Tres flores de invierno. Sarah Morgan

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Tres flores de invierno - Sarah Morgan Top Novel

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se apretó contra su pierna, más reservada que su hermana. Jason dejó a Ruby en el suelo y alzó a su hija mayor.

      —¿Cómo está mi otra chica?

      Melly apoyó la cabeza en su hombro.

      —Ruby siempre me dice lo que tengo que hacer.

      Jason se echó a reír.

      —Tiene grandes cualidades de liderazgo, ¿verdad, Ruby? Y tú también.

      —A mí no me gusta gritar.

      —El liderazgo no tiene nada que ver con gritar, cariño —él le acarició el pelo—. Un día tendrás un trabajo muy importante y todo el mundo te escuchará. No hará falta que grites.

      A Beth le gustaba mucho que él jamás favorecía a una niña más que a otra. Le gustaba cómo trataba a las niñas, aunque sabía que él lo tenía más fácil. Comparando la crianza de las niñas con una comida, se podía decir que Jason iba directo al postre, saltándose todos los demás platos, incluidas las verduras. Se saltaba las pataletas, las peleas por no comer y las discusiones interminables. También desconocía el tipo de soledad que se producía por estar solo en casa con niños pequeños. Aunque ella no estaba sola, claro que no. Con dos niñas, casi nunca lo estaba. Pero eso no le impedía sentirse sola. Había descubierto que era un concepto imposible de explicar a la gente que no se encontraba en la misma situación.

      —Si quieres acostarlas, yo terminaré la cena —dijo.

      —Papá. ¿Nos lees un cuento?

      —Sí —Jason captó la mirada de Beth—. ¿Por qué me miras así? ¿Qué he hecho?

      —Ya les he leído dos cuentos antes y las he acostado. Necesitan dormir —contestó su esposa.

      Además, había estado todo el día con ellas y estaba lista para sentarse con una copa de vino. Se sentía idiotizada, lo cual probablemente tenía sentido porque su cerebro últimamente hacía poco ejercicio.

      Jason frunció el ceño.

      —Un cuento no hará daño, ¿no crees? No las he visto en todo el día.

      Tres pares de ojos la miraron esperanzados. Ella sabía que debía decir que no.

      —Necesitan una rutina, Jason.

      —Lo sé, pero solo por esta vez —él se adelantó a besarla, lo que básicamente significaba que ella ya no tenía nada más que decir, y luego extendió los brazos a las niñas y las llevó de vuelta a la cama.

      En el dormitorio se oyó la voz de Ruby.

      —Papá, ¿puedo dormir con mi camión de bomberos nuevo?

      Beth entró en la cocina e inspeccionó la cazuela que tenía al horno. Removió, añadió sal e inhaló el olor a canela y especias que salía del plato de invierno. Era una de las recetas de su madre y le recordaba a su casa.

      Adoraba esa época del año. Los días previos a las Navidades le resultaban casi tan seductores como las fiestas en sí. Le encantaba mirar los escaparates brillantemente iluminados, patinar sobre hielo en Central Park e ir a ver encender las luces en el árbol de Navidad del Rockefeller Center. El año anterior habían llevado a las niñas a ver El cascanueces, interpretado por el Ballet de la Ciudad de Nueva York. Por una vez, Ruby había dejado de retorcerse en el asiento, hipnotizada por los giros de los bailarines en el escenario. Melly se había mostrado encantada, inmersa en el mundo de las Hadas de Azúcar y los copos de nieve brillantes, con todas sus fantasías de princesa haciéndose realidad al son de la música romántica de Tchaikovsky.

      Hasta Jason, que antes había declarado que prefería estar desnudo en Times Square a ir al ballet, había acabado por confesar que había sido una velada mágica. Lo que quería decir, claro, era que había sido mágico ver las caras de sus hijas.

      —Me encantan estos momentos —había dicho, cuando caminaban por las calles nevadas hasta un pequeño bistró con ventanas brumosas y guirnaldas de luces, bañado en una atmósfera tan navideña que Ruby había preguntado si Santa Claus llegaría pronto.

      Beth adoraba también esos momentos, pero la diferencia era que Jason «solo» tenía esos momentos.

      Tenía la versión animada, limpia y de fantasía de la crianza de las niñas.

      Ella tenía la realidad.

      ¿Hacía mal en querer más?

      Cuando volvió Jason, ella había puesto la mesa y calentado los platos.

      —Crecen muy deprisa —él se había duchado y cambiado de ropa. Con vaqueros y un suéter negro, parecía más joven. Menos el creativo ambicioso y más el hombre con el que ella se había casado—. Huele muy bien. ¿Qué vamos a cenar?

      —Cordero. Lo iba a preparar mañana para Hannah, pero como no va a venir… —Beth se encogió de hombros y tomó uno de los platos.

      —Hannah se lo pierde y yo lo gano —dijo él.

      Beth sirvió arroz en el plato, añadió una porción generosa de la cazuela y se lo pasó. No quería pensar en Hannah.

      —¿Qué tal tu día? —preguntó—. ¿Cómo ha ido la presentación? —reprimió sus noticias, aguardando el momento oportuno.

      —Muy bien —él espero a que ella terminara de servirse y tomó el tenedor—. Hoy me ha llamado Sam a su despacho.

      Sam era su jefe.

      —¿Y qué quería?

      —Conrad Bennett se marcha.

      —¿Se marcha? —Beth jugueteaba con su tenedor. No porque no le interesara hablar del trabajo de él, sino porque solo podía pensar en la llamada de teléfono que había tenido ese día—. Pero es el director jefe de creativos. ¿Por qué se marcha?

      —Va a montar su propia agencia, y ya sabes lo que significa eso.

      —¿Te va a llevar con él?

      —No. Mejor que eso —Jason alzó su copa de vino a modo de brindis—. Me han ofrecido su puesto.

      Beth soltó un gritito.

      —¿Te han ascendido?

      Ignoró la vocecita que gritaba en su interior que esa conversación tenía que versar sobre la carrera de ella, no la de Jason.

      —En el último año, he conseguido más clientes que ningún otro miembro de la agencia.

      Beth se preguntó qué implicaría ese ascenso para ella y se sintió culpable por ser egoísta.

      —Director jefe de creativos. Estoy orgullosa de ti —dijo.

      Y lo estaba. ¿Tenía algo de malo que también sintiera un poco de envidia?

      Los ojos de él brillaban de excitación.

      —Sí. Es el mejor regalo de Navidad que podía esperar. Y hablando

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