Un novio prestado. Barbara Hannay

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Un novio prestado - Barbara Hannay Jazmín

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te parecen unos palos de golf?

      –¿Palos de golf? ¿Quieres que los ponga en algún rincón, bien visibles?

      –Me parece que eso impresionaría bastante a Byron.

      –Probablemente, si de verdad son de buena calidad pero no sé dónde podría conseguirlos.

      –Tal vez yo te pueda ayudar en eso.

      –¿Juegas al golf?

      –No, nunca he tenido tiempo para aprender la técnica necesaria. En lo que a mí se refiere, el golf es como darse un paseo con interrupciones. Sin embargo, tengo un par de amigos que se vuelven locos por el golf. Estoy seguro de que nos podrán ayudar.

      –Eso sería estupendo. Gracias. ¿Se te ocurre alguna otra cosa?

      –Bueno, hay algo evidente.

      –¿El qué?

      –La tapa del retrete tiene que estar levantada.

      –¡Claro! Eso se me debería haber ocurrido a mí después de vivir con dos hermanos durante diecisiete años.

      –Creo que también deberías poner revistas de hombres por el salón. Eso, si puedes desordenar durante unas horas ese remanso de limpieza que es tu piso.

      –Sí, es una buena idea. ¿Qué clase de revistas crees que son las más adecuadas?

      –Cualquier cosa, desde la caza o la pesca, motocicletas de colección… Me imagino que depende de este novio tuyo… Por cierto, Maddy, ¿cuál es tu ideal de hombre perfecto?

      –No sé –respondió ella, algo reacia a discutir ese tipo de cosas con él–. Tendrá que ser perfecto, claro. El tipo de hombre que haría que una mujer perdiera la cabeza.

      –Adelante, descríbelo.

      –Bueno… tendrá que ser atlético, deportista… –empezó, algo tímida. Él sonreía, por lo que Maddy decidió ponerle en su sitio–. Y que vista bien –añadió, al ver que él llevaba el mismo chándal que cuando le había llevado los lirios, mirándolo con deliberación–. Que gane un sueldo decente, que no tenga miedo de ponerse a cocinar… Y que sea divertido, considerado y romántico.

      –Eso no es ningún problema. A mí me parece que estás describiendo al típico hombre australiano pero, para que yo me aclare, ¿puedes concretar un poco más en eso de «romántico»?

      A Maddy le pareció que aquella charla se estaba haciendo más íntima de lo necesaria y no quería responder a aquella pregunta. Cuando Byron le había sorprendido con entradas para el ballet, se había alegrado para luego descubrir que eran las que su madre no había querido. Y las flores no significaban nada especial para ella. Sin embargo, en aquel momento, se estaba sintiendo muy romántica tomando café sentada en el suelo.

      –Supongo que depende del hombre, pero podría ser cualquier cosa. Tal vez escribir un poema o canciones de amor, o una cena a la luz de las velas en un recóndito balcón… Supongo que depende de su imaginación, o en este caso, de la mía.

      –La imaginación puede ser muy peligrosa, Maddy –comentó él, cono si estuviera leyéndole el pensamiento. Maddy no pudo evitar sonrojarse–. Bueno, veamos si lo he comprendido bien. Poemas de amor y cenas a la luz de las velas… en, ¿cómo dijiste? ¿Balcones muy recónditos?

      –No tiene por qué haber poesía.

      –¿Y qué más tenías en la lista? ¿Canciones? No hay muchos hombres que suenen románticos cuando intentan cantar. Entiendo que los balcones tengan que ser recónditos y sé que los hombres poetas siempre han tenido mucho éxito pero me sorprende que no hayas mencionado los músculos, la fuerza y los ojos soñadores. ¿Es que esas cosas no te gustan, Maddy?

      –Yo no diría eso –tartamudeó Maddy–. Pero los hombres guapos no son siempre románticos. Los hombres románticos son considerados.

      –Así que este Byron, ¿era así de romántico para ti? ¿Te escribía poesías y te invitaba a cenar en rincones reservados?

      Maddy bebió un sorbo de café, que estaba frío y sabía fatal, pero que al menos le ayudó a ocultar su confusión. No podía recordar ningún gesto romántico de Byron. Últimamente habían ido a cenar con frecuencia, pero siempre con la pandilla. Y pasaba noches en el apartamento de Maddy…

      –No creo que las técnicas románticas de Byron sean asunto tuyo –le espetó ella–. Tenemos que atenernos a lo práctico. ¿Te importaría si tomara prestado tus cosas de afeitar durante una hora más o menos el próximo miércoles? –preguntó ella, con voz temblorosa–. También me vendría bien un desodorante de hombre.

      –Supongo que no habrá ningún problema si es por poco tiempo.

      –Gracias Rick. ¿No tendrás una camiseta de fútbol?

      –Lo siento, no, pero tengo una de mi club de regatas si te sirve de algo.

      –¿De regatas? Sí, por favor. Estoy segura de que eso le impresionará mucho a Cynthia.

      –¿Quieres también una foto? Gracias a Sam, tengo unas cuantas a mano. Te podría poner una dedicatoria. A mi querida Maddy. Por ejemplo.

      –No, no estoy segura de eso –respondió ella, sintiéndose más afectada de lo que quería reconocer por aquellas palabras.

      –Pues yo creo que le daría autenticidad al asunto –insistió él.

      –Sí, supongo que sí.

      –A mí me da igual. No me importa lo que hagas con ella después. Si quieres, la puedes quemar cuando hayas acabado –afirmó él. Ella se recordó una y mil veces que aquella foto no significaba nada. Y también se dio cuenta de que había tardado mucho en contestar cuando él se puso en pie de un salto–. Bueno, pensándolo bien, mi foto no sería una buena idea.

      –¿Cómo? –preguntó Maddy intentando ocultar su desilusión.

      –Supongo que no te gustaría que esto se complicara demasiado y las cosas podrían ponerse algo feas si Byron me reconociera.

      A Maddy no le parecía muy probable que Byron viera los documentales en los que trabajaba Rick. Además, ella se dio cuenta de que tal vez Rick Lawson no quería que su imagen pública se mezclara con los asuntos privados de Maddy más de lo necesario. Él tenía una novia en el hospital.

      –Entonces, dejamos lo de la foto –dijo ella, poniéndose de pie–. Intentaré pensar en algo más pero creo que ya tenemos suficiente.

      De repente, tuvo el impulso de ponerse de puntillas para darle un beso en la mejilla, tal y como solía hacer con sus hermanos. Sin embargo, se detuvo. Algo le dijo que un beso a Rick, aunque fuera en la mejilla, no tendría nada que ver con besar a un hermano.

      –Gracias por tu ayuda, Rick –añadió Maddy.

      –El placer es todo mío –respondió él con voz ronca.

      Rick había vuelto a su habitual modo de comportarse, brusco y gruñón. Sin embargo, Maddy no debía permitir que aquello la afectara.

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