La llamada (de la) Nueva Era. Vicente Merlo
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1. «Los grupos sectarios –recuerda Martín Velasco– se distinguen por algunos rasgos psicológicos: conciencia de ser los puros y elegidos, seguridad y dogmatismo en sus convicciones, rechazo de todo lo externo al propio grupo y gran espíritu de cuerpo; generalmente también por una utilización fundamentalista de la Escritura confundida con una revelación literal de Dios al propio grupo». O en caracterización clásica que sigue los pasos de M.Weber y E. Troeltsch: «La secta se distingue, en contraposición a los rasgos de la Iglesia, por significar una unidad sociológica, disidente de un grupo mayor, compuesta por un número relativamente pequeño de adeptos voluntarios, pertenecientes generalmente a las capas más desfavorecidas de la sociedad, con un grado grande de dependencia de un líder carismático, lazos interpersonales muy estrechos entre sus miembros dentro de un plano de igualdad, escasa importancia de las doctrinas como medio de identificación y de definición de la pertenencia y un culto en el que predomina lo emocional y que concede gran importancia al fervor afectivo» (Díez de Velasco, 2000:62).
2. Podemos encontrar ejemplos de obras sobre sectas en: Pepe Rodríguez (1989) y Roger Pascual (2003), aunque falta en ellos el rigor y la reflexivi-dad de la obra sobre este tema de Joan Prat (1997).
3. Véase el título mismo de una de las obras imprescindibles para esta cuestión, tanto por su planteamiento riguroso y respetuoso –algo extremadamente raro de reunir en este ámbito impregnado de prejuicios “religionistas” a favor o en contra–, como por la riqueza de fuentes manejadas, W.J. Hanegraaff, New Age Religion and Western Culture, Nueva York, SUNY, 1998.
4. Esta última denominación, frecuente, halla una tematización importante en la obra de Paul Heelas, The New Age Movement, Cambridge, Blackwell, 1996, contextualizando la Nueva Era en el marco de la Modernidad y considerándola justamente la continuación del movimiento romántico contra-ilustrado.
2. LA OBSESIÓN POR LA ORTODOXIA O EN LAS ANTÍPODAS DE LA NUEVA ERA:
FUNDAMENTALISMOS, INTEGRISMOS, TRADICIONALISMOS
De entre los Nuevos Movimientos Religiosos, el primero de los bloques que debería tenerse en cuenta es aquel que recibe la denominación genérica de “fundamentalismo,” incluyendo en éste aquello que más propiamente deberíamos llamar “integrismo” o “tradicionalismo”. No obstante, dado que vamos a centrarnos en la Nueva Era, no podremos dedicarle más que unas cuantas páginas. La decisión de incluirlo, aunque sea brevemente, se debe a la coincidencia significativa en lo que respecta a las fechas de su desarrollo y auge. En realidad, tal como reza el título, estamos en las antípodas de la Nueva Era y en ocasiones con una verdadera obsesión por la ortodoxia. En lugar de una llamada del futuro, nos hallamos ante una vuelta al pasado, a la tradición, a los fundamentos de la religión, con duras críticas a todo lo moderno.
Juan José Tamayo resume bien esta problemática en el siguiente texto: «El término “fundamentalista” se aplica a personas creyentes de las distintas religiones, sobre todo a judíos ultra-ortodoxos, a musulmanes integristas y a cristianos tradi-cionalistas. El fenómeno fundamentalista suele darse –aunque no exclusivamente– en sistemas rígidos de creencias religiosas que se sustentan, a su vez, en textos revelados, definiciones dogmáticas y magisterios infalibles. Con todo, no puede decirse que sea consustancial a ellos. Constituye, más bien, una de sus más graves patologías» (Tamayo, 2005:74).
No obstante, la distinción más aceptada es la que reserva el término “fundamentalista” para el marco protestante y el término “integrismo” para el catolicismo. Lo vemos señalado en José Manuel Sánchez Caro: «Mientras que el fundamentalismo es un fenómeno típicamente protestante, el integrismo es un fenómeno específicamente del catolicismo. El fundamentalismo apela a la Biblia contra el peligro de racionalización de la fe y propone un tipo de interpretación directa e inmediata de ella, considerándola como única fuente de revelación y como palabra de Dios inmediata que tiene la solución para cualquier problema sin necesidad de otras mediaciones, como pueden ser las instituciones de la Iglesia y concretamente, en el caso de la Iglesia católica, su magisterio. […] El integrismo, por su parte, es la aceptación de la tradición de la Iglesia tal como se entiende en un momento determinado, con el fin de defender a esa misma Iglesia de lo que se consideran doctrinas nuevas, generalmente calificadas de racionalistas, que pueden apartarla de su verdadero origen e identidad tradicional» (Sánchez Caro, en Mardones, 1999:61-62).
Distintos analistas coinciden en indicar que sería a mediados de los años setenta del siglo pasado cuando las raíces plantadas hace tiempo en las distintas religiones dejan ver sus frutos. Efectivamente, como mostró bien G. Kepel (1991), a partir de la II Guerra Mundial daba la impresión de que la religión se había retirado del dominio público y dejaba de inspirar el orden de la sociedad, limitándose al ámbito de la vida privada o familiar. A lo largo de los años sesenta el vínculo entre la religión y el orden de la ciudad pareció aflojarse hasta extremos que los religiosos consideraron preocupante. La atracción hacia el laicismo hizo que muchas instituciones religiosas se volvieran hacia los valores “modernos”. El ejemplo más claro fue el aggiornamento o puesta al día de la Iglesia católica en el Concilio Ecuménico Vaticano II. También en el islam se hablaba de “modernizar el islam”. Los años setenta fueron una década bisagra para las relaciones entre religión y política, con transformaciones inesperadas. Puede decirse que hacia 1975 este proceso comienza a revertirse. Ya no se trata de ponerse al día y modernizarse, sino de una “segunda evangelización de Europa”. Ya no de “modernizar el islam,” sino de “islamizar la modernidad”. Desde entonces, “la revancha de Dios” a través del fundamentalismo ha adquirido proporciones universales, y aunque se ha estudiado el fenómeno especialmente en las tres religiones abrahámicas, monoteístas, es bien sabido que el hinduismo ha sufrido un proceso similar en la India contemporánea y algo parecido puede decirse del shinto en China.
Generalmente, estos movimientos religiosos se oponen o disienten del discurso dominante de la “religión oficial”. A los ojos de los nuevos militantes religiosos, esa crisis revela la vacuidad de las utopías seculares –liberales o marxistas–, cuya traducción concreta en Occidente es el egoísmo consumista, y en los países socialistas y el Tercer Mundo, la gestión represiva de la penuria (Kepel, 1991:13-19).
Veamos más detenidamente algunas de las fechas y los acontecimientos más significativos. Comencemos por el protestantismo y el evangelismo norteamericano, remontándonos a comienzos del siglo XX.
2.1. FUNDAMENTALISTAS Y EVANGÉLICOS EN EL PROTESTANTISMO NORTEAMERICANO
Destaquemos algunas de las fechas principales que marcan durante el siglo XX el desarrollo del protestantismo americano, especialmente en sus grupos y figuras más cercanos a la actitud fundamentalista que tratamos de analizar.
En 1910 aparecen los doce volúmenes titulados The Fundamentals, que constituyen la declaración inicial