré algunos de mis lugares favoritos.

      –¿Me estás proponiendo una cita, Sara?

      Durante un segundo, ella se quedó sin respiración. El aire parecía cargado de electricidad. Una cita. Aquellas palabras sólo habían significado una oferta generosa. Mostrarle algunos de sus lugares favoritos y alegrarle un poco la vida. Sin embargo, podía interpretarse de otro modo...

      El corazón le dio un salto en el pecho. ¿Y si él aceptaba? ¿Acaso quería ella que él aceptara?

      Decidió dar marcha atrás.

      –No. No se trata de una cita, sino simplemente de una oferta a un amigo. Me caes bien y creo que podríamos ser amigos.

      –¿A pesar de que no paras de darme órdenes?

      Sara se sintió aliviada cuando volvieron a las bromas. Con eso podía enfrentarse.

      –Bueno, tendré que darte órdenes si te voy indicando el camino.

      –¿Y qué me dices del GPS?

      –Bueno, no creo que eso pueda con el conocimiento de una habitante de la zona.

      –Cierto... –dijo él. Entonces, la miró muy seriamente–. Tal y como tú ves la vida… todo el mundo es un posible amigo hasta que se demuestre lo contrario, ¿verdad?

      –Supongo que sí.

      –¿Y no te llevas muchas desilusiones?

      –No muchas –dijo. Le había ocurrido con Hugh, pero él había sido una excepción–. ¿Me estás diciendo que tú consideras a todo el mundo como potencial enemigo?

      –No soy un paranoico.

      –Pero tampoco dejas que la gente se te acerque.

      –Así la vida es mucho menos complicada –admitió él encogiéndose de hombros.

      –En ese caso, siempre ves el vaso medio vacío, ¿verdad?

      –Y evidentemente tú siempre lo ves medio lleno –replicó sonriendo, aunque la sonrisa no le llegó a los ojos–. Yo diría que es simplemente medio vaso. Sin florituras.

      Las palabras de Luke no parecían tener importancia alguna, pero ella notó que había un cierto tono de advertencia en su voz. Si ella quería ser su amiga, él la mantendría a distancia.

      Durante el resto del almuerzo charlaron de cosas sin importancia. Cuando regresaron al despacho, él se pasó gran parte de la tarde en reuniones o hablando por teléfono. A las cinco, cuando Sara iba a marcharse, Luke volvía a estar sentado tras su escritorio.

      –Sara...

      –¿Sí? –dijo ella, levantando la mirada

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