E-Pack Magnate. Varias Autoras
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–Tiene diecinueve altavoces –comentó Luke.
–¿Diecinueve? ¡Qué barbaridad! ¿Y para qué quieres tantos? Ah, los hombres y sus juguetes. Rupert, mi hermano pequeño, se volvería loco con esto. Veamos. ¿Qué tenemos aquí? –preguntó ella mientras recorría la lista de canciones–. Oh, me lo tendría que haber imaginado. Rock.
–Eso no es rock, sino indie. Es estupendo para conducir.
–Sí, sí... –dijo. A pesar de todo, lo encendió.
–Supongo que a ti te gusta más la música de ballet.
–¿Qué te hace decir eso?
–Bueno, eres muy elegante con tus perlas y todo eso.
–En realidad, sí que me gusta la música de ballet.
Y, antes de que me lo preguntes, sí, di clases de ballet cuando estaba en el colegio.
–Ni que lo digas. No me cuesta imaginarte con un tutú.
–Los tutús no se utilizan para ensayar. Se llevan las mallas y las medias sin pies.
Luke se la podía imaginar muy fácilmente así vestida. La tela se le ceñía al cuerpo... Entonces, deseó no haberlo hecho. Como era previsible, su cuerpo reaccionó en consecuencia.
–De todos modos, dejé de hacer ballet cuando tenía doce años.
Para su alivio, Sara dejó el tema y se contentó mirando por la ventana y escuchando la música. Todo fue bien hasta que el informe de tráfico interrumpió la música y les anunció que había un atasco en la carretera justo al tiempo que llegaban al mismo.
–Genial –dijo él, deteniendo paulatinamente el coche–. Y estamos a muchos kilómetros aún del siguiente desvío.
–No es culpa tuya. A veces hay accidentes. Simplemente tendremos que esperar hasta que el atasco desaparezca.
La paciencia no era uno de los puntos fuertes de Luke. Cuando él le preguntó a Sara por tercera vez que se metiera en Internet con su teléfono para ver si había alguna actualización del tráfico, ella suspiró.
–No puedes soportar estarte quieto, ¿verdad?
–No. Odio perder el tiempo.
–Dudo mucho que algo haya cambiado en los últimos cinco minutos. Estamos atascados, así que no te queda más remedio que aguantarte.
–Mmm...
–Podrías hablar conmigo para no tener que pensar en ello.
¿Hablar? En su experiencia, cuando las mujeres querían hablar, significaba problemas.
–Quieres que te explique cómo es el hotel, ¿no?
–Recuerda que ya son más de las cinco. No estoy trabajando. No podemos hablar de trabajo.
–Entonces, ¿de qué quieres hablar?
–De ti. Simplemente, quiero conocerte un poco mejor.
Luke sabía que eso era una mala idea. Algo que podría poner su vida patas arriba. Había luchado mucho durante demasiado tiempo para llegar donde estaba en aquellos momentos como para tirarlo todo a la basura.
Cuando él no respondió, Sara suspiró.
–Está bien. Veo que eres de los tipos fuertes y silenciosos. Te aseguro que no quiero saber nada personal. Simplemente me preguntaba qué es lo que te hace vivir.
–Bueno, supongo que lo mismo que a la mayoría de las personas. El oxígeno y la comida.
–No me refería a eso. Ganaste tu primer millón antes de cumplir los veinte años. Dado que no eres un genio de los ordenadores... bueno, al menos no creo que lo seas.
Sara estaba tratando de obtener información. Malo. Necesitaba desviar su atención.
–No. Sólo se me da bien la economía.
–¿Cómo te diste cuenta? ¿Acaso trabajabas en el negocio familiar?
Su familia ciertamente tenía un negocio, que había pasado de generación en generación. Él había preferido no hacerlo.
–No.
–Entonces, ¿cómo?
Resultaba evidente que ella no iba a dejarlo estar. Dado que los tres carriles de la autopista estaban atascados, decidió que debía al menos contarle algo.
–Se me daban bien las matemáticas y mi profesor tuvo una corazonada.
Sara no tenía que saber que había sido el profesor que lo sacó de la comisaría cuando resultó imposible localizar a su familia.
–¿Una corazonada, dices?
–Sí, estaba seguro de que la economía se me daría tan bien como las matemáticas, aunque el hecho de que tuviera que dar clases extras no me ayudó mucho en la imagen que se tenía de mí en la calle.
–Pero salió bien.
–Sí. Conseguí un trabajo para los sábados y las vacaciones trabajando en un puesto del mercado gracias al profesor. Convencí al dueño para que, en vez de pagarme, me diera una parte del puesto e invertí la mayoría de mis beneficios de nuevo en el puesto. Al cabo de un año, el negocio se había expandido. Cuando cumplí los quince, tenía mi propio puesto y pagaba a otra persona para que se ocupara de él mientras yo estaba en el colegio.
Entonces, fue cuando Luke se negó a blanquear el dinero de la familia. Esto causó grandes disputas con sus padres, pero él se mantuvo firme. Cuando su primo trató de darle clases sobre lealtad familiar, le vinieron bien el resto de los conocimientos que había aprendido en las clases extraescolares.
Boxeo.
Le rompió la nariz a su primo. Le repugnó el hecho de ver lo fácil que resultaba caer en la espiral del crimen y la violencia. No quería ser como su familia, pero la única manera de demostrarles que no quería ser como ellos era, desgraciadamente, con la clase de comportamiento que habrían tenido ellos en esa situación. Luke fue también el que llevó a su primo al hospital. Cuando regresaron a la casa, le explicó a su familia que quería ser un hombre decente. Que no quería formar parte de lo que ellos hacían y les había dado un ultimátum: tenían que aceptarlo o dejarle ir.
No tardaron en darle la espalda. Todos y cada uno de ellos. Incluso su madre. Esto le había enseñado muy bien lo que era la familia. Se quedó solo.
Recogió sus cosas y se marchó aquella misma noche. Durmió en la calle porque era demasiado tarde para encontrar un lugar en el que alojarse. Al día siguiente, tuvo que regresar al hospital porque le dolía mucho la mano. Tras descubrir que la tenía rota, se buscó un estudio en el que el casero aceptaba dinero en efectivo sin hacer muchas preguntas.