Mañana no estás. Lee Child

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Mañana no estás - Lee Child

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haberle dedicado ni un pensamiento. En ningún momento. Papeleo y documentación. Toda la información interesante había estado en otro lado.

      Jake se movió en su asiento. Se pasó los dedos por el pelo sin lavar y sujetó las manos sobre las orejas y movió la cabeza hasta completar todo un óvalo, como si estuviera aliviando un poco la rigidez del cuello, o interpretando algún tipo de agitación interna que le estaba haciendo girar en círculos, de vuelta a la cuestión más básica.

      —¿Entonces por qué? —dijo—. ¿Por qué de golpe se disparó antes de llegar adonde estaba yendo?

      Hice una pausa. Los típicos ruidos de cafetería nos envolvían. El chirrido de las zapatillas sobre el linóleo, el tintineo y los rasguños de la vajilla, el sonido de las noticias de la televisión de equipos colgados en lo alto de las paredes, el tilín de la campanita de los pedidos.

      —Estaba infringiendo la ley —dije—. Estaba violando todo tipo de acuerdos y obligaciones profesionales. Y debe de haber sospechado algún tipo de vigilancia. Quizás incluso le habían avisado. Así que estaba tensa, desde el mismo momento en que se subió al coche. Durante todo el viaje había estado mirando si aparecían luces rojas en el espejo. Cada policía en cada peaje era una amenaza potencial. Cada sujeto vestido de traje que veía podría haber sido un agente federal. Y en el metro, cualquiera de nosotros podría haber estado preparándose para detenerla.

      Jake no respondió.

      —Y después yo me aproximé a ella —dije.

      —¿Y?

      —Se trastornó. Pensó que yo estaba por arrestarla. Ahí mismo, el juego había terminado. Estaba al final del camino. Hiciera lo que hiciera, saldría mal parada. No podía avanzar, no podía retroceder. Estaba atrapada. Fuera lo que fuera aquello con lo que la estaban amenazando, iba a suceder, y ella iba a ir a la cárcel.

      —¿Por qué pensaría que la ibas a arrestar?

      —Debe de haber pensado que yo era policía.

      —¿Por qué iba a pensar que eras policía?

      Soy policía, había dicho yo. La puedo ayudar. Podemos hablar.

      —Estaba paranoica —dije—. Entendiblemente.

      —No pareces un policía. Pareces un mendigo. Es más probable que hubiera pensado que estabas tratando de que te diera unas monedas.

      —Quizás pensó que yo era de la secreta.

      —Era una empleada de documentación, de acuerdo con lo que tú dices. No podría haber sabido qué aspecto tienen los policías de la secreta.

      —Jake, lo siento, pero yo le dije que era policía.

      —¿Por qué?

      —Pensé que era una terrorista suicida con una bomba. Simplemente estaba intentando que no apretara el botón en los siguientes tres segundos. Hubiera dicho lo que fuera.

      —¿Qué fue lo que dijiste exactamente? —preguntó. Así que se lo conté, y él dijo—: Dios, eso incluso suena a alguna estupidez de asuntos internos.

      Yo creo que usted la llevó al límite.

      —Lo siento —volví a decir.

      En los minutos que vinieron después recibí por todos lados. Jacob Mark me miraba enfurecido porque yo había matado a su hermana. La camarera estaba enfadada porque podría haber vendido más o menos ocho desayunos en el tiempo que nos habíamos pasado dando vueltas alrededor de dos tazas de café. Saqué un billete de veinte dólares y lo aseguré con el platillo de mi taza. Me vio hacerlo. Las propinas de ocho desayunos, ahí mismo. Eso solucionó el problema de la camarera. El problema de Jacob Mark era más difícil. Estaba irritado y quieto y callado. Le vi mirar para otro lado, dos veces. Preparándose para irse. Finalmente dijo:

      —Me tengo que ir. Tengo cosas que hacer. Tengo que encontrar una manera de contárselo a su familia.

      —¿Familia? —dije.

      —Molina, el exmarido. Y tienen un hijo, Peter. Mi sobrino.

      —¿Susan tenía un hijo?

      —¿Y eso a ti qué te importa?

      El coeficiente intelectual de un perro labrador.

      —Jake —dije—, hemos estado aquí sentados hablando de con qué pudieron presionarla, ¿y no se te ocurrió mencionar que Susan tenía un hijo?

      Por un segundo no tuvo ninguna expresión. Dijo:

      —No es un niño. Tiene veintidós años. Está cursando el último año en la USC. Juega al fútbol americano. Es más voluminoso que tú. Y no tiene una relación cercana con su madre. Vivió con su padre desde el divorcio.

      —Llámalo —dije.

      —Son las cuatro de la mañana en California.

      —Llámalo ya.

      —Voy a despertarlo.

      —Espero que así sea.

      —Tiene que estar preparado para esto.

      —Primero tiene que atender el teléfono.

      Así que Jake volvió a sacar su móvil y recorrió los contactos y apretó el botón verde en un nombre bastante abajo en la lista. Orden alfabético, supuse. P de Peter. Jake sostuvo el teléfono contra su oreja y expresó un tipo de preocupación durante los primeros cinco tonos de llamada y otro tipo de preocupación después del sexto. Mantuvo el teléfono levantado un poco más y después lo bajó despacio y dijo:

      —Contestador.

      QUINCE

      Dije:

      —Vete a trabajar. Llama al Departamento de Policía de Los Ángeles o a la policía del campus de la USC y pide algunos favores, de policía a policía. Consigue a alguien que vaya hasta allí y compruebe si está en su casa.

      —Se van a reír en mi cara. Es un deportista universitario que no contesta el teléfono a las cuatro de la mañana.

      —Hazlo y ya —dije.

      —Ven conmigo —dijo Jake.

      Negué con la cabeza:

      —Yo me quedo aquí. Quiero volver a hablar con esos que trabajan por cuenta ajena.

      —Nunca los encontrarás.

      —Ellos me encontrarán a mí. Nunca contesté su pregunta, sobre si Susan me dio algo. Creo que la van a querer volver a preguntar.

      Acordamos encontrarnos en cinco horas, en la misma cafetería. Miré cómo volvía hasta su coche y después caminé al sur por la Octava, despacio, como si no tuviera ningún lugar especial a donde ir, lo cual así era. Estaba cansado por no haber dormido mucho pero encendido por todo el café, así que en total supuse que era un

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