Tres flores de invierno. Sarah Morgan

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Tres flores de invierno - Sarah Morgan Top Novel

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que Jason adaptara su agenda y pudiera salir de trabajar antes un par de días a la semana. Había contado con que estuviera allí con las niñas. Pero parecía que él había planeado su futuro y olvidado el de ella.

      —Para mí ha sido una sorpresa, aunque buena, evidentemente —él hundió el tenedor en el arroz—, y me ha hecho pensar en ti. En nosotros, en nuestro futuro.

      La vaga sensación de resentimiento de Beth desapareció, reemplazada por algo mucho más cálido.

      —Yo también he pensado en nosotros —dijo. Tomó un sorbo de vino—. Hay algo que tengo que decirte y quiero que me escuches antes de hablar. Lo hablamos hace tiempo, pero no últimamente —Beth sentía nervios aleteando en el estómago. No sabía cómo iba a reaccionar él.

      —Alto ahí —Jason extendió el brazo y le tomó una mano—. Sé lo que vas a decir.

      —¿Lo sabes?

      —Sí. No me pareció que valiera la pena mencionarlo antes porque las niñas eran pequeñas y daban mucho trabajo, pero ahora son más mayores y tú tienes más tiempo.

      A ella no se le había ocurrido que fuera a ser tan fácil.

      —¿Tú también has pensado en ello? —preguntó.

      —Es el momento perfecto para nuestra familia —él volvió a su comida—. Por cierto, esto está delicioso. Eres una gran cocinera. La verdad es que eres fantástica en casi todo.

      Beth lo miró. ¿Se daba cuenta de lo que entrañaría eso?

      —Si lo hacemos, yo tendría mucha más presión —dijo—. He pensado que tu madre podría ayudarnos. Y tú tendrías que contribuir más. ¿No te importa?

      —Somos un equipo, Beth. Y por supuesto que mi madre ayudará. No podrías impedírselo aunque quisieras. Estará tan encantada como yo —él se sirvió más arroz—. Nunca hay un momento perfecto para estas cosas, pero este es tan bueno como cualquier otro. Vamos a hacerlo.

      Ella sintió una oleada de euforia.

      Tendría que haber hablado con él antes. Tendría que haberle dicho que se sentía sola y que temía estar perdiendo lentamente la habilidad y la autoestima. La conmovía que él se hubiera dado cuenta de que necesitaba algo más.

      —¿Cómo encajará esto en tu ascenso? —preguntó.

      —Sam sabe lo que hay. Soy padre. A veces tengo que estar con mi familia. Puedo hacer malabares entre el trabajo y el hogar. Llevo años haciéndolo. Es una de las razones por las que no me iría de esta empresa. Tiene en cuenta eso.

      ¿«Hacer malabares» era la expresión correcta? Beth sabía que, si ella trabajaba también, tendrían que hacer más malabarismo que un artista de circo.

      —Será un gran cambio para nuestra familia, pero sé que podemos hacer que funcione. Estoy ilusionada.

      —Yo también. Te quiero, preciosa.

      —Yo también te quiero —los ojos de ella se llenaron de lágrimas. ¡Qué suerte tenía de estar casada con él!—. ¿Crees que las niñas lo aceptarán bien? Me siento culpable —estaba desesperada por oír que no era una mala madre—. Me preocupa que piensen que no son bastante para mí.

      —A las niñas les vendrá genial. Tendrán que compartirte un poco más —él tomó la copa de vino y se encogió de hombros—. Importa la calidad, no la cantidad, ¿no?

      Beth se movió en su asiento.

      ¿Las niñas tenían calidad?

      Había días en los que le parecía que lo máximo que conseguía era que no se descontrolara todo, pero en ese momento estaba demasiado eufórica para embarcarse en una sesión de autoflagelación maternal.

      Jason se levantó y recogió los platos. Ella lo siguió a la cocina y tomó el postre.

      ¿Sería demasiado tarde para llamar a Kelly esa noche?

      —Tengo que organizar una hora para ir a verlos. ¿Hay un día de esta semana en el que puedas trabajar desde casa?

      Él amontonó los platos en la encimera, al lado del lavavajillas.

      —¿Ir a ver a quién?

      —Al equipo —Beth llevó el postre a la mesa.

      En lugar de la tarta calórica que había planeado hacer para Hannah, había asado ciruelas con ron y azúcar marrón. Normalmente tenía cuidado con los postres, pero había conseguido convencerse de que aquello era fruta.

      —¿Quieres ver a alguien antes de quedarte embarazada? —Jason volvió a sentarse—. ¿Eso es normal?

      Beth lo miró fijamente.

      —¿Qué?

      Jason sirvió ciruelas en los cuencos blancos que les había regalado su madre la Navidad anterior.

      —Supongo que no viene mal que te revise un médico. Pareces bastante cansada. Quizá tengas algo de anemia. Pero, si vas a ver a alguien, quiero acompañarte. Quiero estar a tu lado —empujó uno de los cuencos hacia ella—. ¿No vas a comer tú? ¿O has dejado ya el alcohol?

      Beth tenía la sensación de que se hubiera precipitado al vacío. Su estómago caía en picado y le daba vueltas la cabeza.

      —¿Embarazada? ¿De qué estás hablando tú?

      Jason se quedó inmóvil, con la cuchara suspendida en el aire.

      —De tener otro hijo. ¿De qué hablabas tú?

      —De trabajar —repuso ella.

      Tenía la garganta seca. La situación podría haber sido cómica, pero nunca había tenido menos ganas de reír. ¿Otro bebé? Solo de pensarlo sentía pánico.

      Hubo un silencio largo y pesado.

      —¿Trabajar? —preguntó él.

      Beth se sentó en el borde de la silla.

      —Sí. De eso quería hablarte. De hecho, pensaba que estábamos hablando de eso.

      La cuchara cayó sobre el plato con las ciruelas y salpicó ron y zumo. Ninguno de los dos se dio cuenta.

      —Creía que estábamos hablando de aumentar la familia. De tener más hijos.

      —Jason, lo último que quiero en la vida son más niños. ¿Cómo has podido pensar que sería una buena idea? —Beth estaba casi hiperventilando, y Jason parecía tan atónito como se sentía ella, aunque seguramente por distintas razones.

      —Pero adoramos a las niñas —dijo. Parecía desconcertado.

      —Pues claro que sí. No digo que no quiera a las niñas. Digo que no puedo con más.

      —No te subestimes. Tú eres increíble. Mira esto —él señaló la mesa y la cocina—. Has estado todo el día con ellas y has conseguido

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