E-Pack Magnate. Varias Autoras

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      –De nada. Bueno, ya me marcho. Hasta mañana.

      –Sí. Que tengas una buena tarde.

      –Lo mismo te digo.

      Aparentemente, sólo se trataba de un cortés intercambio de frases, pero Luke no se dejaba llevar nunca por conversaciones intranscendentes. Se mostraba siempre encantador, pero odiaba desperdiciar un solo instante. Por eso, el hecho de que se hubiera molestado en darle las gracias y desearle una buena tarde... Tal vez estaba empezando a confiar en ella. A abrirse a ella aunque sólo fuera un poco.

      A la mañana siguiente, Sara se quedó completamente asombrada cuando entró en el despacho y se encontró un hermoso ramo de rosas sobre la mesa. Eran de color rosa.

      –¿Qué es esto?

      –Ayer me invitaste a detenerme y a oler las rosas –dijo–. Hoy quería hacer lo mismo por ti. Un modo de darte las gracias por ayudarme.

      –En realidad, tú eres mi cliente. Me pagas para que te ayude –replicó ella. Enterró la nariz entre las rosas–. Gracias. Son muy bonitas. ¿Cómo sabías que me gustan las rosas de color rosa?

      Luke tosió y señaló los zapatos que ella llevaba puestos. Sara sonrió.

      –Está bien. Me has pillado. Efectivamente es mi color favorito. Gracias. Son preciosas.

      Sara fue a preparar un café para los dos. Cuando dejó la taza sobre el escritorio de Luke, no pudo contenerse y le dio un beso en la mejilla.

      –¿A qué ha venido eso? –preguntó él.

      –Sólo quería decirte que agradezco mucho las rosas.

      –De nada –susurró él. No podía dejar de mirarle la boca.

      Igual que Sara estaba mirando la de él. Preguntándose... Estaba acostumbrada a dar besos y abrazos. Así había crecido, en medio de una familia unida, ruidosa y afectuosa. Sin embargo, el hecho de haber besado la mejilla de Luke, de estar lo suficientemente cerca de él como para aspirar su aroma y sentir la suavidad de su piel... Tenía que reconocer que no había sido muy buena idea. Había despertado en ella un anhelo que podía ser peligroso.

      Este anhelo fue creciendo más y más a lo largo de la mañana. Luke tenía un almuerzo de trabajo, por lo que ella tuvo que comer sola, sentada en un banco mirando el río. Así tuvo tiempo para pensar.

      Las cosas estaban empezando a cambiar entre Luke y ella. Aunque Sara aún no sabía qué era lo que le hacía vibrar, le gustaba lo que él le había dejado ver hasta entonces. Deseaba saber más. Conocerlo mejor y...

      Se tomó un sorbo de agua fría. Si dejaba que sus pensamientos fluyeran mucho más en esa dirección, tendría que terminar echándose la botella entera por la cabeza para refrescarse.

      –Vamos a tener un almuerzo de trabajo –le dijo Luke al día siguiente.

      –Se supone que la hora de comer debe de suponer un respiro.

      –Sí, bueno, eso ya me lo has dicho, pero necesito darte algunas indicaciones sobre este fin de semana. Mira, es hora ya de comer. Si no tienes nada mejor planeado, hay una pizzería muy buena a la vuelta de la esquina.

      –Me parece bien, siempre y cuando lo paguemos a medias.

      –Como tú digas. Eres la jefa.

      –Sí, claro –replicó ella, riendo.

      A Luke le encantaba el modo en el que ella se reía. Le hacía sentirse como si el sol acabara de entrar por la ventana después de una mañana gris y apagada. Lo que no entendía era cómo una mujer divertida, hermosa, inteligente y afectuosa podía seguir soltera.

      ¿Por qué estaba especulando sobre algo que no era asunto suyo? Sacudió la cabeza.

      –Vayámonos ya antes de que llegue todo el mundo.

      Llegaron a la pizzería a tiempo para conseguir mesa bajo una de las sombrillas que había en la terraza junto al río.

      –¿Me recomiendas algo? –preguntó Sara.

      –Todo está muy bueno. Las pizzas están hechas en horno de leña, por lo que son fabulosas. ¿Vino?

      –Gracias, pero creo que tomaré agua con gas. Si bebo a la hora de comer, me entran ganas de dormir.

      Luke prefirió no pensar en lo mucho que le gustaría verla durmiendo, saciada por completo después de hacer el amor. Tenía que mantener aquella comida estrictamente en el ámbito laboral. Sin embargo, Sara tenía algo que lo atraída irremediablemente.

      Se decidieron por una pizza y una ensalada. Cuando el camarero llegó, resultó evidente que le costaba mucho anotar su pedido.

      –Luke, ¿te importaría que pidiera yo? –le interrumpió Sara.

      –Como quieras –dijo Luke.

      Sara dijo unas pocas palabras en italiano. El camarero sonrió brevemente antes de empezar a hablar por los codos. Ella le devolvía la sonrisa y hablaba casi tan rápido como él. Luke no tenía ni idea de qué estaban hablando, pero le gustaba el sonido de las palabras que ella pronunciaba.

      El camarero estaba también encantado. Desapareció en la cocina y regresó casi inmediatamente con una rosa en un jarrón pequeño. Una rosa de color rosa.

      Sara le dio las gracias. El camarero se despidió con una inclinación de cabeza antes de ir a atender a otro cliente.

      –Sabía que te asegurarías de que teníamos tiempo de oler las rosas –comentó Luke con una sonrisa.

      Ella se sonrojó.

      –Lo siento, no quería presumir, pero... Gianfranco estaba teniendo problemas y ya resulta bastante duro tener que tratar con los clientes sin la barrera del idioma. Sólo lleva en Inglaterra una semana. Ha venido a trabajar en el negocio de su tío.

      Luke se sintió muy impresionado por el hecho de que ella hubiera averiguado tantas cosas en un espacio tan breve de tiempo. Sara tenía algo que provocaba que todo el mundo quisiera confiar en ella. Eso la convertía en una mujer peligrosa.

      Apartó el pensamiento.

      –Ayudarle ha sido muy amable de tu parte. Veo que hablas italiano con fluidez –dijo. Entonces recordó–. Y yo te he robado tus vacaciones en Italia.

      –En realidad, aún no había reservado el billete, por lo que no me suponía problema alguno. Puedo ir a Sorrento en otra ocasión.

      –A pesar de todo, me siento culpable.

      –Bien –replicó ella con una sonrisa–. Me puedes invitar al postre para compensarme.

      El amor a la vida, el amor a la comida... Todo eso resultaba muy refrescante después de estar con mujeres que se limitaban a tomar lechuga y no hacían más que contar calorías.

      –Trato hecho. ¿Hablas algún otro idioma?

      –Francés.

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