La dimensión desconocida de la infancia. Esteban Levin
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La pérdida del equilibrio prefijado origina rítmicamente la alternancia para reescribir un enlace, ligadura que vuelve a causar la aventura por realizar. En Agustín, el ritmo, en su dinámica incesante, articula el lenguaje al cuerpo, fuerza vibrátil que quiebra el sentido fijo, mimético, e instala el devenir de aquello que no puede traducirse sino en una experiencia plástica. En el diagnóstico que realizamos cotidianamente nos alejamos del signo-etiqueta, de la psicopatología, por la potencia sensible del ritmo intempestivo.
Al jugar, el niño crea y cuenta una historia, divide el tiempo; coexisten el pasado, el presente y la posibilidad del futuro. Transforma plásticamente la relación con el mundo que lo rodea, a la vez que crea la historicidad coloreada de espejos. Los colores son los pliegues del tiempo. El espacio fundamentalmente paradojal del jugar en la infancia se corporiza como recuerdo del porvenir ligado a lo actual, donde se metamorfosea la historicidad y se vuelven a mezclar. (7)
Cuando un niño sufre (como en los casos que analizamos), no puede jugar para evocar rítmicamente el pasado: el presente está ahí y pasa. La fuerza del sufrimiento es irrevocable y fractal, absorbe las posibilidades de anudar y hacer red, el movimiento opaca y cristaliza los colores del ritmo hasta alisarlo sin textura y, sin embargo, no deja de ser único y singular.
Nos interrogamos: ¿Es posible introducirnos en el ritmo escénico que nos presenta el niño para pintar con él los colores que lo historicen? ¿Cómo mirar el tiempo en un chico cuyo sufrimiento lo lleva a no poder separarse del cuerpo y reproducir sin atenuantes el rostro opaco del mismo?
Última impresión
Agustín
Detrás,
de lo ojos cegados,
extiende
el gesto.
Hendido,
el lenguaje,
emerge,
en el tumulto feroz,
del
murmullo.
A veces,
la palabra giratoria,
clava el diente,
siente;
el fervor del
deseo.
La memoria,
reverbera en el fuego,
utópicas filigranas,
despiertan,
ráfagas de deseo,
el furtivo,
rumor de una voz,
sobresalta,
la piel
del silencio.
Aprehende,
el albedrío animal
fabula
la rebelión
del instante.
Enredados,
los amarillos
pululan en el rojo,
vacíos anaranjados
salpican las sombras
del verde,
sortilegios
de luz.
Juguetea,
entre sombras,
aladas,
del otro,
del uno.
del nos-otros.
Al filo
del puente,
entreteje jugando
la compasión,
enamorada.
1. La función y el funcionamiento del hijo se sustenta en lo que he denominado El Nombre – del – Hijo articulado a la función paterna y materna. Sobre esta temática véase Levin (2000), Lacan (1998) y Freud (1991).
2. Tal como plantea Fernand Deligni, “La red es un modo de ser” que se inscribe y existe en infinitivo.
3. La vida de la infancia siempre tiene que iluminar o saltear una página, un territorio, para poder recorrer otros, tal como lo explicita Martin Buber en los Cuentos jasídicos. Los primeros maestros: “Preguntaron a Rabí Leví Itzjac ‘¿Por qué no hay primera página en ninguno de los tratados del Talmud babilónico? ¿Por qué cada uno empieza por la segunda?’. Repuso: ‘Por mucho que un hombre pueda aprender, siempre debe recordar que no ha llegado siquiera a la primera página’. La especificidad de la lengua hebrea consiste en una estructura básicamente consonántica; las vocales están en la ausencia. No existe un primer texto, pues leer es creación en acto. Ninguna lectura –como ninguna experiencia lúdica– es idéntica a su predecesora; cada una abre la interrogación y el azar como premisa del pensamiento. Los niños nos enseñan la renovación y revelación de las nuevas preguntas en el lúcido umbral del acontecimiento epifánico de jugar (Ouaknin 1999).
4. Cuando un niño juega aprovecha el azar, lo afirma cada vez que se le presenta la posibilidad. Al decir de Mallarmé: “Una tirada de dados jamás abolirá el azar”. En el clásico juego con los dados, al lanzarlos, el niño asume la probabilidad de todas las combinaciones. Juega la legalidad azarosa de lo posible, aunque sea imposible saber qué números saldrán. Caen los dados, puede tirarlos varias veces hasta que el resultado esté a la vista. El azar, invisible e intangible, juega su juego y se pierde. Nunca perdura como tal, desaparece para repetir la siguiente partida, tal vez en un eterno retorno. Véase Montes (1999), Nadau (2017) y Nietzsche (1995).
5. Meschonnic (2007) nos plantea que en el lenguaje son centrales el ritmo y el desconocimiento: “Lo desconocido es mucho mayor que lo conocido”. Y que “Lo conocido nos impide conocer lo desconocido del lenguaje”.
6. En cuanto al ritmo, Quignard (1998) nos aclara desde la lengua griega cómo él rythmos es espacial, sujeto a los hombres en estructuras sonoras gracias a las cuales se mantienen en pie. No es del orden de lo visible: “El