La llamada (de la) Nueva Era. Vicente Merlo

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La llamada (de la) Nueva Era - Vicente Merlo Ensayo

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sus setenta años o algunos menos. Desde nuestro primer encuentro me ofreció visitarle todos los miércoles por la tarde en su casa «Gaveshana». Y así lo hice, sin faltar ni una semana, excepto las contadas ocasiones que dejé Pondicherry con el fin de viajar un poco, generalmente en busca de algunos de los gurus vivientes y conocidos.

      Una de las veces que salí del âshram fue para ver a Bhagawan Shree Rajhness, más tarde conocido como Osho, cuando uno de los amigos de Bombay que había conocido en el Saint Xavier’s College me escribió diciéndome que iba a llegar al âshram de Poona. Me había interesado su visión provocativa y novedosa de la espiritualidad, su unión de técnicas psicológicas contemporáneas y prácticas espirituales tradicionales, su presentación del tantra de manera revolucionaria y atractiva. Fui a Poona, e hice coincidir el viaje con mi exigida presencia en Bombay ante el Ministerio de la India para dar cuenta de mis progresos en la investigación, quizás de cara a renovar durante un año más mi estancia en la India y prolongar el plazo de mi beca. Era la época del calvario de Osho, tras haber sido expulsado de Estados Unidos y haberle sido negada la entrada en multitud de países.

      La tercera y última salida de Pondicherry, más cerca en esta ocasión, fue para ir a Tiruvanamalai, a la montaña de Arunachala, al âshram de Ramana Maharshi, otro de los grandes maestros espirituales de la India del siglo XX. Fue hermoso, pero una vez más la ausencia de la vibración del âshram de Pondicherry destacaba más que la presencia silenciosa existente en el destartalado, pero entrañable, âshram. Siempre me ha sorprendido ver cómo unas personas se encuentran de maravilla en Arunachala y apenas reciben impacto espiritual signficativo en Pondicherry, y otras experimentan justo lo contrario. Probablemente cada uno, en la medida en que se halle “abierto” y “receptivo” espiritualmente, sintoniza con un tipo de energía, un tipo de rayo, un tipo de enseñanza, un maestro, más que con otros, se produce como un reconocimiento, una armonización, un acorde de vibraciones, dependiendo de un conjunto de circunstancias tanto ambientales como personales y coyunturales. También a Arunachala volvería en dos ocasiones más, con resultados parecidos.

      Pero volvamos ya a los primeros días de Pondicherry. Comienza lo indescriptible. Desde el segundo día, una vez hube descansado del viaje, me impregnó una inenarrable paz y una oceánica dicha. Era como si de repente, a medida que uno se aproximaba al recinto del âshram, le fuera invadiendo una paz y un silencio luminosos indescriptibles. Especialmente a medida que uno se acercaba al samâdhi, el lugar en el que moran los restos mortales de Sri Aurobindo y Madre, en el centro del jardín del âshram, protegido por un anciano árbol que dedica una constante ofrenda de flores amarillas sobre la losa que sostiene los cientos de varitas de incienso y de otras flores que permanentemente adornan la tumba de estos dos grandes seres, junto a la cual siempre pueden verse a algunos de sus discípulos, orando, meditando, quizás sintiendo o evocando la Presencia de sus Maestros. Sí, el mismo samâdhi que unos siete años antes había dejado en mi alma una huella tan honda y tan hermosa, como si una invisible semilla dorada hubiera sido divinamente sembrada con el fin de hacerme regresar a ese lugar de luz. La sensación anímica de “haber vuelto a casa,” de haber retornado a mi hogar espiritual, de haber sido invitado a un oasis de paz profunda, de haber llegado allí con un sentido, era tal que a los pocos días llamé por teléfono al padre John Macià (así le llamaban los indios en Bombay) y le escribí una carta explicándole lo que sucedía. La invitación a quedarme allí era tan firme, el gozo profundo era tan inmenso que estaba dispuesto a permanecer allí independientemente de lo que sucediera con mi tesis y con mi beca. Lo que había respirado, lo que había vislumbrado, lo que estaba viviendo en estos primeros días era tan magnífico que algo dentro de mí me decía que tenía que estar allí. No era una pregunta, era la comunicación de una decisión firme, aunque llevase implícito un ruego, una petición: el poder realizar mi investigación en el âshram con su consentimiento oficial. John Macià sonrió, pero consintió. Me permitió quedarme, siempre que le enviase informes de la persona que –según pude decirle ya– había comenzado a dirigirme la investigación. Arabinda Basu no tuvo inconveniente en entrar en contacto con J. Macià y la realización de la tesis fue algo que sucedió “por añadidura”. Y digo esto porque, ante la intensidad de la experiencia espiritual, en más de una ocasión dudé respecto a si continuar con la investigación teórica de la tesis o dejarla de lado y dedicar todo mi tiempo a la meditación, pues sentarse en el samâdhi era un regalo tan grande que hasta la satisfactoria lectura palidecía ante tamaña dicha. El tiempo mostró que lejos de ser incompatibles, la lectura y la escritura de y sobre el pensamiento de Sri Aurobindo se convertían, de un modo sorprendente, en verdaderas experiencias de intensidad y calidad espiritual desconocidas para mí hasta entonces. Al contrario, la inmersión en el pensamiento de Sri Aurobindo era una parte armónicamente integrada en el resto de la experiencia propiciada por aquel santo lugar, aquel “lugar sagrado,” santuario de paz y de luz supramentales.

      Es imposible describir qué sucede cuando se instala en la psique una paz, un silencio, una armonía, una felicidad tan poderosos. Cuando el silencio luminoso se

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