Tres flores de invierno. Sarah Morgan

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Tres flores de invierno - Sarah Morgan Top Novel

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se le daba bien tener niños y eso no era algo que se pudiera perfeccionar con la práctica. La mera idea de volver a pasar por eso la llenaba de angustia.

      —Siento cómo desaparece mi autoestima, Jason. Si no vuelvo a trabajar pronto, ya no podré hacerlo nunca.

      Tal vez fuera ya demasiado tarde. Se preguntó si sería muy difícil volver a colocarse en modo trabajo. ¿Podría proyectar una confianza que no sentía? ¿Y si no le ofrecían el puesto? ¿Era lo bastante fuerte emocionalmente para soportar el rechazo?

      —Quiero esto y es un buen momento para hacerlo —dijo—. Melly está en primero ya y Ruby va a preescolar tres mañanas a la semana.

      —Pero tú las llevas y las recoges. Vais a actividades. ¿Quién hará eso?

      Habían llegado a la parte de los «malabares».

      —He pensado que tú podrías salir pronto un par de días a la semana y que Alison puede ayudarnos.

      —Estoy seguro de que mi madre ayudará, pero yo tengo un empleo. No tiene sentido económico que renuncie a él para que tú puedas volver a trabajar.

      —No te pido que lo dejes. Quizá sí que sea un poco más flexible. Esto no es una cuestión económica, se trata de mi cordura. Estoy perdida, Jason. Ya no sé quién soy. Y me siento sola.

      —Siempre te quejas de que no tienes ni cinco minutos para ti misma. De que no puedes ni ir al baño sin que Melly llame a la puerta o Ruby haga una trastada. Tienes a las chicas. ¿Cómo es posible que te sientas sola?

      Ella sintió una oleada de desesperación, seguida de otra emoción que no reconoció.

      —Quiero verlos, Jason. Quiero saber más del trabajo.

      —¿A quién quieres ver? No me has dicho nada.

      Beth respiró hondo.

      —Corinna ha montado una compañía propia.

      —¿Corinna? —preguntó él, incrédulo—. ¿Esa es la misma Corinna que te amargaba la vida cuando trabajabas para ella?

      —No me amargaba la vida.

      —¿No? Estabas enferma de estrés. Despidió a tres empleados en los seis meses previos a tu marcha.

      —Era una época de mucho trabajo. Estábamos todos muy presionados.

      —Y Corinna era la fuente de esa presión. Te llamaba a las tres de la mañana y te gritaba. No había ni un solo momento del día en el que respetara tu intimidad. Si buscas una hermandad y mujeres que se apoyen unas a otras, no la vas a encontrar en una compañía en la que esté ella. No te va a tratar distinto porque tengas hijas, Beth.

      —Yo no querría que lo hiciera.

      Jason la observó un momento.

      —Muy bien. Ve a hablar con ellos. Habla con Corinna. Avísame cuándo irás y me ocuparé de las niñas.

      Beth se relajó un poco.

      —¿Lo harás de verdad?

      —Sí. Cuando recuerdes cómo es Corinna, seguramente decidirás que prefieres estar en casa con las niñas.

      Jason pensaba que no iba a conseguir el trabajo.

      Hasta su marido creía que ya no tenía nada que ofrecer.

      ¿Qué indicaba eso de él?

      ¿Y qué decía de ella?

      Decía que tenía que conseguir ese empleo a toda costa, aunque solo fuera para probar que podía.

      Capítulo 6

      Suzanne

      —¿Puedes colgar esas luces un poco más arriba? —Suzanne entrecerró los ojos—. Están muy bajas.

      Stewart subió un peldaño más de la escalera y alzó la guirnalda de estrellas.

      —¿Aquí?

      —Demasiado altas —dijo Suzanne, pensando que su marido era muy paciente.

      Él suspiró.

      —Suzy…

      O quizá no fuera tan paciente.

      —Un pelín más abajo —ella lo miró bajarlas—. Perfecto. ¿No te encantan?

      —Las guirnaldas de luces son lo primero de mi lista de Navidad. Si Santa Claus no trae diez juegos por lo menos, me echaré a llorar como un bebé.

      —El sarcasmo no te pega. Por otra parte, ahora que sé lo que quieres, le pediré a Santa Claus que devuelva el regalo perfecto que te ha comprado y lo cambie por guirnaldas de luces.

      —No lo hagas —él la miró con ojos muy abiertos por el pánico—. Sé que eres capaz.

      —¿Vas a colgar esas luces sin quejarte?

      Stewart aseguró la cuerda de luces con un cuidado exagerado.

      —Ten compasión. Soy un hombre. No puedo ilusionarme con guirnaldas de luces, tengan la forma que tengan. Están en el mismo apartado que los cojines decorativos. En otras palabras, algo que no cumple ninguna función.

      —¿Tú crees? —Suzanne apretó el interruptor y las estrellas brillaron con una luz blanca—. Son bonitas. Vamos a colgar otra guirnalda encima de la chimenea.

      Crear confort estaba en la base de todo lo que hacía, desde preparar buena comida en el café a tejer jerséis. Casi como si en cierto modo quisiera borrar la frialdad y soledad que había sentido en su primera infancia. No había tenido a nadie que la cuidara, así que había tenido que cuidarse sola. Tenía miedo de la oscuridad, pero no podía contar con luces nocturnas. Por eso de mayor había hecho lo posible por equilibrar eso. Luces cálidas, cojines blandos, familia… Todo lo que no había tenido antes y que tenía ahora en abundancia.

      —¿Otra tira? —Stewart se bajó de la escalera—. ¿Cuántas tienes?

      —Diez. Las compré para el café y me han sobrado estas. Por otra parte, quizá encima de la chimenea queden mejor velas —Suzanne dobló una colcha en la base de la cama y añadió unos cojines—. No digas nada.

      Stewart miró los cojines.

      —Mis labios están sellados, pero solo porque soy un superficial y me importa mi regalo de Navidad.

      —Le pedí a Posy que trajera troncos largos para la cesta. Así podremos encender fuego cuando venga. No quiero que Hannah pase frío.

      —Vive en Nueva York. ¿Tienes alguna idea del frío que hace en Nueva York en invierno?

      —Hay una diferencia entre Manhattan y las Highlands escocesas.

      —Por eso vivimos en las Highlands.

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