Tres flores de invierno. Sarah Morgan

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Tres flores de invierno - Sarah Morgan Top Novel

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      Él la miró con expresión dolida.

      —No sabía que las niñas y yo entrábamos en la categoría de «trajín doméstico».

      Beth no sabía cómo se había estropeado aquella conversación tan deprisa.

      Era como ver deshacerse un carrete de hilo, sabiendo que no se podía hacer nada por pararlo.

      —Es duro estar en casa con las niñas todo el tiempo, Jason.

      —Sé que trabajas mucho —él tenía la mandíbula apretada. Rígida. Como hacía siempre que tenían conversaciones difíciles—. Los dos trabajamos duro.

      —Esto no es una competición. No se trata de ver quién trabaja más. La diferencia es que tú haces lo que te gusta mientras que yo estoy perdiendo todas las facultades que tenía.

      Él se levantó con tanta brusquedad, que la silla cayó al suelo.

      Beth se incorporó al instante.

      —Vas a despertar a las niñas y llevará siglos volver a calmarlas.

      —Y eso sería muy malo, ¿verdad? —dijo él—. ¿Porque ya te has cansado bastante de ellas por hoy?

      La injusticia de sus palabras molestó a Beth. Sabía que no conseguía explicar bien lo que sentía, pero también sabía que él no la escuchaba. Pensaba en sus sentimientos, no en los de ella.

      —Quiero a las niñas y lo sabes —dijo.

      —Hablamos de tener tres niños. Quizá incluso cuatro —replicó él.

      —Eso fue antes de que tuviéramos ninguno. Entonces no sabía cuánta parte de mí se tragarían.

      —¿Se tragarían? Hablas como si fueran monstruos.

      —¡No! —¿cómo podía hacérselo entender? Aunque cambiara las frases, él no parecía oírla. O quizá no quería oírla. No quería que su mundo cambiara—. Me encanta estar con ellas, pero he estado con ellas todos los días de los últimos siete años y ahora estoy lista para algo más. No puedo ser solo un apéndice de todos los demás de esta familia.

      Jason levantó la silla y volvió a sentarse.

      —Dijiste que era eso lo que querías.

      —Cuando me quedé embarazada la primera vez sí —Beth pensó en los primeros pasos de Melly y en la primera vez que Ruby le había sonreído—. No me lo habría perdido por nada en el mundo. Sé que tengo suerte de haber podido quedarme en casa los primeros años, pero las cosas cambian.

      —La familia siempre ha sido tu prioridad —él se frotó la frente con los dedos—. ¡Eras tan pequeña cuando perdiste a tus padres!

      —No quiero hablar de eso.

      —Lo sé. Nadie de tu familia habla de ello, pero es relevante, Beth.

      —Lo que ocurrió hace veinticinco años no tiene ninguna relevancia en mi vida actual —contestó ella.

      Intentó no pensar en el mensaje que había borrado en su teléfono. ¿Habría tenido Hannah la misma llamada? Podría habérselo preguntado, pero no era capaz de abordar ese tema con su hermana. Ni Hannah si Suzanne querían hablar del accidente y eso era algo que ella entendía.

      Había echado un vistazo a los recortes de noticias de la época y había sido como si viviera el trauma por primera vez.

      Había una noticia especialmente perturbadora, de Suzanne acosada por la prensa.

      Había alterado tanto a Beth, que no había sido capaz de volver a leerla.

      Sin duda, Hannah tenía recuerdos propios de entonces, pero, a la hora de arrancar cosas del pasado que no le gustaban, era como un cirujano con bisturí. Cortaba y suturaba la herida.

      Beth la enterraba y soportaba algún dolor ocasional, pero ella había sido más joven que Hannah.

      —Soy aburrida, Jason. Soy una persona aburrida. La última vez que vi a mi hermana y hablaba de volar aquí, allá y a todas partes, ¿qué contribuí yo a la conversación?

      —Espera… ¿Esto es por Hannah? ¿Puedo saber qué te ha dicho?

      —Nada —Beth volvió a sentarse—. Esto no tiene nada que ver con Hannah.

      —Si te ha hecho sentirte inferior…

      —No me ha hecho sentirme inferior. Eso lo hago perfectamente yo sola.

      —¿Quieres la vida de Hannah? —en la mejilla de él se movió un músculo—. ¿Quieres su vida libre de niños y de compromisos? Una vida, por cierto, que tú has dicho que te parece fría y solitaria.

      —No quiero su vida —contestó Beth.

      Aunque era cierto que había cosas de la vida de su hermana que le gustaban. Los viajes en primera clase y la interacción con los adultos, el respeto de sus colegas y el hecho de poder ir y venir sin tener que pensar en canguros.

      Pero no envidiaba el aislamiento de la vida de Hannah.

      Su hermana se había encerrado en sí misma. No quería contactos íntimos.

      No siempre había sido así, claro.

      En otro tiempo, las tres hermanas habían estado muy unidas. Tanto, que su madre no se molestaba en invitar amigas a jugar porque las tres se bastaban de sobra.

      Hacía tantos años de eso, que Beth casi no podía recordar aquellos días. Alguna que otra vez, su mente se trasladaba allí y, junto con los pensamientos, llegaban recuerdos de risas y cariño, de juegos, de peleas sin consecuencias y reconciliaciones. De infancia.

      Sintió una punzada de culpa por haberse mostrado cortante con su hermana ese día.

      En cuanto volviera de su viaje, la llamaría y enmendaría eso. Compraría un regalo a su madre de parte de las dos. Quedarían en un restaurante, o donde Hannah quisiera. Beth no quería perder la pequeña conexión que tenía con ella. La familia contaba.

      Pero ese no era momento de preocuparse por su hermana. Tenía preocupaciones propias.

      —Yo soy hijo único —dijo Jason—. Y nunca he querido eso para nuestras hijas.

      —Por eso tuvimos a Ruby —contestó ella.

      Siempre había sabido lo desesperadamente que Jason deseaba hijos. En cuanto Melly había empezado a dormir toda la noche seguida, había sacado el tema de tener otro bebé. Estaba decidido a que Melly tuviera alguien con quien jugar y con quien contar más tarde en la vida.

      Beth, que había tenido altibajos con Hannah, no estaba segura de que los hermanos fueran una garantía de apoyo y amistad, pero tampoco quería tener una hija única, así que había intentado olvidar el trauma de su primer parto. Después de todo, los primeros eran los peores, ¿no? Y, cuando Melly tenía tres años, se había vuelto a quedar embarazada.

      Ruby había nacido con

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