Un novio prestado. Barbara Hannay

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Un novio prestado - Barbara Hannay Jazmín

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a venir el próximo miércoles a las cinco y media –le dijo Maddy a Rick a finales de la siguiente semana–. ¡Ah! Y te he traído un poco de pollo a la cazadora.

      –¿Puedes explicarme de qué hablas? –preguntó Rick, al ver que era ella la que había llamado a su puerta, algo confuso.

      –Lo siento –se disculpó Maddy–. Déjame que empiece por el principio–. En primer lugar, ¿cómo está Sam?

      –Está evolucionando mejor de lo que se esperaba.

      –¡Estupendo! Siempre me había imaginado que nadie mejora más allá de las expectativas del médico.

      –Supongo que tienes razón –respondió Rick, más tranquilo, con una maravillosa sonrisa en los labios.

      –En segundo lugar, he preparado un guisado de pollo para mi hermano Andy y te he traído un poco.

      –Eres muy amable –dijo Rick, aceptando el plato.

      –Pero lo mejor es que… Byron y Cynthia han concertado una cita conmigo para consultarme sobre las flores.

      –Bien. Entonces eso significa que aceptas su encargo.

      –Eso es. Y me siento muy preparada para recibirlos. O al menos, así será cuando haya terminado de organizarlo todo.

      –Yo no me molestaría mucho si fuera tú. Por lo que me has dicho, no se merecen ningún extra.

      –No, pero yo sí.

      –¿Qué quieres decir?

      –Todo lo que pienso preparar es para mí. Necesito levantarme la moral para poder enfrentarme a ellos con la cabeza bien alta.

      –¿Qué es lo que has pensado?

      –Necesito investigar un poco.

      –Vuelvo a estar perdido.

      –Necesito tu ayuda. En realidad, lo que necesito es echarle un vistazo a tu piso.

      –Ni hablar.

      –Lo siento, pero es importante. Necesito ver cómo vive un hombre –insistió ella. Rick se quedó tan sorprendido que Maddy pensó que iba a dejar caer el pollo al suelo–. Cuando Byron y Cynthia vengan a mi piso, tengo que pretender que tengo un nuevo novio y que vive conmigo ¿te acuerdas? El otro día en la tienda le dije a Cynthia que él se iba a mudar conmigo.

      –¿Y vas a utilizar ese subterfugio para darte moral?

      –Bueno, sí. No podría soportar que Cynthia descubriera que es mentira. Y Byron y Cynthia se creerán mucho más que no estoy celosa si tengo un hombre viviendo en casa, ¿no te parece?

      –Supongo que sí. Pero, ¿qué tiene que ver mi piso con todo esto?

      –Oh, Rick, por favor, déjame pasar y te lo explicaré. Después de todo, tú te presentaste el otro día en mi piso sin avisar. Además, todo vale en el amor y la guerra.

      –No te puedo prometer que mi casa te impresione mucho –dijo él, encogiéndose de hombros para dejarla pasar.

      –No espero sentirme impresionada –dijo Maddy, sonriendo triunfantemente al entrar en el salón–. Tengo dos hermanos y sus dormitorios siempre han estado como un campo de batalla. Pero no estaba segura si ese detalle era típico de todos los hombres.

      –Entonces, ¿nunca has estado en el apartamento de otro hombre?

      –No, y mucho menos en el de un hombre que vive solo –confesó ella.

      –Pero seguro que habrás tenido novios…

      –En la universidad, yo vivía en una residencia, como la mayoría de los chicos con los que salí. Alguna vez vi sus dormitorios pero no es lo mismo.

      –¿Y Drácula? ¿Cómo dijiste que se llama?

      –Byron. Él vive con su madre y ella se ocupa de todas sus cosas.

      –Casi me da pena de Cynthia –respondió él, con una sonrisa.

      –Sí, tal vez se lleve un par de sorpresas.

      –Y tal vez tú te hayas librado de una buena.

      –Tal vez…

      Para cuando él terminó de enseñarle el piso, Maddy estaba de lo más sorprendida. El piso estaba muy ordenado, aunque esta no era la palabra exacta. Era de una austeridad espartana.

      –¡Pero si tu piso está casi vacío!

      –Te doy la bienvenida a la perfección masculina –exclamó él, riendo–. Bueno, en realidad, esto es solo temporal. Esta no es mi casa. En realidad, ya no tengo casa. Nunca he estado en un lugar durante mucho tiempo. Me fue imposible conseguir un apartamento amueblado cerca del hospital solo durante unas pocas semanas y no quería gastar dinero en comprar demasiados muebles que luego me resultarían innecesarios –añadió, dejando el pollo en la cocina–. Entonces, señorita Delancy, ¿qué quiere usted saber sobre las viviendas masculinas?

      –Bueno, la otra noche dijiste que no había rastro de un hombre en mi piso así que quiero que me ayudes a hacer que parezca que vive uno en mi piso. Tal vez poniendo una sudadera en el sofá o cosas para el afeitado en el cuarto de baño…

      –¿En el cuarto de baño? ¿Crees que te tienes que preocupar de tanto detalle?

      –Claro. Estoy segura de que Cynthia es el tipo de mujer que mira en el armario del cuarto de baño cada vez que va de visita. Y si tuviera tiempo, estoy segura de que también miraría en el dormitorio.

      –¿Y qué esperaría encontrar allí?

      –Supongo que un par de pijamas –dijo Maddy, sonrojándose–. No tendrás un par de sobra, ¿verdad?

      –¿Para que los metas debajo de la almohada y dejes asomar un poco de tela?

      –Algo por el estilo.

      –Lo siento. No uso. En eso sí que no te puedo ayudar.

      –Oh… –comentó Maddy, sin poder evitar imaginarse a Rick desnudo entre las sábanas.

      –Ya te voy entendiendo. ¿Te apetece un poco de café? ¿Una cerveza?

      –Café, por favor.

      –Me temo que solo tengo café soluble.

      –No importa –respondió ella, mientras él lo preparaba todo rápidamente.

      –Siéntate. Ya veremos si te puedo ayudar con algunos consejos útiles –dijo él, acompañándola al salón.

      Allí solo había una silla de director, algo raída, por lo que Rick se sentó en la alfombra.

      –Yo también me sentaré en la alfombra –dijo Maddy–. Si no, estaré demasiado alta.

      Entonces, Maddy recordó que llevaba una

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